“La escritura es un animal vivo”

Por. / David Domínguez Francisco (La Habana, 1996).

Joven escritor cubano y profesor en la academia de escritura creativa Laboratorio de Escrituras, de la autora Elaine Vilar Madruga. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Ha obtenido varios premios y menciones, entre los que destacan el Juventud Técnica 2020 y el Premio Mabuya 2022, así como mención en el concurso Oscar Hurtado 2020. Ha impartido charlas sobre temas sociales y culturales.

Para el autor “la escritura es un animal vivo. Necesita alimento, mimos, oxígeno y un refugio. Bien cuidada, se vuelve una fuerza del cambio, y nada, ni siquiera quien la creó, puede resistírsele”.

Protocolos

A Adán siempre le habían gustado los protocolos. Tenía un orden de hacer las cosas, una serie de pasos a seguir que traerían el mejor resultado. Un protocolo para bañarse, otro para comer, otro más para el desayuno…

Se levantó y, siguiendo el orden, abrió la ventana del cuarto. A apenas una cuadra, en la acera de enfrente, estaba su pequeña oficina. Cuando había empezado allí, pensaba que era una maravilla vivir tan cerca del trabajo como para verlo desde la ventana. Fue a la cocina, se preparó un poco de cocimiento de manzanilla para echarse algo caliente en el estómago, cogió un par de galletas panaderas y se sentó en la cama a cumplir el rito matutino, primero las pastillas, luego revisar el móvil. Cruzaba los dedos y pedía en silencio para que hoy fuera el día en que le llegara un mensaje, un email, una señal divina, que lo llamaran y le dijeran “regresa aquí, este es tu lugar, ven, que te necesitamos, la gente te necesita”. Pero el signo no se manifestaba, y Adán se tomaba su cocimiento frente a la ventana, mirando el edificio cerrado desde hacía casi dos años y rezando por un milagro, otro, además de las píldoras internacionales que bajaban por su esófago. Con la nostalgia clavada en un riñón, recordaba días no tan lejanos en que seguía el protocolo de ayudar a la gente… Como aquella jornada en que todo había comenzado a ir cuesta abajo.

Su oficina era pequeña, apenas un par de sillas, una mesita de café y un escaparate a un lado. El día aciago, las primeras personas en pasar habían sido una muchacha y un muchacho, y Adán había comenzado a realizar, por vez millonésima, su protocolo de atención. Había encendido el aire acondicionado y les había invitado a sentarse. El cuartico era en verdad pequeño, pero para lo que hacían allí, no hacía falta más. Luego había sacado del escaparate su maletín plástico y lo había colocado sobre la mesita.

—Ay, aire, qué rico, menos mal —ese comentario, emitido por los recién llegados, también estaba contemplado en los posibles escenarios.

Adán se sentó en su silla.

—Les escucho.

—Mire, eh… —empezó el muchacho—, vengo a hacerme la… la prueba del VIH…eh…

—A ver, primero que todo quisiera que estés tranquilo, sereno —Paso uno: calmar a la persona asistida—

. Mira, inspira, puf, espira. Así, relajado.

—Gracias… eh… nada, eso, que quería hacerme la prueba.

—Muy bien, ¿y por qué te quieres hacer la prueba? ¿Crees que estuviste expuesto? El chico miró a la joven, que le pasó la mano por la espalda y habló en su lugar.

—Discúlpelo, es que está nervioso. Lo tuve que convencer para que viniera.

—No tienes por qué estarlo—le respondió Adán (paso informativo)—. Este es un servicio confidencial, nada de lo que me digas va a salir de estas cuatro paredes, y yo no estoy aquí para juzgarte, estoy aquí para ayudarte. Puedes hablar con confianza.

Ella miró a su acompañante significativamente. Él asintió y tomó aire.

—O.K. Hace un tiempo… eh… estuve… tuve… sexo, con… usted sabe… con un hombre.

—Te escucho.

—Pero no es que yo sea pájaro…

—Homosexual —lo interrumpe Adán (paso aclarativo, ese se lo había inventado él, pero era muy necesario)—. Aquí usamos las palabras homosexual, heterosexual, bisexual, gay también es aceptable. Sigue, te escucho —el “te escucho” sí era protocolar.

—Bueno, está bien, homosexual. Que no es que yo lo sea, sino que… bueno, que estaba borracho, y un amigo… uno que era mi amigo, porque ya… ya no tallamos… nada, que él empezó como a tocarme y… nada, que yo pensando que era jodedera, usted sabe, como apretarnos las nalgas, estábamos en una fiesta, la música, la risotada. Me dio un beso y… nada, yo le seguí la rima. Pero ya le digo, estaba borracho, no sabía lo que estaba haciendo.

—Y terminaron teniendo sexo. Sin usar condón.

