Imagen de archivo restaurada digitalmente.
Imagen de archivo restaurada digitalmente.

La asonada que generó una Revolución

El 4 de septiembre de 1933, una sublevación militar motivada inicialmente por demandas económicas, al involucrarse en ella el estudiantado, llevó al poder a una generación que quería transformar la sociedad de su tiempo


Gerardo Machado había vociferado varias veces que continuaría en el poder hasta que se cumpliera su mandato presidencial en 1935. Pero en el verano de 1933, un incidente en un paradero de guaguas terminó evolucionando a una huelga nacional y el sátrapa tuvo que abandonar el país el 12 de agosto de ese año.

El embajador yanqui Benjamín Sumner Welles tuvo que maniobrar rápidamente para evitar que el momento fuera aprovechado por las fuerzas revolucionarias. Escogió entonces a Carlos Manuel de Céspedes y Quesada como presidente interino del país. Los políticos tradicionales y un amplio sector de la oposición a Machado aceptaron la selección. Y el hijo del Padre de la patria juró el cargo en su casa del Vedado a las 9:30 de la mañana del 13 de agosto.

Una huelga general obligó a Machado a renunciar al poder y abandonar Cuba en agosto de 1933./ Autor no identificado

Céspedes y Quesada poseía muy buenas cualidades para la responsabilidad que le asignaron. Hablaba el inglés con la misma perfección que el español. Admiraba profundamente a los Estados Unidos y su cultura. Tenía fama de honesto: era rico, por lo que no le hacía falta robar ni aspiraba a ser presidente. Pero, a la vez, lo lastraban grandes limitaciones. Parecía no tener opiniones propias. Todo lo consultaba con Welles. O le pedía constantemente consejos a Cosme de la Torriente, su colaborador y amigo.

En sus 22 días de mandato, imperó el desorden en el país. No había ley ni autoridad, testimoniaría años después el periodista Enrique de la Osa. Sin orden de detención, las cárceles se llenaban de machadistas. Las propiedades de estos eran saqueadas ante la pasividad de la policía. Todos los días arrastraban a algún sicario o delator por las calles de La Habana.

El caso más sonado fue el de los asesinos de tres revolucionarios ultimados durante el machadato en Matanzas. El padre de los mártires, el coronel mambí José el Gallego Álvarez, los llevó con un grupo de muchachos del Directorio Estudiantil Universitario (DEU) y otros grupos insurreccionales al monte donde ocurrió el crimen. Y allí mismo fueron ejecutados los cinco culpables, sin mediar juicio. Las autoridades nada hicieron.    

Un ciclón golpista

Céspedes y Quesada, un mandato de solo 22 días./ Autor no identificado

Entretanto, Céspedes y Quesada disolvió el Congreso machadista, restituyó la Constitución de 1901, designó como jefe del Ejército al coronel Julio Sanguily Echarte, a quien ascendió a mayor general, y al general retirado Armando Montes como secretario de Guerra y Marina. Esto último inquietó a los sargentos y soldados, pues este militar se había opuesto anteriormente a la Ley de los Sargentos, que subía sueldos y agilizaba ascensos.

Se propagó el rumor de que en los planes del nuevo ministro estaba la depuración y reorganización del ejército, la disminución de los efectivos militares y la inminente rebaja de salarios en las fuerzas armadas. Los sargentos comenzaron abiertamente a conspirar.

Un huracán azotó Matanzas y el territorio de la actual provincia de Villa Clara, y Céspedes, aunque había sido alertado del descontento entre las clases y soldados, se fue a Cárdenas y Sagua la Grande a valorar los destrozos causados por el fenómeno meteorológico.

En el entonces campamento de Columbia (hoy Ciudad Libertad), el sargento Pablo Rodríguez, con gran ascendiente en la tropa, comenzó a reunirse con Manuel López Migoya, cuartel maestre como él, y Eleuterio Pedraza, sargento primero. Ya adelantada la conspiración, se le incorporó el sargento taquígrafo Fulgencio Batista.

