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Renacer de un faraón y de un arqueólogo

El 4 de noviembre de 1922 se develó al mundo uno de los secretos del imperio egipcio mejor guardados. Centenario de un hallazgo fabuloso


Recuerdo cuando papá le dijo a mi madre: “Te estas delineando los ojos como Tutankamón”. Acto seguido pregunté en qué película había trabajado ese “artista”, lo cual provocó sonoras carcajadas de mis padres. Buscaron un libro y me enseñaron su imagen. Y efectivamente, mamá se le parecía.

Tuve más pormenores de su grandeza y sobre el culto del que fue objeto y las cosas extrañas que debió vivir: al nacer no le dieron por nombre este que recorre el planeta porque todos lo llamaron Tutankatón. La egiptóloga Joyce Tyldesley explica que al momento de su nacimiento en Egipto se adoraba al dios Sol, es decir Atón, por lo que su padre tuvo por nombre Akenatón.

Una vez convertido en faraón, y al estar en consonancia con los sacerdotes, empezó a adorar al dios Amón; o sea, rey de los dioses, por lo cual cambió “el chiqueo” o el anterior apelativo a Tutankamón porque se le vio como la deidad de todas las cosas vivas e inanimadas.

Cómo fue descubierto

El 4 de noviembre de 1922, el arqueólogo autodidacta inglés Howard Carter le dio nueva “vida”. Tras cinco años de persistente búsqueda protagonizó lo que se califica como uno de los descubrimientos más asombrosos de la historia: hallar la tumba del joven soberano, leyenda de una época fascinante.

Howard Carter en pleno proceso de restauración. / la-vanguardia.com

Los especialistas concuerdan en que a pesar de no ser el faraón más importante, ni siquiera el más longevo, hoy es sin lugar a dudas el más famoso. La explicación está, en lo fundamental, en la casi intacta tumba, encontrada en el Valle de los Reyes, ha declarado en reiteradas ocasiones el Ministerio de Antigüedades de Egipto.

Su sarcófago parece ser una copia fiel del mentado personaje y centro de estas líneas. Siempre ha habido “fijación” con él: una pléyade de arqueólogos y ayudantes, también norafricanos, emprendieron por décadas una de las mayores aventuras arqueológicas de todos los tiempos, inspiradora del séptimo arte, que lo ha recreado de múltiples formas.

Para la agencia española EFE, el egipcio Ahmed Abd el Rasul dio un valioso testimonio de un antecesor, un aguador local: “La verdad es que mi abuelo traía agua para la expedición en dos tinajas y a lomos de un burro cuando encontró la entrada. Todo ocurrió al excavar en la arena con sus manos para colocar una de las tinajas, ya que la base era redonda. Así fue cómo apareció el escalón de la tumba de Tutankamón que devolvió la esperanza a Carter».

Si bien yo pensé siendo niña que el susodicho monarca era un artista extranjero, lo cierto es que su última morada fue y es uno de los más preciados hallazgos en el Valle de los Reyes. Sitio donde Howard Carter indagó con pasión hasta alcanzar la gloria. Este egiptólogo era de clase media baja, lo cual requirió que lo financiara Lord Carnavon, obsesionado con el tema tanto como su “protegido”. Interés que no ha mermado un ápice.

Tanto, que el sarcófago de Tutankamón es de las cosas más retratadas por misteriosa y bella. Dejó de existir a los 19 años, otro motivo probable del despertar de una enorme ansiedad por conocer más sobre el Egipto antiguo, cuya grandeza se menciona cuando se habla de los modos de producción asiáticos, término introducido por Carlos Marx para estudiar fenómenos geopolíticos que se salen del esquema occidental.

Tutankamón fallece en 1352 a.n.e, probablemente de malaria, padecimiento muy común en aquella zona, ante lo cual ni su supuesto poder divino pudo hacer nada.

El renacer de un arqueólogo

Se dice en el gremio arqueológico que el estupor de Carter fue tan grande, que al preguntársele, en 1922, que veía, apenas logró decir: “Esto es maravilloso”. Póngase un segundo en su lugar; ¿qué diría usted si de repente entra en una habitación brillante de tanto oro casi en la totalidad de los 5 398 artefactos: ataúd macizo, máscara funeraria, tronos, arcos de tiro, trompetas, un cáliz, carros desmontados, comida, vino, sandalias… ah, y ropa interior de lino. ¡Carter necesitó 10 años para catalogarlos!

En lo que ha transcurrido de esta centuria no ha decaído el interés por el Valle de los Reyes y mucho menos por la cámara mortuoria de Tutankamón, ya que se han utilizado escaneos con radar de penetración terrestre tras las paredes de la famosísima tumba, pues se especuló que podría haber más nichos mortuorios con féretros intactos.

“Los más fantasiosos creen que la tumba de Nefertiti podría estar en sitios aún por analizarse”. Frank Rhüli, de la Universidad de Zúrich, en 2016 así se lo refirió a Scientific American. Esta idea sigue sin validarse experimentalmente, pero la voluntad de saber sigue en pie.

En nuestro criterio, sería muy alentador y moralmente correcto hacer de esta efemérides una fiesta a la perseverancia y al estudio, dedicándosele a Howard Carter, hombre abnegado, que paradójicamente murió solo, en 1939. Él no tuvo las pompas de su querido niño-rey. Y se le llegaron a cuestionar los méritos y métodos de trabajo. Todavía hay quién lo desvaloriza, criterios que en absoluto le restan brillo. Hay otros expertos que por el contrario reverencian su tesón de búsqueda.

El Sahara egipcio asemeja un almacén de ingentes tesoros. Allí “renacieron” un monarca, de la dinastía XVIII, y un moderno científico del siglo XX. Incluso gracias al egiptólogo británico se siguen “dictando” modas: ¡A lo Tutankamón!

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2 comentarios

  1. que suertudo ese aguador, no conocía la anécdota, y me parece acertado reconocer este día como el de celebrar a los científicos perseverantes.
    gracias por tus letras

  2. Sumamente interesante y, además, con el impecable estilo periodístico de María Victoria Valdés Rodda. Muchas gracias, Bohemia por seguir ofreciendo al lector temas como éstos que enaltecen nuestra condición humana.

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