Máximo Gómez
Foto: ACN
Máximo Gómez
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Máximo Gómez

Gómez a caballo
Máximo Gómez a caballo. Foto: lademajagua.cu

Por Pedro Antonio García

Quienes le conocen en su juventud, lo describen de buena estatura, faz trigueña, sobre lo delgado, erguido, ágil y elegante, finos los labios, sedoso el cabello y muy negro, los ojos de igual color, la mirada viva y penetrante. Sin embargo, en la memoria de casi todos los cubanos, Máximo Gómez (Baní, República Dominicana, 18 de noviembre de 1836-La Habana, 17 de junio de 1905) permanece como el viejo general de cabellos y barbas blancas, copioso bigote, esbelto sobre su corcel, tal como aparece en la célebre fotografía del venezolano Gregorio Casañas captada en el central Narcisa en octubre de 1898.

Su historia militar, solía afirmar el general y cronista mambí José Miró Argente, “está tan estrechamente unida a los fastos gloriosos de la rebelión de Cuba, que bien pudiera decirse que él la escribió toda con su espada invicta”. Organizador enérgico, lo califica a su vez José Martí como alguien “de quien solo grandezas espero […]. Donde está él, está lo sano del país, y lo que recuerda y lo que espera”.

A lo que agrega Maceo: “¿No es el más capaz de todos, y el que ahoga la ambición mezquina con su gloria y con su espada, más grande y más brillante que todos?”. Según Miguel Varona Guerrero, quien desde siendo apenas un adolescente combatió al lado de Gómez en la Guerra del 95, “si no siguió la peligrosa e impropia familiaridad, tampoco fue ajeno a la respetuosa cortesía y trato corriente, cuando circunstancias especiales lo permitieron, pues en determinados remansos de la lucha agrupó varias veces a sus cercanos subalternos para disertaciones literarias, donde su conversación y actitud fue cordial y sencilla y, aún más, no exenta de jovialidad”.

Los cubanos lo han llamado de diversas formas: el chino, el dominicano, el viejo general… Pero la historia lo reconoce, para siempre –desde que Martí lo designa, en nombre del Partido Revolucionario Cubano, “encargado supremo de la guerra, a organizar dentro y fuera de la Isla”–, como El Generalísimo. Vencedor de mil batallas, es el estratega brillante de las invasiones a Guantánamo (1871), Las Villas (1875) y Occidente (1895), y de la Campaña de La Reforma (1897), el táctico genial de La Sacra, Las Guásimas, Mal Tiempo y otras acciones.

En los combates su voz se oye imperativa y rápida, cuando lanza el grito de “¡Al machete!”, levanta su brazo armado del alfanje de hoja ancha y curva, hecha con fino acero, y parte como un rayo, sin preocuparse de si lo seguían o no sus compañeros. No por gusto su más talentoso enemigo, el español Arsenio Martínez Campos, lo llama “el primer guerrillero de América”. Ni es de extrañar que al despedirse del dominicano por última vez (nunca vuelven a encontrarse), Antonio Maceo le pida al también general Benigno Souza: “Cuide bien al Viejo. Nadie como él defiende nuestra bandera”.

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