Foto. / Archivo de BOHEMIA
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“Era una eclosión volcánica”

La evocación de años fundacionales y de su panorama literario, nos traslada a un país inmerso en un crecimiento intelectual no ajeno a contradicciones personales, familiares y sociales


“Quienes vivimos esa época la recordamos como algo irrepetible”, asegura Emmanuel Tornés Reyes, entonces un veinteañero que cursaba la carrera profesoral de Español en el antiguo Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, de la Universidad de La Habana. Transcurría la primera década tras el triunfo revolucionario de 1959 y el país se transformaba aceleradamente en todos los ámbitos, primordialmente el cultural.

Rebeldes de la Sierra, pintura al óleo realizada por Servando Cabrera Moreno en 1961. / Archivo de BOHEMIA

Por su especialización en la narratología y la historia de la literatura cubana y latinoamericana, el hoy respetado ensayista, crítico, académico, puede ofrecernos no solo su testimonio sobre un periodo fundacional, sino valoraciones acerca de cómo se configuró el panorama literario de aquel decenio. 

“No puedes hablar de una literatura sin contextualizarla. El impacto de la Revolución cubana fue a nivel local y continental –no olvidemos que en América Latina los anteriores procesos revolucionarios habían sido abortados– y esa repercusión en las esferas de la intelectualidad y de la cultura se revirtió positivamente hacia Cuba.

“La Habana se convirtió en uno de los circuitos del continente con mayor ebullición cultural (no significa que en otras provincias, como Santiago de Cuba, no ocurriera). Era innegable la efervescente creación artística y literaria, por dondequiera que miraras te encontrabas con pintores, narradores, poetas, músicos, y centros culturales que surgían o revivían.

“Se trataba de una atmósfera sui géneris, enriquecedora. Éramos parte de esa nueva cultura en gestación. Se efectuaban por doquier eventos internacionales, como el Salón de Mayo, en 1967; el Congreso Cultural de La Habana, en 1968, y los concursos de Casa de las Américas, a los cuales venían escritores del más alto nivel a integrar sus jurados. Pude ver a Julio Cortázar, a Mario Benedetti y asistir a recitales y conversatorios de ellos y otros autores.

Los años 60 fueron de efervescencia cultural en todos los órdenes, asegura Emmanuel Tornés Reyes. / Leyva Benítez

“Imagínate, yo salía de mis clases universitarias a la 1:00 del día y a veces en la tarde, y sin comer, corría para la Cinemateca o Casa de las Américas, la Uneac u otro escenario donde iba a tener lugar una lectura o una conferencia. Recuerdo que recibí diversos cursos de música clásica en la Biblioteca Nacional; aquello era una delicia, un real aprendizaje.

“Dos o tres veces a la semana asistía a salas teatrales: El Sótano, la Hubert de Blanck, la Tespis, que estaba en el hotel Habana Libre, para ver la mejor dramaturgia mundial; se estrenaban las obras de vanguardia, de Bertolt Brecht, del teatro del absurdo, el de la crueldad, el happening…”.

-¿Y en cuanto a la creación literaria en el país?

-Esta despuntó al calor de la campaña de alfabetización, el proceso de seguimiento de la enseñanza, el desarrollo editorial, con la Imprenta Nacional y la conducción de Alejo Carpentier. En el decenio se publicó buena parte de lo más relevante de la literatura mundial. Todos querían leer; además, los textos eran asequibles al bolsillo menos favorecido. No olvidemos tampoco que teníamos una fuerte cultura de años anteriores a 1959, la cual revivió con el proyecto revolucionario.

“La Revolución estimuló, no lo perdamos de vista, un aumento de la autoestima en el cubano y en los latinoamericanos, una mirada de nuevo hacia nosotros, ayudó a darnos cuenta de nuestros valores y ver que estábamos a la altura de cualquier cultura del mundo.

