No todo lo que brilla…

Precedidos de críticas favorables y una gran ola propagandística que incluso los proclamaba como favoritos con vistas al venidero Oscar al mejor filme foráneo (aunque uno de ellos ni siquiera está nominado), estos dos materiales dejaron a este redactor con muchas insatisfacciones

Por. / Pedro Antonio García *  


Como sucede en cada edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, paralelamente a las obras en concurso se exhiben filmes dentro de diversas secciones, los cuales en muchas ocasiones generan grandes colas en las salas cinematográficas y arrancan ovaciones a los asistentes tras su proyección.

Llegó a La Habana precedida de premios en importantes festivales. / ICAIC

Uno de esos apartados es el denominado En perspectiva largometrajes, donde se incluyen cintas que no clasificaron por diversos motivos a la competición por los corales, pero sus realizadores desean exhibirlas dentro del evento y el Comité Organizador considera que tienen suficientes méritos para ello.

Dentro de esta sección, la sala La Rampa proyectó dos títulos que venían precedidos de críticas favorables y cierta fama: Tres hermanos –ganadora de premios en los festivales de Mar del Plata y Moscú–, y Malecón, del realizador español Carlos Larrazábal, egresado de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.

Tres hermanos (Francisco Joaquín Paparella, Chile-Argentina, 2022) trata sobre una familia disfuncional que se gana la vida en la Patagonia argentina. De modo magistral, la impecable fotografía de Roman Kasseroller capta los agrestes parajes de esa región, que impregnan a la cinta de un aliento de western, lo que sin duda es el mayor logro de este título.

¿Dónde falla entonces? En el guion (o en su puesta en escena, no se sabe con certeza), donde abundan secuencias dramáticas resueltas con poca imaginación y cabos sin atar que dejan confusos a los espectadores, amén de resentir el hilo narrativo. Y cuando estos esperan algo que los sorprenda…, llegan los créditos finales.

Cuando este redactor supo que esta película no iba a ser incluida entre las obras en concurso, a pesar de sus premios obtenidos en festivales importantes, pensó que se había cometido una injusticia. Tras 87 minutos de proyección, coincide plenamente con esa decisión.

Camila Rodhe (Yuli en Malecón), en lo que debe ser su debut fílmico. / Autor no identificado

Malecón (Estados Unidos-Cuba, 2023), hasta donde sabemos, es la ópera prima como director de Carlos Larrazábal. Relata la historia de Elvis, un adolescente que en defensa de su madre (ella incluso es asesinada en su presencia) mata a su padrastro en una reyerta. Condenado a diez años de cárcel, cuando se reintegra a la sociedad se encuentra que su novia de Secundaria es la esposa del hampón más poderoso del barrio, y su amigo de correrías se ha declarado homosexual y ejerce la prostitución.

Un jurista amigo, a la salida del cine, señaló el primer desliz de ese guion. En Cuba no sucede como en Estados Unidos, donde se sanciona por homicidio a un menor, incluso a la pena capital. Hay una ley en nuestro archipiélago que los considera “inimputables”, por lo que, a lo sumo, cuando hay agravantes, se les envía a un centro de reeducación hasta la mayoría de edad.

En el supuesto caso de que Elvis tuviera más de 16 años, hay otro atenuante, una figura jurídica denominada “defensa de tercero”. Y el abogado añadía: “No hay juez alguno en Cuba que condene a 10 años a un joven por matar a alguien en defensa de su madre”.

César Domínguez se desempeña con eficacia en el protagónico. / Mónica Moltó

La otra limitación del filme –también imputable al guion– es su poca originalidad. Cualquier asiduo asistente a los festivales de La Habana ha visto cómo este tema ha sido abordado por cintas dominicanas, mexicanas, colombianas y de varios países centroamericanos, incluso con sus mismas tramas secundarias (prostitución y delincuencia), las cuales, lamentablemente, han devenido marcas de agua obligatorias para todo filme de nuestra América que pretenda una distribución internacional.

Por ello, los espectadores pudieron predecir en esta película todo lo que pasaría a continuación, desde el desnudo ligero de Camila Rodhe –eficaz al encarnar a Yuli, el amor de Elvis, en lo que debe ser su debut fílmico, pues solo la conocíamos como cantante y actriz en la radio y el teatro–, hasta el final que los coguionistas tomaron prestado al serial Doble juego, exhibido por la televisión cubana hará unos 20 años.

César Domínguez (Santa y Andrés. Yuli) está bien en el protagónico, aunque todavía necesita mucho kilometraje en el oficio. Fue agradable ver a Eduardo Martínez (Santa y Andrés) en el papel de Sebastián, un personaje muy distinto de los que se le ha visto interpretar, mientras que a Luis Alberto García no le debió costar trabajo alguno asumir al padrastro de Elvis, pues es una caracterización que ha hecho numerosas veces en anteriores filmes y telenovelas.

Larrazábal quiso complacer a Dios y al diablo al dedicarle esta cinta a los dos millones de cubanos que viven fuera del país y a los 11 millones que se quedaron en él. A este redactor, entonces, le surgió una duda, que tal vez le sea aclarada en los próximos días: ¿habrá podido complacer a ambos?


*Miembro de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida.

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