Escasez de vivienda y dependencia excesiva del turismo son problemas agudizados tras los incendios forestales en este estado
La isla de Maui, en el archipiélago de Hawái, atraviesa momentos críticos tras haber sufrido lo que muchos medios internacionales llaman ya “el peor incendio en la historia moderna de Estados Unidos”. Hasta finales de agosto se contaban 114 muertos y más de 1 000 desaparecidos.
El letal fuego también devastó algo menos visible pero vital para la supervivencia económica de este sitio: casas y apartamentos modestos de quienes dirigen la floreciente industria turística. La destrucción puso de relieve el viejo problema con la vivienda para las personas que laboran en los hoteles y campos de golf, sin los cuales el territorio no podría funcionar como un destino apreciado por visitantes de todo el mundo.
En mitad de la desolación por haber perdido a seres queridos, sus hogares y empleos, pues se estima que el costo económico asciende ya a seis mil millones de dólares, los residentes de este rincón deben enfrentarse a otra lucha, esta vez con el objetivo de preservar sus tierras.
Numerosas corporaciones manifestaron implícitamente su interés en comprar la superficie quemada a precio barato para después especular con ella, según múltiples testimonios. “Inversores y constructoras se están poniendo en contacto con los dueños de viviendas para comprarles el terreno, y esto es asqueroso… No estamos en venta”, afirmó una de las víctimas, entrevistada por el canal de televisión MSNBC.
La escritora canadiense Naomi Klein acuñó, en su famoso libro La doctrina del shock (2007), una expresión que vuelve a tener eco a la luz de estas llamas: “capitalismo del desastre”. Según su propia definición, se trataría de una “táctica para explotar momentos de trauma colectivo extremo y aprobar rápidamente leyes impopulares en beneficio de una pequeña élite”. En sintonía con lo que el teórico David Harvey llamó “acumulación por desposesión”, se teme que este clima de vulnerabilidad sea aprovechado por las multinacionales.
Por su parte, la catedrática de derecho Kapuaʻala Sproat, profesora en la Universidad de Hawái, vincula los sucesos con lógicas coloniales que han sido la norma en el archipiélago desde hace más de 150 años: si, en el siglo XIX, el territorio insular pasó de ser un humedal a transformarse en un conglomerado de ingenios azucareros que desecaron la tierra, en el siglo XX el agua le fue arrebatada a parte de la población local para destinarla a hoteles, resorts o campos de golf, hasta ahora.
Los orígenes de Hawái, así como el extractivismo azucarero y luego turístico, explican parte de la historia, pero no se entendería tal nivel de destrucción sin la apelación al cambio climático. La sequía que afrontaba el lugar y unos vientos desaforados procedentes del huracán Dora, más al sur, contribuyeron al desastre. Queda por ver si las instancias gubernamentales reaccionarán desde la justicia social y climática o, por el contrario, esta tragedia se tornará otra oportunidad para quienes a menudo lucran con las desgracias ajenas.