Colegas hoy olvidados, en su época reflexionaron sobre una profesión cuyo ejercicio no siempre ha estado a la altura de su responsabilidad social
Ciertos periodistas de antaño aún motivan investigaciones, tesis, ponencias, artículos, y remembranzas en fechas señaladas. Sin embargo, en este Día de la prensa cubana no voy a detenerme en Enrique de la Osa, Carlos Lechuga, Mario Kuchilán, Ángel Augier, Lisandro Otero Masdeu, Eladio Secades, Mariblanca Sabas Alomá, Loló de la Torriente, Sergio Carbó, Juan Emilio Friguls, por solo mencionar a algunos. Tampoco abundaré en muy renombradas personalidades literarias y de la intelectualidad que incursionaron en el periodismo.
Hablaré sobre colegas que alcanzaron reputación dentro del gremio y hoy prácticamente nadie recuerda. Lista bien larga sería si los mencionara a todos. Muchos de ellos trabajaron en los diarios y revistas más significativos de la primera mitad del siglo XX (por ejemplo: El Mundo, Diario de la Marina, El País, Información, Prensa Libre, Noticias de Hoy; Carteles, la propia Bohemia), obtuvieron diversos premios y llegados a la edad de compartir su experiencia, insistieron en divulgar mediante conferencias, ensayos y comentarios –buena parte de estos publicados en la serie de libros El periodismo en Cuba–, lo que consideraban mejor dentro del quehacer nacional y en señalar críticamente los múltiples lunares. La mayoría de las veces reflexionaron con seriedad, en otras ocasiones apelaron al humor y la ironía.
Ideales versus realidades

En 1949 José Hernández Guzmán ya se había retirado, pues contaba con 86 años de edad. No obstante, seguía refrendando criterios dados a inicios de la década: “El periodista (me refiero al verdadero) nunca luchó, ni lucha, ambicionando un porvenir, ni persiguiendo la gloria […] Decir la verdad en un artículo vibrante y enjundioso, es su silenciosa glorificación; anticipar una interesante noticia, la victoria más sonada de su vida”.
Hermoso pensamiento. Sin embargo, existían discrepancias entre las aspiraciones y el cotidiano bregar.
Mientras los profesionales de la prensa padecían estrecheces económicas, atados –salvo un grupo reducido– a salarios y retiros exiguos, los dueños de los medios de comunicación tendían a anteponer su bienestar financiero a los demás principios o consideraciones.
En tal sentido se expresó en 1942 Conchita Castanedo: “Hay que distinguir entre las empresas periodísticas y los periodistas. La empresa de un periódico generalmente la manejan o administran como negocio los que de ella quieren sacar un elevado tanto por ciento […] Dentro de ese ambiente viciado al que el periodista ha ido amoldándose sin sentirlo, él actúa honradamente, escribe lo que cree debe de escribir, no chantajea con la información, pero es que la información no está completa, relata tan solo lo que el director del periódico, con el lápiz rojo en la mano, autorizaría publicar sin tacharlo.
[…] “El periodista necesita respirar en atmósfera de libertad, tener resuelto el problema económico, y culturarse (sic) para ir a buscar la verdad a lo más profundo y poder decirla de manera galana y bella”.
Según Loredano González del Campo, exjefe de información de la revista Bohemia, profesor de la Escuela Normal de La Habana y autor de varios libros, hacia 1950 no podía afirmarse que “el periódico esté llenando una verdadera función social, ni mucho menos elaborando noble opinión y cultura en su más cabal apreciación. Lo que hace el periódico actual es informar con espíritu propagandista y comercializado […] Dentro de semejante marco, aun la divulgación cultural –tenemos que insistir en ello, porque mucho se engola la voz llamando al periódico fuente de la cultura popular– no es cultura limpia, no es cultura desinteresada, que es cultura mediatizada porque siempre responde a los fines últimos que persigue el que informa y no a los fines más beneficiosos para el informado”.
Por eso Rafael Marquina –de origen español, emigró a la Isla y desarrolló aquí un meritorio periodismo cultural– recalcó en una conferencia impartida a mediados de la pasada centuria: “La prensa ha de ir con el público, con el pueblo, con la opinión pública, pero ¿delante o detrás? Es decir: ¿en sumisión de reata dócil, de arria sumisa y complaciente o como adelantada y guiadora? […] la prensa no debe ser reata sino guía; delante y adelantada y dispuesta a afrontar la decisión de imponer ruta distinta si la que el pueblo sigue o pretende seguir es peligrosa y falsa: ‘explicar, fortalecer y aconsejar’”.
Además, aconsejó a los futuros periodistas: “Hay que recoger de la calle la vida y llevarla al papel. Los temas fríos, sobre cosas muertas circulan, pero no se leen. La crónica debe ser nueva e interesante, debe tocar a las puertas de lo real, de lo que late en cada corazón, de lo que se respira en el ambiente”.