—Mire, yo… la verdad, no recuerdo casi nada. Pero hubo gente que nos vio…

—Yo los vi irse juntos —intervino la muchacha—, y después le estuve timbrando al celular y no me contestaba. Pero imagínese, ellos eran amigos, ¿qué iba yo a imaginar…?

—¿Tú estabas consciente? —Adán se había ido armando la historia en su cabeza. Este olor a hijodeputancia no le era nuevo. ¿Cuántos casos así no había visto?

—Prácticamente podría decirse que —el joven se encogió de hombros—… bueno, que no.

—Entiendo. ¿Y alguien los vio teniendo sexo?

—Creo que no. Me llevó a un lugar apartado, nada más recuerdo matas, tierra, unas piedras…

—Ya. Mira, esto que te voy a decir puede que te suene un poco duro, pero me toca hablar de estos temas. Eso que tú me estás describiendo es una violación…

—¡Eso mismo le dije yo! —dijo la muchacha.

—Es abuso sexual, incluso si no llegó a haber penetración. ¿La hubo?

—No sé.

—Ernesto… —la chica era una buena aliada, pensó Adán, pero aun así intervino:

—No me tienes que dar detalles si no deseas, pero esta información es importante. No me contarás nada que yo no haya escuchado en el tiempo que llevo trabajando en este lugar.

Después de unos segundos de silencio y de dejar que su mirada saltase, nerviosa, por toda la habitación, Ernesto cogió aire y empezó a hablar. Estaba ansioso, y a Adán le daba pena, la de siempre, pena nuestra de cada día, la pena también estaba en el protocolo.

—A mí… al otro día… me… me dolía el culo. Y cuando fui al baño salió un poco de sangre. Ya, eso — Ernesto se mesó el cabello y miró para otro lado.

—Comprendo. Eres muy valiente al contarlo. Te repito: confidencial. ¿Me entiendes?

—Sí.

—Ahora, ¿hace cuánto tiempo ocurrió esto que me cuentas?

—Hace… como diez meses. Me demoré en venir… yo… no podía. No sabía qué hacer.

—Tranquilo, este tipo de experiencias son difíciles para todo el mundo y cada cuál reacciona a su tiempo.

¿Te has protegido en las relaciones que has tenido desde ese día hasta ahora?

—Sí, yo uso condón siempre.

—Bien. Entonces, ahora yo te voy a hacer la pruebita de VIH, que es para lo que vinieron, ¿verdad? ¿Tú también tienes que hacértela? —preguntó Adán a la muchacha.

—No, no, yo estoy aquí de apoyo emocional.

—Ella es amiga mía.

—Qué bueno tener amistades así. Préstame tu carnecito de identidad, por favor.

—P-pero, ¿no me dijo que esto era anónimo?

—Anónimo no, confidencial. Yo reporto pruebas usadas contra la misma cantidad de personas reales. Pero no te tienes que preocupar, ni anoté tu historia ni lo que me contaste…

Ernesto asintió y le entregó el carné. Adán escribió los datos en una libreta, abrió el maletín y sacó un par de guantes de látex y un kit de prueba rápida de VIH. Se puso los guantes y comenzó a abrir el kit mientras hablaba.

—Como pueden ver, el procedimiento se realiza con material estéril. Además, quiero que sepan que estas pruebas son muy exactas, se puede confiar plenamente en su resultado.

—O sea, que si sale positivo…

Adán le hizo un gesto para que le diera la mano, se la tomó y le desinfectó el dedo anular con un algodón con alcohol, mientras le respondía.

—Si dieses seropositivo, entonces el próximo paso sería mandarte análisis de laboratorio para confirmar, para descartar que se trate de un falso positivo.

Le pinchó el anular. Otro dedo pinchado, otro dedo más exprimido para su registro de dedos. Ordeñó la yema perforada y sacó la gota de sangre protocolar que debía echar en la prueba.

—Ahora vamos a esperar unos diez minutos que es lo que se demora en estar la pruebita.

Él y ella asintieron.

—Y, en lo que esperamos, quiero hablarte un poco más sobre el episodio que me has contado. Mira, como te decía, se considera abuso sexual porque estabas bajo el efecto de drogas…

—No, no, drogas no —Ernesto abrió mucho los ojos.

—¿Usted cree que lo hayan drogado? —su amiga también se había alarmado.

—El alcohol es una droga.

—Ah… —dijeron al unísono.

—El caso es que tú no diste consentimiento, ¿verdad?

—No, claro que no.

—Y, por tanto, si tú quieres, estás en todo tu derecho de ir y denunciar a esa persona.

Con el ceño fruncido, Ernesto negó con la cabeza. En realidad, Adán no esperaba otra cosa.

—No, no, no. Olvídese de eso. Si lo hago, todo el mundo se va a enterar y va a ser peor.

