Ana Fidelia Quirot sostuvo 34 años un récord nacional. / facebook.com/AnaFideliaQuirot
Ana Fidelia Quirot sostuvo 34 años un récord nacional. / facebook.com/AnaFideliaQuirot

Honor a un récord

Roxana Gómez y Ana Fidelia Quirot: dos zancadas, unas historias


Los récords en el deporte nacen, brillan y se apagan. Algunos duran apenas un suspiro. Otros, una vida. Son como estrellas fugaces o constelaciones que no se extinguen.

Pero todos, sin excepción, arden. En músculos. En mentes. En almas. Es un fuego que pasa de una generación a otra, como una antorcha invisible.

Eso ocurrió hace pocos días, en el Campeonato Mundial de Atletismo, en Tokio.

Una cubana desafió al reloj y a la memoria. Roxana Gómez, espigada, firme, silenciosa. Corrió los 400 metros como si volara. Su zancada no solo resultó veloz: fue un símbolo. Detuvo el cronómetro en 49.48 segundos. Récord nacional.

Y con ello derribó una muralla de leyenda: la marca de Ana Fidelia Quirot, 49.61, establecida en 1991, en aquellos inolvidables Juegos Panamericanos de La Habana, cuando gracias a páginas gloriosas nuestro país encabezó el medallero con 140 oros, superando a Estados Unidos.

Esa marca resistió 34 años. De admiración y respeto durante 34 años.

Porque Ana Fidelia no fue solo una atleta. También coraje, fuego, renacimiento. Sobrevivió a un incendio, al dolor, a la duda. Y volvió a correr mejor que antes. Su récord era más que un número: era una historia tatuada en la piel del atletismo cubano.

Roxana Gómez corrió hacia el futuro. / cubahora.cu

Por eso, cuando Roxana lo rompió, no lo borró. Lo honró. Lo abrazó. Lo hizo eterno.

Porque los récords no se destruyen: se heredan. Y Roxana lo heredó.

En la pista más rápida del planeta, donde dos mujeres bajaron de los 48 segundos y todas las finalistas corrieron por debajo de los 50. Donde cada centésima era una batalla.

Roxana llegó sexta en el mundo. Pero primera en Cuba. Primera en romper el silencio. En decir: “Aquí estoy”.

Su entrenador, Yaseen Pérez, lo sabía: cada zancada era una oración. Cada entrenamiento, una promesa.

Desde los 16 años corrió hacia el porvenir. Y ahora, con 26, hacia la luz. No hubo oro, ni plata, ni bronce. Pero sí algo mayor: historia.

La historia de una mujer que esperó su momento y, cuando llegó, lo abrazó con garra.

Ana Fidelia debió sonreír. Porque sabe que su legado sigue vivo. Que Roxana no la venció: la continuó.

Así es el deporte. Así es la vida.

Los récords nacen, brillan y se apagan. Pero el mérito es de ambas: de quien lo impuso y de quien lo elevó.

Ambas corrieron con el corazón.

Y el corazón, cuando late fuerte, deja huella.

Una huella que no se borra.

Una huella que se llama Cuba.

Ana Fidelia: Una novela
● Sí, la vida de Ana Fidelia Quirot parece sacada de una novela. El 22 de enero de 1993 sufrió un percance que la puso al borde de la muerte: graves quemaduras en aproximadamente el 40 por ciento de su cuerpo.
● Luego, casi enseguida, ocurrió algo casi increíble. Su voluntad, los cuidados médicos, la atención constante y el apoyo psicológico de muchos la llevaron a una recuperación asombrosa. Regresó fortalecida a las pistas. Le dio gran importancia a las visitas de Fidel: estuvo esa noche en el hospital, pasadas las 11, tres horas después de su llegada. Esa fue tan solo la primera.
● Unos pocos meses después, el 27 de noviembre de 1993, volvió a competir: medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Ponce, Puerto Rico. Y eso, a pesar de que apenas podía mover el brazo derecho ni ayudarse con el cuello.
● En 1994, una y otra vez en los quirófanos: 10 operaciones de cirugía reconstructiva y estética. Lo mejor estaba por llegar.
● Antes de aquel día trágico, había conquistado cinco ediciones consecutivas del Grand Prix: tres en los 800 metros planos (1987, 1989, 1991) y dos en los 400 (1988 y 1990).
● No se fue con las manos vacías en dos competencias claves: plata en el Campeonato Mundial de Tokio 1991 y bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
● En los 400 metros eslabonó 19 carreras sin perder (más de un año). En los 800, su imbatibilidad fue aún mayor: 39 carreras (¡casi tres años!).
● La medalla de plata en Tokio 1991 la cambió por el oro en Gotemburgo 1995. Volvió a ser invencible en el Mundial de Atenas 1997.
● La de bronce en Barcelona 1992 la superó con la de plata en Atlanta 1996… donde incluso pudo haber ganado.

Roxana Gómez: La resiliencia
El sueño de todo niño –o niña– deportista es verse compitiendo en unos Juegos Olímpicos, en un Campeonato Mundial… Y una vez allí, si no se alcanzan medallas, al menos tener la dicha inmensa de incluirse en una final.
Roxana Gómez ha debido aferrarse a la resiliencia –esa capacidad de levantarse, adaptarse y seguir adelante– para no rendirse.
No se olvida que fue quinta en el Mundial Juvenil de Cali 2015, y sexta en el de menores de 20 años en Bydgoszcz 2016.
En los Juegos Olímpicos debutó en el relevo 4×400 de Río 2016 (puesto 15). Luego se enfocó en Tokio 2020, que la pandemia del covid-19 obligó a posponer para 2021. Roxana siguió entrenando, soñando, superándose. Pero tampoco allí logró sus metas: quedó en semifinales.
En París 2024 quería más. Quería todo. Quería final. Y otra vez, no pudo.
Sin embargo no se rindió. Siguió esperando otro momento. Siguió superándose.
Y lo logró: en el Campeonato Mundial de Tokio volvió a ser finalista. Allí, en los 400 metros, rompió el viejo récord nacional de Ana Fidelia Quirot. Roxana escribió su propia línea en la historia 34 años después.

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