Vermeer: La callejuela (esta obra fue hecha entre 1657 y 1658). / dw.com/es/vermeer
Vermeer: La callejuela (esta obra fue hecha entre 1657 y 1658). / dw.com/es/vermeer

Atisbos de la vida doméstica

Múltiples obras pictóricas recrean la intimidad de la existencia cotidiana en naciones occidentales de los siglos XVII-XIX


De un mundo donde no existían las películas, los videos, los teléfonos celulares con cámaras, y realizar fotografías –cuando finalmente se inventó– no estaba al alcance de cualquier aficionado, ¿cómo tener en la retina una imagen más o menos verídica de las actividades habituales, los objetos, el vestuario en el ámbito hogareño? Por suerte ese universo, en apariencia intrascendente, motivó a maestros de las artes plásticas europeas.

Borch: Mujer pelando una manzana (h. 1660). / aparences.net

Familias y criadas, cuyos días, pesares, expectativas y alegrías llenaron los siglos XVII-XIX, son los protagonistas de cuadros con diversos formatos. A dichas obras se les conoce como pintura de género doméstico o de interiores.

La ensayista española Charo Crego, autora del volumen Dentro. La intimidad en el arte (Abada Editores, 2023), precisa que esta vertiente pictórica surge en los Países Bajos; allí hacia 1600 “no hay monarquía […] los que marcan la organización social son los […] burgueses”. Ellos les otorgan especial relevancia a sus domicilios y gustan de verlos recreados en lienzos firmados por los virtuosos del pincel.

Aquellos artistas y sus sucesores, procedentes de disímiles naciones, nos enseñan las salas de estar y de música, los corredores, las alcobas, cocinas, despensas, los patios, muebles y enseres de uso diario.

Señoras de clase media y niños constituyen el centro de obras como Madre despiojando a su hijo (1650) y Mujer pelando una manzana (concebida en fecha cercana a 1660), ambas del neerlandés Gerard ter Borch (1617-1681). 

Boucher: El desayuno (1739). / aparences.net

Un siglo después, las creaciones del pintor, grabador y diseñador parisino François Boucher (1703-1770) se erigen, según la academia, en “la expresión perfecta del gusto francés en el período rococó”; o sea, la sensualidad, el reflejo de la vida cortesana, el desenfado, los colores delicados. Suscita la atención, asimismo, un cuadro suyo de otro cariz: El desayuno. Padre, madre, hijas (se afirma que es la propia familia del artífice) se encuentran reunidos en torno a una mesa ocupada por tazas, platos y jarras. Una de las niñas sostiene bellos juguetes.

También a Jean Honoré Fragonard (1732-1806) se le aprecia como uno de los representantes sobresalientes del rococó francés. Sus composiciones abarcan desde temas religiosos, mitológicos, escenas galantes, paisajes, retratos, hasta entornos hogareños. Dentro de esa última línea, La lectora (pintado quizás en 1776) muestra a una damisela de largas pestañas y dulce semblante, quien, recostada sobre un almohadón, dirige la mirada a las páginas de un librito; viste un traje realzado por encajes y lazos. ¿Qué puede estar ocurriendo en derredor? Carece de importancia, nos quedamos con la sensación de recogimiento, silencio, paz.

Fragonard: La lectora (h. 1776). / aparences.net

Los hombres figuran igualmente en múltiples representaciones pictóricas. Por ejemplo, las del neerlandés Pieter de Hooch (1629-1684), exponente de la pintura barroca, los hace beber, conversar, comer, en patios y salones.

Inspirado en un tema recurrente en esa etapa, su coterráneo Gabriel Metsu (1629-1667) finalizó hacia 1662 una pieza cuya única figura, un joven vestido con sobriedad y refinamiento, escribe rodeado de objetos costosos.

A menudo las estrellas son las sirvientas y mujeres del pueblo. Ellas preparan los alimentos, friegan la loza, cargan cántaros con agua, limpian las chimeneas.  

Johannes Vermeer (1632-1675), el muy conocido pintor de Países Bajos, es el autor de La encajera (obra de 1669, en pequeño formato, donde una muchacha ejecuta con suma concentración y delicadeza su labor) y La lechera (creada alrededor de 1660). De la segunda, los expertos suelen destacar el equilibrio cromático del conjunto y el gesto elegante de la joven.

Charo Crego opina que “Vermeer añade una dimensión nueva, la de lo íntimo”. Gregor Weber, curador de una exposición presentada en Ámsterdam en 2023, lo denomina “maestro de la luz” y asegura: “Sus cuadros son siempre de mucha quietud, muy introvertidos”.

Metsu: Hombre escribiendo una carta (h. 1662). / masdearte.com

Otro hermoso lienzo, La lavandera (la fecha atribuida es 1735), lo debemos al galo Jean Siméon Chardin (1699-1779). Cierta luminosidad, tal vez proveniente de una puerta abierta, suaviza la pobreza evidente en el lugar y en la ropa de los personajes. Asimismo, la atenta fisonomía de la trabajadora, su cabeza vuelta en dirección al exterior –sin duda, algo o alguien ha despertado su interés–, le otorga movimiento a la escena.

No logra semejante efecto Mujer fregando (1796), del neelandés Adriaan de Lelie (1755–1820). Aunque la chica pudiera haber interrumpido un momento su faena, para atender a algún llamado, la quietud de la postura corporal y la expresión del rostro resultan forzadas.

En el ensayo Mujeres del servicio doméstico en la pintura europea de los siglos XVIII y XIX, Yolanda Olmedo, profesora de la Universidad de Córdoba, España, realza el valor documental de dicha creación. E incluye en la lista de artistas significativos –además de los aquí mencionados– al neerlandés Matthijs Naiveu (Visita a la habitación de los niños), el italiano Pietro Longhi (Las cosquillas), el británico William Hogarth (Seis estudios de cabezas), el español Casimiro Sainz (La niñera).

Sea cual sea el estatus de las personas, fascina el cuidado puesto en los detalles. El espectador, más que observar, siente el relieve de los bordados, el peso de las prendas sobre el cuerpo, la consistencia de relojes, candelabros y calderos, la luz matizada por los vitrales, la rugosidad de las paredes enladrilladas.

Estos y similares relatos visuales nos ayudan a imaginar las historias narradas en las llamadas novelas de época; por ejemplo, las del francés Pierre Choderlos de Laclos (Las amistades peligrosas), y la de los británicos Jane Austen (Orgullo y prejuicio) y Henry Fielding (Tom Jones). Y son muy útiles a la hora de ambientar los espacios interiores de los filmes que transcurren en centurias pasadas.

Vermeer: La lechera (aunque es uno de sus cuadros más famosos, no se conoce el año exacto de realización; se cree que ocurrió en el período de 1657-1661). / descubrirelarte.es
Chardin: La lavandera (h.1735). / app.fta.art
Lelie: Mujer fregando (1796). / app.fta.art

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