Los complotados se agruparon en la llamada Junta de los Ocho –también denominada por sus miembros Junta de Defensa o Unión Militar Revolucionaria– y elaboraron un documento dirigido al coronel Julio Sanguily, jefe del ejército, en el cual se pronunciaban contra una posible reducción de salarios y demandaban el castigo de aquellos militares que habían cometido crímenes durante el machadato.

Reclamaban, además, la depuración inmediata de las fuerzas armadas, el requisito de servir como mínimo dos años en ellas antes de ingresar en la Escuela de Cadetes y la modificación de la ley de retiro militar, entre otras cuestiones.

Con un gran olfato político, Batista se apropió de la dirección de la asamblea de los conspiradores, ordenó a los sargentos primeros y mayores que tomaran el mando de compañías y batallones, respectivamente, y a los regimientos de ametralladoras que dispusieran la defensa del campamento.

La llegada a Columbia en la noche del 4 de septiembre de 1933 de dirigentes del DEU, Carlos Prío entre ellos, le dio un cariz político a la asonada. Este último le propuso a los militares darle un contenido político al movimiento y tomar el poder. Uniformados y civiles conformaron entonces la Agrupación Revolucionaria de Cuba y acordaron que el periodista Sergio Carbó, quien se hallaba en la fortaleza a petición de Batista, redactara un documento que conjugara los objetivos de la Junta de los Ocho y la organización estudiantil.

El documento, denominado Proclama de la Revolución al pueblo de Cuba, donde se anunciaba la toma del poder, fue suscrito por casi todos los civiles presentes y un único militar, Fulgencio Batista, como sargento jefe revolucionario de las Fuerzas Armadas de la República de Cuba.

La Pentarquía al poder

Al ser informado de la sublevación, Céspedes enrumbó hacia La Habana en las primeras horas del 5 de septiembre. Al llegar al palacio presidencial, la prensa lo estaba esperando, pero solo declaró: “El ciclón ha sido una verdadera catástrofe”.

En horas de esa madrugada se efectuó en el cuartel de Columbia una segunda reunión entre los complotados con el fin de crear una presidencia colegiada para dirigir al país, a la cual llamaron Comisión Ejecutiva, aunque luego se le conoció como Pentarquía por ser cinco sus miembros: los profesores universitarios Ramón Grau San Martín y Guillermo Portela, el abogado José Manuel Irisarri, Sergio Carbó y el banquero Porfirio Franca. Batista había sido propuesto en vez de este último, pero el sargento rechazó la designación.

Ya al mediodía los pentarcas se trasladaron al Palacio presidencial. Al encontrarse allí con Céspedes, dijo Grau en nombre de los cinco: “Señor, hemos venido a recibir de usted el Gobierno de la Nación”. El presidente interino inquirió: “¿Se han dado cuenta ustedes de la responsabilidad que contraen ante el pueblo de Cuba y ante la Historia?”. Grau sonrió: “Señor, hace años que hemos cumplido la mayoría de edad”.

Cuentan que Céspedes no opuso resistencia y abandonó Palacio. En 1934 se reincorporó al cuerpo diplomático cuando el gobierno Batista-Caffery-Mendieta lo designó embajador en España. Dos años después se acogió a la jubilación. Falleció en 1939, a los 68 años de edad, en La Habana.

En cuanto a la Pentarquía, se mostró rápidamente inoperante. De lo que vino después (el Gobierno de los 100 días, las leyes promulgadas por él a propuesta de Antonio Guiteras que implicaron transformaciones revolucionarias en la sociedad de su tiempo) se abordará en un próximo texto.

*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.

____________

Fuentes consultadas

Los libros La revolución precursora de 1933, de Lionel Soto, Crónicas de 1933, de Enrique de la Osa, y Rebelión en la república: auge y caída de Gerardo Machado, de Rolando Rodríguez.

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos