“Nosotros unimos lo que otros dividen”

Con militantes del Partido Revolucionario Cubano en Tampa, 1892. / Ilustración: Toledo
Con militantes del Partido Revolucionario Cubano en Tampa, 1892. /  Toledo

Tanto la contienda del 68 como la llamada Guerra Chiquita de- vinieron duros reveses militares para el independentismo cubano. Mientras algunos de nuestros compatriotas se lamentaban nostálgicamente y unos cuantos imputaban a otros la responsabilidad de la derrota, un joven abogado de apenas 27 años analizaba creativamente los aportes y errores cometidos en estas dos conflagraciones y buscaba soluciones para una tercera insurrección. Nos referimos obviamente a José Julián Martí y Pérez.

Deportado a España en septiembre de 1879 por sus actividades conspirativas, en los días finales de ese año escapó a Francia y abordó un transatlántico con destino a Norteamérica. Llegó a Nueva York el 3 de enero, ya en 1880, y 21 días después tuvo su estreno como orador entre la colonia de emigrados revolucionarios con el discurso La situación actual de Cuba y la actitud presente y probable de la política española, conocido hoy día como Lectura en Steck Hall, con la cual comenzó su labor revolucionaria, empeñada en lograr la unidad de los cubanos patriotas y organizarlos para la guerra necesaria contra el colonialismo español.

No es de extrañar que el autor de Abdala iniciara su intervención señalando que acudía a ese acto con el propósito de darles ánimos a quienes creían en un futuro de libertad para Cuba, “a exaltar con el seguro raciocinio la vacilante energía de los que dudan, a despertar con voces de amor a los que –perezosos o cansados– duermen, a llamar al honor severamente a los que han desertado su bandera” para que “las armas oxidadas” salgan “de las hendiduras donde sus dueños prudentes las dejaron, en olvido no, sino en reposo”.

Para el joven orador, “el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones” y cuando algunos “por propia debilidad, desoyen la encomienda de su pueblo, y asustados de su obra, la detienen; cuando aquellos a quienes tuvo y eligió por buenos, con su pequeñez lo empequeñecen y con su vacilación lo arrastran, –sacúdese el país altivo el peso de los hombros y continúa impaciente su camino, dejando atrás a los que no tuvieron bastante valor para seguir con él”.

Una idea en germen

Al finalizar la Guerra Chiquita, Martí se percató de una valiosa experiencia de esa contienda: la organización de los emigrados a través de clubes revolucionarios. Doce años después, crearía el Partido sobre una base piramidal al que le agregaría los cuerpos de consejo, que serían una instancia intermedia entre las bases (los clubes) y la dirección (la Delegación).

Convencido de la necesidad de una institución que aunara voluntades entre los partidarios de la independencia, en 1882 le expresaría en carta a Máximo Gómez: “Solo aspiro a que, formando un cuerpo visible y apretado aparezcan unidas por un mismo deseo grave y juicioso de dar a Cuba libertad verdadera y durable, todos aquellos hombres abnegados y fuertes, capaces de reprimir su impaciencia en tanto que no tengan modo de remediar en Cuba con una victoria probable los males de una guerra rápida, unánime y grandiosa, y de cambiar en la hora precisa la palabra por la espada”.

Más adelante, en la propia misiva, sería más explícito: “¿A quién se vuelve Cuba, en el instante definitivo, y ya cercano, de que pierda todas las nuevas esperanzas que el término de la guerra, las promesas de España y la política de los liberales le han hecho concebir? Se vuelve a todos los que le hablaban de una solución fuera de España. Pero si no está en pie, elocuente y erguido, moderado y profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus propósitos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país. –¿A quién ha de volverse, sino a los hombres del partido anexionista que surgirán entonces?”.

En el quinquenio siguiente continuó su labor de unidad entre los veteranos del 68 y las nuevas generaciones. A la vez, se proyectaría en la eliminación de rencillas y discrepancias personales, y batallaría contra intentos estériles de comenzar una insurrección sin las condiciones adecuadas.[pullquote_right]Entre 1887 y 1891 Martí pronunció trascendentales discursos, incluidos los conmemorativos del 10 de octubre, en los que exaltó a los héroes del 68, puso de manifiesto los errores y éxitos pasados y demostró la importancia de aprovechar las experiencias anteriores.[/pullquote_right]

El 16 de diciembre de 1887, en carta a Máximo Gómez, le confesaría su propósito de “iniciar enérgicamente los trabajos preparatorios de organización revolucionaria”, que incluían “la necesidad de aguardar a la preparación racional de la guerra para llevar la invasión armada”, por lo que era imprescindible atacar de frente a la propaganda autonomista y anexionista, “unir con espíritu democrático” a los clubes revolucionarios en la emigración y “proceder sin demora a organizar la unión de los Jefes afuera –y trabajos de extensión y no de mera opinión, adentro–, la parte militar de la Revolución”. Proyección que luego asumiría el Partido fundado por él en 1892.

