Foto. / Archivo de BOHEMIA
Foto. / Archivo de BOHEMIA

Diálogos entre el fogón y la letra impresa

Cocina, arte, intelectuales, periodismo, reflexiones sobre la cotidianidad, se entrelazan en un libro que nos entrega la Editorial Oriente


“Queda aún el problema de los abastecimientos, perpetuamente en crisis crónica y rotatoria, de sector a sector. Ahora la carne, luego los frijoles, después la leche condensada, más tarde el café, y así sucesivamente para volver a empezar por la carne, los frijoles, la leche condensada, el café, el pan, las papas, las verduras… siempre hay un capítulo a la disposición de la Bolsa Negra […] Y aún a riesgo de hacer esta crónica cansina, no puedo ponerle fin sin mencionar […] la también habitual adulteración de los alimentos: las salsas de tomate que contienen más calabaza que tomate, amén de adulterantes de origen industrial […] las conservas en cuya elaboración el benzoato de sodio en altas concentraciones ha sustituido a la higiene, los dulces de coco… que son un ‘coco’ hecho con cualquier cosa menos coco…”

Parece haber sido escrito esta misma mañana, ¿verdad? Pues no, lo rubricó Adriana Loredo, es decir, Rosa Hilda Zell, en marzo de 1952. Mucho más dijo en El menú de la semana, que BOHEMIA entregó durante 13 años a sus lectoras y lectores, porque sin duda hay hombres a los que también les gusta cocinar, sin dejar de pensar con seriedad en tantas otras cosas de la existencia.

Lo terrenal y lo espiritual se daban la mano en esos textos, compilados en nuestro presente, bajo el título de Páginas muy bien condimentadas. Crónicas de BOHEMIA (1946-1949), por la periodista, investigadora, profesora universitaria, María Antonia Borroto Trujillo, quien en su introducción al volumen explica:

“Una sección de cocina en una revista puede parecer, a primera vista, muy poco interesante. Cabe esperar recetas más o menos fáciles de hacer, listas de ingredientes y unas cuantas indicaciones […] Tal descripción no es válida para El menú de la semana”. No es que su creadora obviara ese principio, pero el espacio “devino para su autora una atalaya desde la cual conversar […] no solo de cocina”. Y hacerlo de manera seductora, pues Rosa Hilda Zell “es, ante todo, una mujer de cultura y una notable periodista”.

María Antonia Borroto Trujillo ha publicado alrededor de una decena de libros y ha obtenido diversos premios. / Facebook

Ha llegado marzo de 2023 y dos celebraciones se suceden en Cuba: el Día de la Mujer (el 8) y el del periodista (el 14). Medio siglo atrás (cuando aún no existían ambos homenajes), Adriana Loredo exaltó la impronta de ellas y ellos en la cotidianidad de la Isla. Al respecto, la compiladora de sus escritos apunta que en El Menú de la Semana “aparecen, opiniones muy atinadas sobre los límites de la publicidad; muchos juicios a propósito de la escritura periodística”. A la par, se acerca “al universo creativo de importantes mujeres de la época”, dígase Dora Alonso y Vicentina Antuña, entre otras.

Páginas muy bien condimentadas… se dirige “a los lectores contemporáneos, en sentido general. Muchos de los desafíos que tenían las mujeres y la sociedad cubana de aquel período continúan siendo en buena medida nuestros desafíos”, me recalca Borroto al entrevistarla.

“Es un libro que disfruté y sufrí al mismo tiempo, porque seleccionar y transcribir los materiales fue un trabajo agotador. Yo misma me preguntaba el porqué de mi fascinación. Amén de la prosa, que es exquisita, me seducía ese mundo que yo conocí: mi mamá, mis tías abuelas; mujeres muy fuertes, que tal vez nunca escucharon hablar de feminismo ni se reconocerían como feministas, pero tenían un sentido de la dignidad femenina”.

Debut de la sección, el 7 de agosto de 1946. / Archivo de BOHEMIA

Las crónicas de Rosa Hilda Zell “nos permiten ver esos años (1946-1959) desde una perspectiva peculiar: no solo los grandes sucesos, no la épica que normalmente trasciende y llega a los periódicos. Hice el libro pensando precisamente en cuánto podría ayudar a la comprensión de aquella etapa”.

Por consiguiente, el volumen no es un repertorio de fórmulas culinarias. “Adopté el mismo criterio que siguió ella en Arroz con mango (recopilación publicada en 1952): eludir las recetas. La sección era muy interesante, llegó el momento en que estas ocupaban exclusivamente un recuadrito, muchas veces con una foto y el pie de la imagen; el resto lo dedicaba a cuestiones sociales y nutricionales”.

¿Qué vamos a degustar entonces en estos casi 300 folios, amén de la cuidada factura, a cargo de la Editorial Oriente? De cuando en cuando nos topamos con alguna receta sujeta a la urdimbre de las líneas. Así, por ejemplo, en la página 58 nos sorprende el dulce de tomate a lo Dora Alonso; en la 90 nos hace la boca agua el rollo de chocolate relleno.

