Foto. / Archivo de BOHEMIA
Foto. / Archivo de BOHEMIA

Las palabras sentidas

Pese a los reconocimientos internacionales, Fina García Marruz siempre cultivó la modestia, la discreción. Sus declaraciones a los medios de prensa son insuficientes (aunque útiles) para perfilarla de cuerpo entero; busquemos, además, lo dicho o sugerido por ella en versos y artículos


¿Me habría concedido Fina una entrevista de habérsela yo pedido? Respuesta incierta, pues es sabido que accedió a muy pocas. En 2007, cuando obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, la periodista Rosa Miriam Elizalde pudo entrevistarla para Cubadebate. Aquel día, en el que los teléfonos no dejaban de sonar en la vivienda del matrimonio Vitier-García Marruz, la poeta confesó la causa de su resistencia: “Me siento en esos casos como una violinista a la que le piden un concierto de flauta. Yo me comunico mejor con el silencio, sin el que no se podrían dar la poesía, la música, ni el encuentro con uno mismo”.

¿Qué más compartió esa vez sobre sí misma?:

“Como todos los jóvenes de mi época, me sabía de memoria los 20 poemas de amor y una canción desesperada. Es un clásico del romanticismo americano, que no era de escuela, sino de esencias”.

Aunque octogenaria, todavía recordaba cómo era la voz de Neruda cuando lo escuchó recitar en 1942, y la de Gabriela Mistral, con quien conversó una tarde de 1938. Acerca de ese don, comentó a Rosa Miriam: “Yo tengo muy mala memoria visual, pero muy buena memoria auditiva”.

Su mayor orgullo, aseguró, eran sus dos hijos músicos; tras mencionar a otros parientes dotados para ese arte, recalcó: “Lo que más amo sobre la tierra es la música, igual que Cintio. Para mí es más fuerte, casi, que la poesía. La música es mi madre, mis hermanos, mis hijos, mi familia”.

Gracias a un artículo del propio Cintio (Sobre la poesía de Fina García Marruz) conocemos, además, que su esposa nunca había publicado “por su propia voluntad, sino por la tenaz insistencia de algunos amigos”, la obra que la haría acreedora de otros dos galardones relevantes: el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Federico García Lorca (ambos en 2011).

Para su inseparable compañero, ese hecho “revela en rigor una peculiar actitud ante la poesía, que se desprende también de la más válida significación de sus versos. Esa actitud es resumible observando que los poemas no constituyen para ella fines en sí mismos, sino sencilla y estrictamente caminos o instrumentos que sirven al progreso del alma y la visión”.

Quizás –pudiera añadirse– tal renuencia se debiera a que, sabiéndolos ilustrativos de vivencias y sentimientos, la escritora debió entablar una lucha no solo contra su modestia, asimismo contra el deseo de mantener a buen recaudo su vida personal. ¡Cuánto contrasta esa grandeza con el striptease de un mundo que se apresura a divulgar hoy en las redes sociales digitales nimiedades sin cuento y lo más privado de lo privado!  

Por suerte prevalecieron los argumentos persuasivos y podemos suscribir las palabras de Eusebio Leal: la lectura de los poemarios y ensayos de Fina le permitió escucharla “en la intimidad de su familia; disfrutar su agradable y culta conversación”.

Confidencias

Así la inmortalizó Fidelio Ponce a finales de los años 30. / lajiribilla.cu)

¿Cuánto descubren a la poeta sus versos? Un texto de Roberto Méndez Martínez (Fina retratada por Ponce y sus espectadores) nos conduce a los poemas inspirados por una imagen suya, de cuando apenas tenía 15 años. El artista, Fidelio Ponce, la engalanó con atuendo de esgrimista y una boina que ella solía usar por entonces.

Con esa pintura conversa la escritora, ya adulta, en Los extraños retratos: […] y a veces me parece que te busco/ a tu tranquila fuerza/ y tu sombrero, / para que tú me enseñes el camino/ de mi perdido nombre/ verdadero […]

Estos versos generan nuevas interrogantes, ¿qué cree haber perdido, cuál esencia quisiera recuperar?

Preguntas para la entrevista nunca realizada me hubiera proporcionado igualmente el segundo poema: El retrato de Ponce. La protagonista del cuadro reconoce en Fidelio capacidad premonitoria y asegura que, vidente, percibió la amenaza, la estocada profunda, la sangre invisible, acechando a la muchacha. ¿Cuántos combates interiores, dolores, e incluso tal vez renunciamientos, habrán lacerado a Fina a la altura de 1969?