Entre 1887 y 1891 Martí pronunció trascendentales discursos, incluidos los conmemorativos del 10 de octubre, en los que exaltó a los héroes del 68, puso de manifiesto los errores y éxitos pasados y demostró la importancia de aprovechar las experiencias anteriores, pero, sobre todo, esas intervenciones fueron una excelente oportunidad de convocatoria a cerrar filas: “Nosotros somos espuela, látigo, realidad, vigía, consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen».

Retrato tomado en Key West, probablemente en diciembre de 1891. / Autor no identificado
Retrato tomado en Key West, probablemente en diciembre de 1891. / Autor no identificado

Fundación

Acompañado por una representación de los clubes patrióticos de Tampa, llegó el Apóstol a Key West en los días finales de 1891. Traía en la cartera las Bases y Estatutos secretos del Partido que ideaba fundar. El 3 de enero, ya en 1892, intercambió criterios sobre ellos con José Francisco Lamadriz, José Dolores Poyo y Fernando Figueredo. Dos días después, comenzó un proceso de debate y aceptación de ambos documentos entre todas las asociaciones de base en Norteamérica, las cuales en marzo confirmaron su adhesión y el 8 de abril siguiente eligieron a Martí como Delegado, la máxima autoridad de la organización.

El 10 de abril de 1892 se efectuó la proclamación del Partido Revolucionario Cubano (PRC), cuyas Bases consignaban que se establecía “para lograr, con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico”, teniendo como objetivo “una guerra generosa y breve”, con el fin de fundar “un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud”.

Con miembros del Cuerpo de Consejo de Kingston, Jamaica, 1892. / Autor no identificado
Con miembros del Cuerpo de Consejo de Kingston, Jamaica, 1892. / Autor no identificado

En los Estatutos, que dejaron de ser tan secretos cuando Enrique Trujillo los hizo públicos como parte de la guerra mediática que desarrolló contra Martí, se planteaba que el Partido “se compone de todas las asociaciones organizadas de cubanos independientes que acepten su programa y cumplan con los deberes impuestos en él” y funcionaría “por medio de las Asociaciones independientes, que son las bases de su autoridad, de un Cuerpo de Consejo constituido en cada localidad con los presidentes de todas las Asociaciones de ella, y de un delegado y Tesorero, electos anualmente por las Asociaciones”.[pullquote_right]El Apóstol ordenó a los presidentes de Cuerpos de Consejo que convocaran a los jefes militares de las dos anteriores contiendas con el fin de que participaran en la votación para designar al General en Jefe, quien colaboraría estrechamente con el Delegado en la preparación de la guerra.[/pullquote_right]

Una vez constituido el Partido, quedaba pendiente una tarea: la organización de su ala militar. El 29 de junio de 1892, el Apóstol ordenó a los presidentes de Cuerpos de Consejo que convocaran a los jefes militares de las dos anteriores contiendas con el fin de que participaran en la votación para designar al General en Jefe, quien colaboraría estrechamente con el Delegado en la preparación de la guerra. Resultó electo Máximo Gómez, como muchos vaticinaron.

Solo faltaba ahora que se produjera en Cuba, como afirmaba el propio Martí, “una situación revolucionaria ya madura, no por capricho de nuestro deseo ni pujo intenso de la emigración, sino por la confianza, aunque justa, por mí mismo inesperada, de la gesta activa y virtuosa del país en la obra desinteresada y ordenada de la emigración y por las persecuciones ya apenas encubiertas del gobierno”. Y ese momento llegó.

En vida de Martí, Patria devino instrumento eficaz en la guerra de pensamiento contra los enemigos de la independencia. / Autor no identificado
Como muchos vaticinaron, Máximo Gómez resultó electo jefe militar del Partido. / Autor no identificado

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Fuentes consultadas

Las Obras Completas de José Martí. El libro Cesto de llamas, de Luis Toledo Sande. La compilación El alma visible de Cuba. El ensayo Partido Revolucionario Cubano: guerra y revolución, de Ibrahim Hidalgo.

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