Yerisbel Miranda, doble campeona nacional de ajedrez, habla para BOHEMIA sobre sus luchas, sueños y las partidas más difíciles: las de la vida
Sobre el tablero, las piezas obedecen a la geometría exacta, el reloj implacable y la lógica feroz.
En el aura de Yerisbel Miranda, conocida con ternura como La Chinita, hay algo que desborda el rigor del ajedrez: una mezcla luminosa de alegría, tesón y resiliencia cultivada entre los vientos de Pinar del Río.
Nació en Minas de Matahambre. Jugaba bádminton y perseguía tardes de sol, hasta que una amiga la arrastró al universo misterioso de los trebejos.
Fue el ajedrez, ha dicho, quien la eligió a ella.
Y entre sacrificios y tableros, esta Gran Maestra convirtió la paciencia y la humildad en armas decisivas.
Esta entrevista, postergada por azares, fue posible finalmente desde Portugal, donde competía.
Yerisbel hizo una pausa en su preparación para hablar con los lectores de BOHEMIA, gracias también a la magia de la tecnología actual.
Nuestra partida
BOHEMIA, jugando con blancas, hizo la primera movida.
–Hace poco conquistó su segundo título nacional. ¿Por qué pasaron ocho años?
–El campeonato nacional es mi torneo más exigente del año. Hay mucha presión, nervios, y el nivel entre las jugadoras es muy parejo. Es difícil ganarlo. Por eso me tomó tanto tiempo repetirlo.
–También clasificó a la Copa del Mundo de Batumi, en Georgia, tras una gran remontada en la de Medellín 2025. ¿Qué factores fueron clave?
–He liderado tres veces consecutivas ese torneo, el Zonal Centroamericano. Eso me da confianza. “Esta vez fue especialmente emocionante. Perdí la primera ronda, pero en el Nacional también había empezado así y terminé ganando, lo tomé como una señal del destino. “Fue un resultado muy valioso, ante rivales locales de gran nivel”.
–¿Y cómo valora su participación en la Copa del Mundo?
–Todavía no sé bien qué me pasó. Perdí la primera partida por un error que no logro explicarme. Tal vez la falta de descanso… En la segunda jugué aún peor. Mi rival fue superior y mereció avanzar.
–Usted ha enfrentado muchas dificultades: limitaciones materiales, la maternidad, la fuerte competencia local… ¿Cuál ha sido el reto mayor?
–El ajedrez permite una carrera longeva. Yo me hice Gran Maestra después de ser madre. Las carencias en Cuba son reales, pero hay que vivir, seguir adelante y amar el deporte cada día, con esfuerzo y pasión.
–Sus comienzos en el ajedrez fueron casi fortuitos. ¿Qué recuerdos guarda?
–Es grato recordar a quienes me ayudaron, a los que creyeron en mí. Pude haber estudiado cualquier carrera, pero elegí este camino y me siento contenta. Mis padres me apoyaron siempre.
–¿Próximos objetivos?
–Seguir entrenando, subir mi Elo y jugar mi mejor ajedrez.
–Es referente para muchas niñas que sueñan con llegar lejos. ¿Qué les diría?
–Que crean en su sueño. Que sí es posible. Yo nací en un rincón de Minas de Matahambre y lo conseguí.


















