¿Verdad? Un Martí feliz, amoroso, desenfadado; un Martí generalmente desconocido por los libros de texto, los pintores, las esculturas… Atisbo del hombre que debió ser en la escasa intimidad arrebatada a sus deberes sociales y patrióticos. Imagen de aquellos instantes en que no era ni el Apóstol, ni el delegado del Partido Revolucionario Cubano, ni siquiera el señor escritor, sino José, o mejor, Pepe.
¿Cuándo fue tomada la fotografía? Poco sabemos; suponen los historiadores que ocurrió en La Habana, durante su estancia entre los dos destierros, es decir en 1878. Nada más.
Podemos, entonces, fabular un poco. Me gusta imaginarlo recién llegado a la ciudad, triste por hallarla bajo el dominio español y a la vez contento por haber vuelto junto a sus padres. Es de mañana, poco antes del almuerzo; él acaba de regresar a la casa tras un nostálgico paseo y juega con su hijo, como cualquier papá común y corriente. Entonces aparece el fotógrafo con uno de esos armatostes enormes y complicados de la época. Su madre Leonor y su esposa Carmen le piden compostura. Empeño infructuoso, José quiere descansar, aunque sea hoy, de todo convencionalismo. Se sienta pues sobre el piso, en la esquina mejor iluminada, cruza las piernas para mantener mejor el equilibrio durante el larguísimo rato que han de durar las manipulaciones, le dice frases zalameras al inquieto Pepito. Y al final quizás algún comentario de su mujer, un ruido…, no puede evitar mirar hacia donde no debe y ofrecer a la posteridad esos ojos estrábicos, burlones.
Que no sucedió exactamente así, puede ser. ¿Acaso no les gustaría a ustedes hilvanar sus propias historias?
2 comentarios
Excelente artículo, Tania. «Lo bueno si breve / dos veces bueno». Mis felicitaciones.
Gracias a usted por su amable comentario.