Febrero de 1968, La Habana: el jurado del Premio Casa de las Américas visita la Escuela Nacional de Arte. / Autor no identificado. Archivo de BOHEMIA

“Ningún otro continente exhibía en esos momentos una literatura tan rica como la de América Latina. Había emergido el boom de la novela, con García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, etcétera. Cuba fue una de las naciones donde se gestó ese movimiento con Alejo Carpentier, José Lezama Lima y otros destacados escritores. Carpentier y Lezama le dan la vuelta al planeta; el primero con El siglo de las luces, en 1962, y el segundo con Paradiso, en 1966”.

-¿Eran espontáneas las obras a favor del proyecto renovador o un grupo de ellas se hizo por encargo, con un objetivo propagandístico previamente diseñado?

-No dudo que alguien por sí mismo decidiera escribir por encargo, pero de modo general la explosión literaria del momento estuvo motivada por la propia percepción de los autores, su necesidad de plasmar las ideas emergentes, la nueva sensibilidad y las renovaciones de la narrativa y la poesía; de eso no tengas dudas. Fueron respuestas naturales de los creadores ante el cambio social, político e ideológico en marcha; acordes con la eticidad que emanaba de la Revolución.

-Durante el decenio de los 60 coexistieron diversas tendencias en la lírica y los textos de ficción, ¿cuáles fueron las más representativas?   

-Tanto en América Latina como en Cuba, prevaleció la poesía coloquial, o conversacional, con Roberto Fernández Retamar, Mario Benedetti, Juan Gelman, Nancy Morejón, etcétera. Tomó fuerza una mirada cercana al pueblo, al otro yo, al ser que está junto a mí. Sin embargo, continuaban activos en la Isla algunos poetas puristas y otros que, como los del grupo Orígenes, se centraban en la intimidad, la trascendencia espiritual, la búsqueda del ser cubano; ellos reflejaron también el proceso revolucionario, aunque mantuvieron las exigencias formales con las cuales se distinguieron en los años 40 y 50. A su manera, no fueron ajenos al cambio producido en el país.

Biblioteca Nacional José Martí, un domingo de 1963. / Autor no identificado. Archivo de BOHEMIA

“En cuanto a la narrativa dentro de la denominada literatura de la Revolución, se destaca la corriente de la novela y el cuento, inmersos en los asuntos épicos, acerca de la participación en las acciones revolucionarias, ya sean previas al triunfo o en la década de los 60.

“Ejemplo de ello es Bertillón 166, de José Soler Puig; esta novela recibió el premio inaugural del género en el concurso Casa de las Américas de 1960. Narra las luchas clandestinas en Santiago de Cuba (después Rebeca Chávez hizo, a partir de esa historia, la película Ciudad en Rojo). Y abre el diapasón de una tendencia que sobre todo va a testimoniar la épica de la violencia (así la denominó uno de nuestros críticos). Luego Reynaldo González ganó en el referido certamen con Siempre la muerte, su paso breve (1968), sobre las acciones de la clandestinidad en Ciego de Ávila.

“A dicha línea corresponde también una cuentística de altos valores estéticos: La guerra tuvo seis nombres (1968) y Los pasos en la hierba (1971), de Eduardo Heras León, quien fue miliciano durante la batalla de Playa Girón; Los años duros, de Jesús Díaz (1966, Premio Casa de las Américas); Días de guerra (1967), el primer libro de Julio Travieso; Condenados de Condado (1968), en el que Norberto Fuentes se adentra con total crudeza en lucha contra bandidos en las montañas del Escambray.

En la narrativa de la violencia abundan los testimonios, e incluso las vivencias personales de los autores. / lajiribilla.cu

“Sergio Chaple adoptó un enfoque muy propio al rememorar el enfrentamiento al régimen batistiano. Él trabajaba en una fábrica de cigarros y tabacos cercana al Palacio Presidencial; un día de 1957, cuando se dirigía a sus labores, lo sorprendió el asalto al Palacio Presidencia. Varios relatos de su libro Ud. sí puede tener un Buick (frase de un anuncio comercial en la Cuba de entonces) recrean el importante suceso. De igual modo encontramos textos cargados de ironía y humor, como el que da nombre al volumen.