Las mujeres nos sentiremos reconfortadas, comprendidas, al leer opiniones como la siguiente: “El primer deber de toda buena madre es no cansarse; no trabajar demasiado, pasear y divertirse y descansar por lo menos tanto como cualquier mujer que no sea madre, porque menos que ninguna otra mujer puede ella permitirse correr el riesgo de perder la salud, la serenidad y la alegría”. 

Asimismo, agradeceremos algunos consejos útiles (otros, por la solvencia material que requieren, eran y son imposibles de seguir por la mayoría de las cubanas) para aligerar las tareas domésticas y hacernos el día a día más llevadero.

A los aficionados y las aficionadas (no suelo hacer tal distinción, sin embargo, tratándose del Día de la Mujer bien viene un poco de enfoque de género) al arte y la literatura les complacerán sus referencias y comentarios sobre músicos eminentes, Virgilio, Homero, el peso de la cultura popular, Cervantes y el Quijote, Eurípides, Azorín…

Los historiadores y los escritores de relatos “de época” emprenderán un viaje en reverso y descubrirán los problemas del servicio doméstico en La Habana, las no desdeñables modificaciones impulsadas por la sección en el quehacer de las cocineras no profesionales y hasta en el mercado minorista nacional. Según la cronista: “Ha enseñado a diferenciar la buena mercancía de la mala; ha dado datos para distinguir los alimentos puros de los que no lo son; ha sido siempre la primera en dar las noticias de su sector y la que más a fondo las ha analizado”. Gracias a sus enseñanzas, las lectoras “obligaron a los comerciantes” a poner en los productos ciertos sellos de garantía, “al negarse a comprar” el que no los exhibiera.

Igualmente, los investigadores sabrán cómo transcurrían las visitas (un testimonio de primera mano) en la cárcel del Príncipe durante el machadato; o los habituales debates en 1951 en El Caracolillo, un café santiaguero a la vieja usanza, mientras en la ciudad se levantaban los quioscos “donde venden hayaca y prú y dulces” cuando resuena el ardiente carnaval de julio.

Incluso los lingüistas encontrarán información atrayente, pues Adriana Loredo discurre sobre la manera de hablar de los camagüeyanos a inicios del siglo XX, con frases olvidadas en el XXI. Narra, igualmente, cómo surgieron en otros lugares frases muy populares (todavía se repiten algunas), al estilo de “se acabó el pan de piquito”. Vale repetir la anécdota (insertada en la edición del 16 de abril de 1950):

“Hay frente al paradero de los tranvías del Carmelo, allá en Línea y 18 en el Vedado, una lechería cuyas puertas nunca se cierran. Allí desayunan los conductores y motoristas que sacan los primeros carros del día, y ‘cenan’ también los de la confronta en horas de la madrugada. Traían a esa lechería unos panecillos pequeños, de los que vulgarmente llaman ‘de piquito’, sabrosísimos; en cambio el pan de flauta no resultaba de tan buena calidad. Los que pedían café con leche insistían en que les dieran ‘pan de piquito’, y este se acababa antes que la demanda […] y de atrás del mostrador respondían al fin: ‘Se acabó el pan de piquitos’.

“La frasecita prendió […] Los tranviarios la regaron por toda la capital […] De todo lo cual soy testigo: por entonces vivía en la cuadra, merendaba muchas veces en esa lechería”.

En cuanto a los y las periodistas, apreciarán sus reflexiones sobre dilemas del oficio (ha cambiado el contexto, mas, nuestra profesión sigue bajo la mirada crítica de los amigos y la detracción de los enemigos) y el recordatorio de que “si se desenvuelve una sección con criterio periodístico interesará hasta a los que no se interesan por el tema en ella tratado”. Además, que la colega revele sin remilgos la carpintería interna de los textos, sus recursos emotivos y técnicos.

Comparto, por último, lo expresado por la filóloga y ensayista Zayda Capote durante una presentación de Páginas muy bien condimentadas…: “María Antonia Borroto supo elegir las crónicas más potentes y válidas, para mostrarnos claramente quién fue Rosa Hilda Zell, esa Adriana Loredo cuyos méritos bastan para recordarla y volverla a leer.

“Es alegría grande hallar esas voces del pasado que parecen estarnos hablando ahora mismo. María Antonia eligió compartir sus conocimientos de estas crónicas y festejar a su autora del mejor modo: dándole la palabra en el concierto de nuestra vida actual, una tarea digna de gratitud”.

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Un comentario

  1. MUCHAS GRACIAS, mi nombre es Leslie Pérez Hijarrubia y soy nieto de Rosa Hilda Zell ( Adriana Loredo) mi madre es Laura Hijarrubia Zell y aún vive, ella de hecho tuvo que compartir el exilio con mi abuela en Santo Domingo por la postura política de mi abuela Rosa Hilda Zell, ella estará de lo más contenta cuando le lea el artículo, Gracias Nuevamente y Muchísimas Bendiciones.

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