El combate del Hotel Nacional

En la instalación insignia de la industria turística cubana se escenificó un enfrentamiento armado entre la antigua oficialidad del ejército y los sargentos, soldados y estudiantes que detentaban el poder en octubre de 1933

Por. / Pedro Antonio García*


Tras el derrocamiento de la tiranía machadista, el 12 de agosto de 1933 el embajador yanqui Benjamín Sumner Welles, con la complicidad de los politiqueros tradicionales y la alta oficialidad de las fuerzas armadas, designó como presidente de la nación a Carlos Manuel de Céspedes y Quesada. Cuando se debatió sobre quien se desempeñaría como jefe del ejército, el diplomático norteño sufrió una gran contrariedad.

Hubo casi una unánime oposición a que se ratificara en esa jefatura al general Alberto Herrera, amigo y fiel seguidor del señor Welles. Al final se decidió que lo fuera el coronel Julio Sanguily Echarte, a quien Herrera había restituido como jefe de la aviación el mismo 12 de agosto, pues el sátrapa anteriormente lo había separado de su cargo.

El Hotel Nacional tal como era en 1933. / Autor no identificado

Ascendido por Céspedes y Quesada de coronel a mayor general, Sanguily Echarte estuvo muy poco tiempo en esa responsabilidad. Una úlcera perforada lo obligó a una rápida hospitalización e inmediata intervención quirúrgica. En plena convalecencia lo sorprendió el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933, perpetrado por sargentos,  tras el cual se creó la llamada Pentarquía –de vida efímera– y, días después, ascendió Ramón Grau San Martín a la presidencia.

Los amigos convencieron a Sanguily de que se trasladara a una habitación del Hotel Nacional con el pretexto de que su hijo tenía allí una oficina. Pero era otra la verdadera causa: en la instalación insignia de la hotelería cubana vivía el embajador Welles, motivo suficiente para que el coronel devenido general se sintiera protegido de cualquier detención o represalia del gobierno.  

Muchos de los oficiales del ejército, destituidos en la práctica tras la sublevación de los sargentos, comenzaron a hospedarse en el Nacional, convirtiéndolo este en un campamento militar fortificado, con ametralladoras en cada piso. Entretanto, lanzaban un festinado ultimátum al presidente Grau conminándolo a que los restaurara en el mando y, a la vez, castigara a los sargentos participantes en la asonada de septiembre.

¿Miopía política? En realidad aquello parecía algo de locos. En primer lugar, porque mal podía Grau complacerlos ya que Batista tenía el verdadero control sobre la soldadesca y era un desatino ordenarle que destituyera a sus compinches e, incluso, a sí mismo; además, cualquier mente cuerda comprende que una resistencia armada en el hotel es imposible. Pero ellos todo se lo jugaban a una carta: la intervención armada de los Estados Unidos.

Batista se mueve

Solía decir Calixta Guiteras que su hermano Toni afirmaba que Fulgencio Batista “era un tipo listo, vivo, pero muy ignorante”. Este juicio del líder de Joven Cuba solo es válido hasta 1935: pues en los años siguientes a la caída en combate del revolucionario, el ex guajirito de Banes, como buen autodidacta, aprendió mucho en el arte de gobernar, lo que sumado a su astucia y sagacidad congénita –y tal vez, a su carencia total de escrúpulos y ética– lo convirtió en una figura relevante y muy peligrosa de la vida política nacional en la primera mitad del siglo XX.   

No habían pasado 48 horas de su ascensión a la jefatura del ejército y ya le hacía una visita al embajador Welles. Al diplomático aquel sargento taquígrafo no le causó una buena impresión inicial. Mucho más obtuvo el militar cubano, cuyo principal objetivo era tomarle el pulso al yanqui. Cuando la pentarquía agonizaba, hizo un nuevo tanteo, esta vez no personalmente ni con el estadounidense.

Demos la palabra al mismísimo Benjamín Sumner Welles, quien en un informe a sus superiores, fechado el 9 de septiembre de 1933, consignaba: «Una comisión de sargentos visitó al presidente [sic] Carlos Manuel de Céspedes y Quesada esta mañana en su casa para informarle que el coronel, exsargento, Fulgencio Batista estaba dispuesto a apoyar su restauración a la presidencia si el presidente Céspedes lo confirmaba como coronel y jefe del ejército, además de garantizar su seguridad y la de sus socios en el motín. El presidente Céspedes se negó a hacer compromisos mientras no fuera restituido en el poder.» 

