Leer las músicas, la literatura y el cine

Pensemos en este imperativo que demandan artistas, contextos, culturas y públicos de todas las sociedades sin límites de idiomas o fronteras


Desde la antigüedad, preocupaciones sociales, éticas, y otros dilemas del ser humano nutren la discursividad en diferentes manifestaciones artísticas. Hoy, en el panorama mediático, se construyen tanto los imaginarios como la opinión pública. Relatos disímiles lideran en la sociedad interconectada y tienen notable impacto en las personas.

Este contexto impone desafíos a creadores y directivos de la TV cubana. Públicos de diferentes edades exigen “ver” en las ficciones conflictos, conductas positivas, personajes que combatan prejuicios, censuras, tabúes arraigados, intolerancias e inercias.

De manera significativa obras literarias, músicas y filmes incluyen temáticas expresadas en los géneros comedia o tragedia, pues sus autores critican la corrupción, la desidia de funcionarios, el oportunismo y la doble moral.

Lo demuestran en diferentes emisiones los programas cinematográficos Amores difíciles, Letra fílmica, De Nuestra América, Solo la verdad y Sin Óscar. Por supuesto, no son los únicos interesados en dar fe de repertorios amplios, inclusivos, sugerentes de lo que se vive y cómo se vive.

En una oportunidad el notable pianista y compositor Chucho Valdés expresó a BOHEMIA: “Los medios de comunicación deben considerar la estrecha relación existente entre la literatura, la música y el cine. Son diferentes lenguajes, cada uno tiene su propia melodía, esta transmite ideas y emociones en los públicos desde edades tempranas”.

Foto./ Leyva Benítez.

Además, pensemos, ¿cómo intervienen actores y actrices en un relato que critica vanidades, arribismos, y al unísono privilegia defender el amor a toda costa sin retroceso ante ningún límite?

Algunos intérpretes instauran reflexiones éticas conmovedoras, las defienden sin artificios, incluso aprovechan los incidentes cruciales, los avances o retrocesos de la trama, con el propósito de ser ellos mismos. De una y otra manera, el televidente cinéfilo espera exploraciones honestas de la vida privada para que en cualquier latitud la historia sea instructiva, fascinante.

¿Suelen olvidarse estos requerimientos en narraciones ficcionales de nuestra televisión? ¿Y en las de otros países? ¿Cuál debe ser el fin esencial de un argumento? Comunicar emociones significativas. Por supuesto, la emoción no es una fuerza estática, sino un movimiento in crescendo, en tanto impulsa la fuerza del deseo y de las acciones de personajes y creadores.

Reflexionemos, ¿por qué el gesto, los momentos sublimes de actores y actrices carecen, en ocasiones, de un principio esencial: comunicar emociones? Falta la presencia del detalle. Stendhal lo llamó el pequeño hecho verdadero. Pasarlo por alto afecta nexos establecidos para incorporar las vivencias del intérprete-personaje.

De ningún modo lo olvidemos, la sentimentalidad expresiva fundamentada, sin estridencias, influye en la apertura espiritual. Demostrar cómo queremos al otro exige llevar a las pantallas subjetividades atractivas y encuadres pensados en función de provocar interacciones participativas.

Por doquier, las narrativas actuales y la Poética de Aristóteles, lo demuestran: la intriga no es estática, forma parte de un proceso que requiere dudas, angustias, sospechas, alegrías, suposiciones de quienes frente a la pantalla rechazan lo visto si no les place.

Sin duda, sigue vigente el canon griego, el logro de la perfección se expresa mediante la unidad de las partes; para todo guionista trabajar con una buena premisa garantiza la unidad de acción y la integridad de las partes en función del punto de partida del relato.

Es preciso leer la literatura, las músicas y el cine. La TV media entre la elaboración del conocimiento de la realidad y la valoración de los sujetos de esa realidad, reafirma la dimensión antropológica de la cultura, que es un ente híbrido, heterogéneo, donde confluyen repertorios masivos, cultos y populares.

Las puestas cinematográficas no son solo producciones de sentido, sino también de sensaciones que alcanzan su clímax en narraciones estructuradas con el propósito de cautivar a cada persona. Palabras, visualidades, ritmos, melodías, nutren la relación dialógica de todo resultado si este es, realmente, arte.

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