—Eso es una decisión muy personal y no voy a influirte para nada. Yo tan solo, como parte de la consejería, te dejo saber que tienes el derecho de hacerlo, que la ley te ampara.

—Yo te apoyo en lo que sea que quieras hacer —la chica tomó la mano de Ernesto—. Si tú quieres vamos y lo denunciamos, y al que se haga el chistoso lo enciendo.

—No, desmaya eso. Yo con ese tipo ya igual ni me hablo, ni yo voy a su casa ni él viene a la mía. Desde ese día él y yo cortamos toda la confianza. No nos dijimos nada, pero lo hicimos. Él hace un par de meses en una fiesta trató de sacarme guara, pero le di un raspe y me dejó tranquilo. Hoy por hoy nos vemos por la calle y nos saludamos para no ser fula, pero ya, ni conversamos ni nada.

—Está bien —intervino Adán—, hay muchas personas que superan este tipo de problemas sin necesidad de involucrar a la justicia y, si lo necesitas, se te puede brindar asistencia psicológica. Ahora, ten en cuenta que, si él hizo eso contigo, lo puede hacer con otros. Pero si alguna vez te decides a tomar una acción, por favor, intenta la vía legal.

—Lo que está bueno es para ir y rajarle un palo en la cabeza —dijo la chica.

—Eso es exactamente lo que NO deben hacer nunca. Porque entonces los que pueden terminar presos son ustedes, se los digo de corazón.

—No, tranquilo. Eso ya murió —Ernesto coge aire y lo bota—. Me siento mejor ahora que lo dije —se señala el pecho—. Aquí.

—Qué bueno, cuánto me alegro —Miró la prueba: comprobación del resultado—. Esto ya pasó la banda de control, ¿lo ven? Podemos dejarla más tiempo, pero ya no va a reaccionar.

—¿Y entonces?

—Eres no reactivo, Ernesto, ninguna de las dos bandas de VIH reaccionó.

—¿Eso es que soy negativo?

—Sí. Si tu exposición fue hace casi un año y en el día de hoy has dado no reactivo, es que no tienes el virus. Todo está bien. Ya puedes respirar con tranquilidad.

La muchacha sonrió. El joven se veía emocionado. Adán sintió que se llenaba de luz por dentro, una plenitud que nunca lo habría saciado. Había encontrado su lugar en el mundo, el sitio en el que quería estar, la labor que deseaba hacer. Otra vuelta de protocolo cumplida, otra persona ayudada.

—¡El peso que me acabo de quitar de encima!

—Para eso estoy yo aquí. Ahora —pasos finales, Adán sacó condones del maletín y se los entregó—, tomen esto y recuerden, por favor, protegerse siempre. Y que tomando se sabe cómo se empieza, pero no cómo se termina.

Ernesto lo miró fijamente y asintió. Luego se acercó y le dio un abrazo.

—Muchas gracias por todo.

—De nada, muchacho, de nada.

Cuando hubieron salido, Adán cerró el maletín. En realidad, lo abriría más veces a lo largo del día y durante varios más. Pero no los suficientes. Siguiendo el protocolo para ratos libres, se había sentado en su silla. Miró su celular un rato, puso música, abrió WhatsApp… Y allí estaba, en un estado. Apenas unas líneas de texto que Adán nunca pudo adivinar le cambiarían la vida de forma tan brutal. “Detectados primeros casos positivos de covid-19 en territorio nacional…”

En ese momento, no supo qué pensar. No tenía un protocolo pensado para esa situación. Aquella jornada, como durante los diez años anteriores, recibió gritos, bochornos, insultos, y también palabras de gratitud, sonrisas y más abrazos, todo contemplado en su protocolo.

Qué suerte, había pensado al empezar a trabajar allí, tener el trabajo tan cerca de su casa que lo podía ver desde su ventana. Nunca habría imaginado que los recursos escasearían al punto de cerrar de forma indefinida el centro de asistencia.

Mientras tanto, él se aferraba al protocolo de esperanza. Esperanza a que volviera a haber condones para dar, pruebas de VIH para hacer, gente a la que abrazar y ayudar. Era ahí, ese era su sitio, se decía, pero el protocolo de esperanza había vencido hacía mucho.

Y mientras la verdadera suerte, las cápsulas venidas de más allá del mar, se disuelven en su estómago y envían una carga de refuerzo a su sistema inmunológico, termina su cocimiento y se permite el intento de intentar idear un nuevo protocolo para sortear pandemias y crisis económicas. Uno que le permita devolver el amor y el apoyo que, doce años atrás, él mismo había recibido cuando, con el corazón roto y

confundido, sin ninguna amistad a su lado, sentado en la misma silla que habían ocupado tantas personas antes que Ernesto y tantas más después, su prueba de VIH había resultado positiva.

David Domínguez Francisco, 2023

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