Algunas de sus creaciones evocan pasajes del entorno familiar. Tal ocurre en Mis compañeros de trabajo (de 1966), no solo describe a sus colegas de la Biblioteca Nacional José Martí, al hacerlo apela a comparaciones y emergen la tía que le llevaba el café al cuarto, y la mantequilla holandesa de su niñez, en cuya etiqueta una dulce muchacha pastoreaba el ganado.

Uno de los poemas incluidos en Visitaciones refiere: Nada me gusta más que ver en las mañanas/ cuando voy al trabajo, los frescos descampados, / donde entre hierros viejos y deshechos que aún arden/ florecillas menudas pálidamente brillan.

De acuerdo con Carmen Sotolongo Valiño, quien reflexiona sobre el contenido del volumen Habana del centro, ciertas poesías evidencian sentido del humor, específicamente las que conforman el cuaderno Nociones elementales y algunas elegías.

Fina García Marruz y Cintio Vitier amaban la música tanto como la poesía. / cubadebate.cu

Al explicarle al lector cómo surgió (mientras revisaba publicaciones del siglo XIX, halló los cuatro tomos de El educador popular, que editaba en Nueva York un amigo de José Martí y ofrecía rudimentos de geometría, física, gramática, historia y poesía), la propia autora de los versos expone en el prólogo o Razón de este librito: “No he querido eludir el tono humorístico –tantas veces híbrido en poesía–, ya que aspiro a que este librillo lo sea más bien de casual entretenimiento poético o recordada información, viéndome suficientemente premiada si con él pudiera obtener, más que algún improbable o tosco aplauso, algunas silenciosas y ligeras sonrisas”. Con ello, sin embargo, no pretende descalificar un empeño que, además de considerarlo valioso, le causó alegría y añoranza.

El lenguaje poético se aloja, asimismo, en las cartas a sus amigos, como la enviada a Pedro Simón y Alicia Alonso, el 30 de diciembre de 1990. Les agradecía un obsequio enviado por ellos y, cual la más común de las abuelas amorosas, relataba que la cinta de aquel “hacía ya un delicioso ‘arabesque’ que llenó de alegría las pupilas de mi nieto, al deshacerla y verla inclinarse, como para saludar, antes de caer envuelta entre los colores pascuales de su envase. Ya esto solo fue fiesta: después de la gratitud por sus breves y sentidas palabras, la alegría del niño, la alegría pura del sabor, de la vista, de todos los sentidos reunidos, secreto y promesa de la Pascua”.

Huellas en la prosa

Es una pena no poder acceder a Pequeñas memorias, editado en Madrid y presentado en aquella ciudad en la Casa de América, pocos días antes del centenario. Según la filóloga, ensayista y poeta española Marifé Santiago, el volumen evidencia una “urgencia por contar, porque no se olvide ni un solo detalle […] Entrega una historia personal, que deja de serlo cuando vas por la página cuatro, aunque lo que cuente sean cosas muy personales, porque te deja las palabras, la grandeza de las palabras, la belleza de las palabras”. 

En entrevista concedida a La Jiribilla, uno de sus nietos, José Adrián Vitier Rodríguez, afirma que “está en planes un libro con sus memorias”. Ojalá no demore. Mientras tanto, el volumen Hablar de la poesía nos regala pequeños indicios de su cotidianidad, entremezclados con el razonar en torno a personalidades y sucesos de la cultura cubana.

Ninguno de los textos advierte explícitamente que Fina discurrirá sobre sí misma; sin embargo, lo hace de manera tangencial. No sorprende que inserte en los ensayos determinadas preocupaciones, pensamientos, criterios morales, pues ello resulta habitual en el género; pero en ocasiones, corre más allá la línea, al introducir datos de su propia vida y de sus sensaciones.

Esquiva desaparecer por completo detrás del socorrido lenguaje impersonal –mucho más el frío distanciamiento académico o el envanecimiento del saber–, por el contrario, mantiene su presencia a flor de agua y la hace emerger de tanto en tanto. Así, por instantes, causa el efecto de una conversación, frente a frente, sentados (ella y su interlocutor) en las mecedoras de un portal, en tertulia reposada, amistosa, y a la vez profunda.

Los artículos referidos a Ramón Gómez de la Serna descuellan entre los que traslucen la presencia corpórea de la ensayista. “Alguien llega, y levantando con leve arrogancia el libro que tenemos sobre la mesa, Automoribundia, nos dice del autor: ‘Ah, el de las greguerías’”, escribe en Elogio de Don Ramón.