“Aunque hay suficientes documentos históricos, pienso que la historia de los años 60 no podría escribirse totalmente sin tomar en cuenta las creaciones literarias del momento, en especial la novela y el cuento. Esa es una bondad de la literatura: te revela la dinámica interna de una cultura, de un país y de su gente; nos muestra cómo sienten, piensan y reaccionan los seres humanos en los contextos históricos precisos.

“Hay otra vertiente dentro de la narrativa de la Revolución que pudiéramos adscribir a temáticas de orden ideológico. Sus exponentes presentan las contradicciones generadas por un proceso de enfrentamiento en el plano de las ideas, entre el avance de las transformaciones y la resistencia de patrones conservadores aferrados al pasado. Esas obras reflejan asimismo el cambio de sensibilidad que afloraba. Son simbólicas, en este caso, las novelas La situación (Premio Casa en 1963), de Lisandro Otero, y Memorias del subdesarrollo (1965), de Edmundo Desnoes, muy conocida esta última por la versión cinematográfica de Tomás Gutiérrez Alea”.

-Recuerdo un relato que dio pie a otra película: Los sobrevivientes.

-Es de Antonio Benítez Rojo. Él entregó dos libros de cuentos en esa etapa: Tute de Reyes (1967) y El escudo de hojas secas (1969). Este autor, siguiendo a Alejo Carpentier, optó por mostrar la confrontación de la resistencia y los cambios en las personas, pero mediante recursos narrativos como lo real maravilloso, lo especulativo. Uno de sus relatos inspiró a Gutiérrez Alea para realizar el filme Los sobrevivientes (1978). Algunas narraciones de Virgilio Piñera muestran igualmente la lucha de contrarios en el plano ideológico. También lo hace Ezequiel Vieta, con Vivir en Candonga, novela que por sus características navega en varias corrientes. 

Varios libros publicados en el decenio motivaron versiones cinematográficas./ cubaperiodistas.cu

“Dentro de la narrativa creada en Cuba durante los 60 existe una tercera línea o postura que recurre a preocupaciones sobre lo identitario y el lenguaje, con ciertas notas de humor. Es el caso de Paradiso y, de algún modo, El siglo de las luces. Paradiso es, a la par, una historia acerca de la familia; Lezama exalta el papel de esta como fortaleza de la sociedad; por cierto, en aquel tiempo algunos críticos no comprendieron bien los propósitos del novelista.

 “Olvidaba Vivir en Candonga, una novela curiosa ubicable en la corriente de la confrontación de ideas. Cuenta la historia de un entomólogo que buscaba una rara especie de mariposas en plena Sierra Maestra, cuando a su alrededor los rebeldes libraban combates contra las tropas batistianas. Con sus matices humorísticos, esta ficción pudiera incluirse, asimismo, en la narrativa de la violencia; sin embargo, su interés más profundo es abordar el papel del intelectual en una revolución. Como buena obra literaria, no lo dice explícitamente, el lector lo intuye.

“Entre las ficciones de corte identitario y experimentación en torno al lenguaje pueden señalarse dos novelas paródicas, ambas publicadas fuera de Cuba: Tres tristes tigres (1967), de Guillermo Cabrera Infante, y El mundo alucinante (1969), de Reinaldo Arenas, quien ya había escrito en 1965 un libro bellísimo con el tema de la infancia: Celestino antes del alba.

 “Una cuarta línea es la de carácter folclórico y costumbrista; pensemos en Juan Quinquín en Pueblo Mocho y demás relatos de Samuel Feijóo; ese fue el período en que Onelio Jorge Cardoso concibió muchas de sus narraciones y colocó en la cuentística la mente del campesino, el hombre de pueblo. Otros escritores siguieron un camino similar, sin alcanzar la altura de Feijóo, de Onelio y de Dora Alonso”.

“Además, en este decenio se desarrollaron la literatura de ciencia ficción y la destinada a los niños, de la cual Dora y Onelio fueron paradigmas, sus textos dieron cabida a la nueva ética y la perspectiva de la Revolución”.