Una vez más el exembajador de Cuba en Washington demostraba su poca sagacidad política. Podía haberse comprometido verbalmente, pero lo cegaba su espíritu aristocrático, pues en el fondo, Céspedes rechazaba a esos sargentos que depusieron a los oficiales de buena familia, graduados de escuelas militares. Por su parte Batista comprendió que con sujetos así era imposible un entendimiento y en futuras propuestas, prefirió pactar con alguien como Carlos Mendieta.

Presionado por Guiteras, quien exigió medidas ante las noticias sobre el abastecimiento de armas de la oficialidad alojada en el Hotel Nacional, el sargento devenido coronel ordenó cercar la instalación, impedir toda entrada y salida de ella, así como situar ametralladoras y obuses a su alrededor. Ante esto, los empleados se atemorizaron y abandonaron el lugar, seguidos por los huéspedes y los diplomáticos acreditados en Cuba, incluyendo a Welles.

A los sitiadores se les fueron agregando militantes del llamado Ejército Caribe, que respondía al ala derecha del Directorio Estudiantil Universitario (DEU), del grupo Pro ley y Justicia y del ABC radical. Se le privó al Nacional de agua y electricidad. Más allá del veril, en aguas internacionales, podían verse los navíos de guerra estadounidenses que Franklin D. Roosevelt había enviado a petición de Welles.

¿Hubo realmente un compromiso del embajador yanqui con los oficiales acampados en el Nacional sobre la posibilidad de una intervención armada? Conociendo al sujeto, todo es posible suponer. Aunque habría que calificar de ingenuos a esos militares si así lo creyeron. Un desembarco de marines desmentiría la Política de Buen Vecino preconizada por Roosevelt. También se ha hablado de un supuesto apoyo de la organización ABC que no solo abastecería a los sitiados sino que los apoyaría con un levantamiento armado en la capital. Se sabe que varias células de esa agrupación estuvieron acuarteladas hasta el 1.º de octubre pero sorpresivamente sus superiores les dieron órdenes de desmovilizarse.    

Un decreto suscrito por Grau San Martín y Antonio Guiteras conminaba a todo miembro del ejército a presentarse en los cuarteles. De no hacerlo se le separaba definitivamente de las instituciones armadas. El 26 de septiembre se cumplió el plazo dado por el gobierno. La suerte estaba echada.

Grau y Batista con ministros del gobierno de los 100 días y personal militar. / Autor no identificado

El combate

En la noche del 1.º de octubre Guiteras convocó a una reunión en el campamento de Columbia y ordenó el ataque al hotel. Batista estuvo de acuerdo. A las 5:45 a.m. del siguiente día comenzó el combate. Tres mil soldados de infantería intentaron tomar la instalación pero sufrieron muchas bajas ante los certeros disparos de los oficiales francotiradores. Ya eran las 10 a.m. cuando las baterías de obús 75mm ubicadas en la calle Calzada, fuera del alcance visual de los sitiados, comenzaron a hacer estragos entre ellos. 

El coronel devenido general Julio Sanguily Echarte. / Autor no identificado

Después de una tregua para sacar 12 heridos del Nacional (cuatro de ellos en estado grave) y las mujeres que permanecían allí, a las tres de la tarde se reinició el cañoneo. Una bandera blanca se izó a modo de rendición. La soldadesca y los civiles que los secundaron invadieron el lugar. No fue “la serenidad de Sanguily, de pie en el lobby”, lo que le evitó ser asesinado, como líricamente describió un historiador de origen cubano con taras de poeta, sino la oportuna intervención de Belisario Hernández, un antiguo ayudante suyo.

Hernández logró llevar a un sitio seguro a Sanguily Echarte, sus dos hijos y al coronel Horacio Ferrer en calidad de detenidos y enviarlos a la fortaleza de la Cabaña. Tras la partida de sus dos jefes, los sitiados fueron baleados por la soldadesca, con el resultado de 10 muertos y más de 20 heridos.

Después de la matanza de la calle Reyna (29 de septiembre), cuando se tiroteó la concentración que se disponía a participar en el entierro de las cenizas de Mella, y el combate del Hotel Nacional, los tanques pensantes de Washington comenzaron a evaluar la posibilidad de que Batista se pudiera convertir en el Hombre Fuerte de Cuba y aliado natural de los intereses estadounidenses en nuestro país. Pero el señor Welles todavía confiaba en “sus muchachos” del ABC y el levantamiento “a lo Mussolini” que ellos tanto habían prometido. De eso trataremos en un próximo texto.

* Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico 2021 por la obra de la vida

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Fuentes consultadas

Los libros La Revolución que no se fue a bolina, de Rolando Rodríguez; Con el Rifle al hombro, de Horacio Ferrer; y La gran mentira, de Ricardo Adam Silva. La compilación Foreign Relations of the United States. Diplomatic Papers. 1933 Vol. 5, Department of State, United State.

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