Al conocer que había recibido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana declaró que ese reconocimiento era también para el grupo Orígenes. / cubadebate.cu

Y en otro momento cuenta: “Todas las mañanas leemos en el periódico la lista incansable de las greguerías […] ¿Qué decían la semana pasada, la otra, acerca de un niño, que nos traspasó, de pronto, como la verdad? Ya no podemos recordarlo. No se ha hecho su refrán para ser recordado. Esas frases, fresco rocío humano, se han hecho para evaporarse con los afanes del día soleado y para volver otra vez, ligeros, intrascendentes, con intenciones varias y algún secreto disperso”.

El hado inventor, donde retoma la obra de Gómez de la Serna, expresa que prefiere las greguerías “parecidas a esos suspiros de los que se nos dice que comunican la vida con la muerte o aquellas que como a ese cocinero que aparece en una de ellas, al batir la espuma le crece el gorro. El más sobre el más. No hay forma de epatar al greguerista. Si el que se quiere poner a tono pregunta: ‘¿Hay peces en el sol?’, contestará rápido: ‘Sí, pero fritos’. Ese sobrepensamiento, ese enmendarle la plana al absurdo burlón, ladeado y escéptico, con el absurdo poético, crédulo y honrado, es lo que más me gusta de ellas”.

Pero estas intromisiones palmarias son tan breves, comedidas y dosificadas, que jamás importunan.

Las remembranzas, lo personal, afloran nuevamente en el último de los textos, que da nombre a Hablar de la poesía. Reproduzco varios fragmentos:

“Recuerdo que una calle a la salida del colegio, una calle lateral que daba al mar, con un gran árbol añoso en su centro, que yo veía a diario con indiferencia, me produjo una vez, al sobrevenirme de pronto su memoria, como una sensación de bienaventuranza.

“[…] Ahora siento menos que en la adolescencia ese imperio de la memoria y el deseo. El hoy humilde me parece el verdadero alimento. Pan nuestro de cada día, no lo excepcional, sino lo diario que no cansa, ni estraga, y que sustenta […] Que ningún acto que realicemos en el día, ni aún el más modesto, sea mecánico. Que podamos tender la cama con la misma inspiración con que antes se iba a ver la caída del crepúsculo […]

“No se debiera tener ‘una’ poética. En la poética personal debieran entrar todas las otras poéticas posibles […] El realismo verdadero debiera abarcar el sueño y el no-sueño, lo que tiene un fin y lo que no tiene ninguno, el cacharro doméstico y la Vía Láctea.

Presentación de Pequeñas memorias, en Madrid, con motivo de celebrarse el centenario de Fina. / Facebook

“[…] Cintio me recuerda siempre que la poesía no es decirlo todo sino decir la mitad, o más bien, sugerir una totalidad a través de un límite. Cierto arte ambicioso que quiere alcanzar lo ilímite de primera mano me produce siempre un efecto empequeñecedor.

“[…] En lo humano, he sentido siempre la poesía en aquellos raros seres capaces de darnos alegría, que no son siempre, necesariamente, los más alegres […] Adoro esa bondad involuntaria, capaz de sonreír en la miseria, esa humildad desgarradora de la alegría”.

Emocionan las palabras de Fina García Marruz. Al fallecer el 27 de junio de 2022, a los 99 años, nos dejó disímiles incógnitas y significativas enseñanzas vitales. Entre ellas una que sin duda aplicó cabalmente: cualquier oficio llevado ‘con modestia y amor’ hasta el fin, acaba por entregar algún secreto. Solo es preciso no quedarse frívolamente a medias”.

Algunos versos de Fina García Marruz

[…] ¡Cae la tarde sobre lo que se ha ido, / cae la tarde sobre la antigua tarde/ de la lluvia, el silencio, las baldosas! (Cae la tarde)

[…] Hemos corrompido/ de mentira y de uso/ la palabra/ amor, / y ya no sabemos/ cómo entendernos: habría/ que decirlo de otro modo, / o callarlo, mejor, / no sea cosa/ que se vaya, el insólito/ Huésped. (El huésped)

El día/ en apariencia quieto, / sereno, / inmóvil, / ha hecho abrir el grano, / caer el pétalo, / crecer el pensamiento, / madurar el amor/ o la guerra, / y, en un mismo/ instante, nacer/ y morir. // El día, en majestad, / el serenísimo. (El día, en apariencia)

Una dulce nevada está cayendo/ detrás de cada cosa, cada amante, /una dulce nevada comprendiendo/ lo que la vida tiene de distante. // Un monólogo lento de diamante/ calla detrás de lo que voy diciendo, / un actor su papel mal repitiendo/ sin fin, en soledad gesticulante. (Una dulce nevada está cayendo)

Fina García Marruz: Los pasos, la huella (Parte I)

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