-Usted ha mencionado a Dora, a Nancy Morejón; sin embargo, cuando se habla de las obras sobre la épica revolucionaria las escritoras suelen quedar postergadas. Por ejemplo, Carilda Oliver Labra, quien escribió el poema Canto a Fidel.

-Por lo general los críticos se han dedicado a exaltar a las figuras masculinas y no pocas veces olvidaron un tanto a las mujeres. En 1965, María Elena Llana publicó La reja, un excelente libro de cuentos en torno a la lucha clandestina, pero en especial sobre las transformaciones que sufrían las familias cubanas en aquel contexto. Está a la altura de la mejor cuentística de la década en nuestro continente. Siempre digo que ella es una de las autoras del boom que la crítica no contempló.

Periódicos y revistas acogieron polémicas acerca del arte, la literatura, la filosofía. / Archivo de BOHEMIA – / cubahora.cu

“Dentro de otras tendencias presentes en los 60, se inscriben Carilda Oliver Labra y Fina García Marruz, poetas de gran prestigio en las letras cubanas”.

-Antes de comenzar formalmente la entrevista, me comentó que había vivido las controversias del decenio relacionadas con la cultura.

Si algo es inseparable de los años 60, son los debates públicos sobre la literatura, el cine y el arte en general. Los creadores, artistas, escritores se sentían a gusto con esa práctica. Era frecuente encontrar polémicas en los periódicos y revistas. Ello fertilizaba la cultura de los individuos.

“Fue muy famosa la controversia entre Alfredo Guevara, el cineasta, presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), y antiguos integrantes del Partido Socialista Popular, en especial Blas Roca. Los segundos planteaban que los filmes de la nueva ola y otros, que entonces se exhibían en la Isla, hacían concesiones al capitalismo y no debían mostrarse. La historia demostró que fue un error sostener tal perspectiva. Nosotros disfrutábamos de un cine refinadísimo, de la mayor calidad y sabíamos distinguir sus propuestas. Sin duda, el haber visto esa cinematografía de Europa occidental, Asia, el campo socialista y otras regiones, nos dio una cultura extraordinaria.

“Abundaron, de igual modo, las discusiones acerca de las funciones y el estilo de la literatura. Algún que otro llegaría a defender los presupuestos del realismo socialista.

 “Por consiguiente, disfrutábamos las polémicas, las seguíamos en las publicaciones. No menos esencial fue la aparición de numerosas revistas, por ejemplo, Revolución y Cultura, Casa de las Américas, Unión, La Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo, donde un grupo de narradores, poetas, artistas y críticos dio a conocer el manifiesto “Nos pronunciamos”. Pensamiento crítico divulgó el pensamiento filosófico más avanzado de su tiempo y contribuyó al debate ideológico; era una importante revista de nivel continental”.

-¿Cree usted en la vigencia de aquella literatura de la Revolución o en la necesidad de rescatarla?

-Reitero que aquel período se caracteriza por un cromatismo muy amplio. Por supuesto, como sucede en la narrativa y la poesía de cualquier época, esta contiene obras de excelencia, regulares y de pobre factura. Las de varios autores, digamos que los clásicos –Carpentier, Lezama, Virgilio, Dora, Onelio–, se han venido editando sistemáticamente. Y contamos con reediciones más o menos actuales de otros escritores, como Eduardo Heras León. 

“Pudiéramos elaborar antologías para rescatar ciertos cuentos meritorios de Manuel Cofiño (en 1969 publicó Tiempo de cambio, algunos de sus relatos son estremecedores), Hugo Chinea o Sergio Chaple.

“Resumiendo, la producción literaria cubana de los años 60 fue y sigue siendo considerada una de las grandes literaturas de América Latina. Debemos continuar promoviendo sus obras más valiosas”.

Emmanuel Tornés Reyes es autor de diversos libros dedicados a estudios literarios, entre ellos: Travesías del silencio (2016) e Hispanoamérica, la narrativa del posboom y otras tendencias (2019). Además, integró el grupo de expertos que realizó Obras y personajes de la literatura cubana (2017), una labor coordinada por el poeta, ensayista e investigador Virgilio López Lemus.

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