Los reproches del gremio apuntaron también hacia políticos y otras figuras, empeñados en someter a sus intereses personales el discurso periodístico. Quizás harto de recibir presiones, en 1945 Diosdado del Pozo apeló al humor para referirse a ese problema y tituló su comentario El silencio es mejor…
“Cuando os sintáis molestos, agraviados, mortificados o preteridos por algún personaje criollo, por algún funcionario que le gusta trepar sobre la letra de molde o cualquier otro tipo de ciudadano en relación con el cargo que desempeñéis en el periodismo, no os irritéis pensando en dispararle enseguida el brulote de un ataque despiadado, ni en ‘meterle un leñazo’ que le desintegre el hígado, ¡no!… de ninguna manera, esa senda no es tan efectiva y suasoria, como el silencio más absoluto, la indiferencia total […]No llego a eso de pintarle bigotazos en las fotografías o poner en los reportajes, en nombre de otro, labor que realicen, sino simplemente, no llevar a la seductora letra de molde, su nombre, que es lo que halaga y gusta”.
Pobrecito el español

Asimismo, nuestros colegas plantearon la distancia existente entre el deber ser (enseñado concienzudamente en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling) y la práctica en numerosas redacciones a lo largo del país, donde se atropellaba el idioma y florecía una crónica social plagada de clichés y ditirambos.
Paco Moreno de Ayala advirtió contra el uso desmedido de “la lisonja, el adjetivo o la adjetivación”. No mucho tiempo atrás, Ducazcal –pseudónimo de Joaquín Navarro Riera– había señalado un conflicto de larga data: “la improvisación repentina, por el apremio del tiempo, a veces a medianoche o de madrugada, entre el barullo y la agitación de las oficinas y los talleres en que laboran febrilmente periodistas y tipógrafos. Y cuando ese modo de actuar, a continuos saltos del pensamiento, vuelos de la pluma o el lápiz y teclear rápido […] no está controlado, más o menos, por un poco de sentido crítico y de cultura intelectual, es muy fácil caer en el disparate y el error.
[…] “Y así leeremos, casi a diario, ‘desapercibido’ por ‘inadvertido’, ‘bajo este punto de vista’ por ‘desde este punto de vista’, ‘con o sin tal cosa’ por “con tal cosa o sin ella’, ‘cable’ por ‘cablegrama’, ‘contesta’ por ‘contestación’, ‘bajo esta base’ por ‘sobre esta base’, y otras muchas lindezas idiomáticas de iguales quilates”.
A su coetáneo Jesús J. López le preocupaba la ausencia de “de buen gusto […] lo feo que sale un trabajo lleno de expresiones como Por esto fue que, Aquello que ha sido por hacer”. Y se lamentaba en 1947: “Entre palabras inglesas, locuciones francesas, interjecciones mexicanas y detonaciones argentinas, Cuba parecerá pronto una Torre de Babel bufa; pues hay que agregar lo que inventan en la calle […] Si esa algarabía fuese aplicada a un libro, allá el autor con su responsabilidad; pero el periodista no tiene autorización para maltratar el idioma, abusando de los lectores y desprestigiando a su clase como profesional. Cada titular que salta a los ojos en algunos diarios debiera ser castigado severamente, porque se sacrifica la gramática por la colocación de una forma determinada en los sumarios, para dar visualidad a la plana […] Cuba dispuso siempre de excelentes periodistas y literatos, pero han sido aplastados por la balumba de películas, tangos, revistas y libritos baratos cuajados de enfadosos vocablos y conjuntos de ellos, que erizan a los lectores aficionados a la diafanidad del lenguaje y amantes de saber qué leen…”
En fecha similar, José Conangla Fontanilles –catalán y asentado en Cuba desde finales del XIX, colaboró con varios medios– publicó Despropósitos periodísticos, una recopilación de “desatinos” que aparecían en “la prensa diaria, así como en libros, revistas, folletos, anuncios y, especialmente, al pie de la mata, o sea en las mesas de trabajo de los jefes, secretarios o revisores de estilo de las Redacciones”.
Ese catálogo incluía frases como las siguientes: “Este baile hará análisis en nuestra historia social”. “Se vende una bicicleta inglesa de señorita de tres velocidades, sin estrenar, propia para regalo”. “Moribundos dos haitianos que sostuvieron un duelo a machetazos […] Fueron hospitalizados ambos jamaiquinos en la clínica del central San Vicente”. “Rotas definitivamente las relaciones franco-galas”.
Igualmente, reproducía jerigonzas y cintillos “rimbombantes”, como el incluido en un periódico cienfueguero: “BABOSAS DE CIENFUEGOS HABLAN DE SEDICIÓN COMO SI SÁTIROS Y SARDANÁPALOS COMENTASEN UN FESTÍN DE SEXOS. CASTRADOS DEL HONOR, HABLAN DE ORDEN QUE DESCONICERON SIEMPRE EN EL CHARCO DE SU VIDA”.
Fontanilles especificaba que su objetivo no era burlarse de los autores, sino llamar a la “claridad, la sencillez y la justeza elocutivas”.
¿Somos los actuales periodistas ajenos por completo a las pifias que lastraban el lenguaje de la prensa hace decenios? No lo creo. Aún necesitamos escuchar a aquellos reporteros, cronistas y articulistas inconformes; aprender de sus alertas.