Foto. / Pastor Batista
Foto. / Pastor Batista

Con Edelvio y María Ofelia la contingencia perdió

Como nunca antes, ese amoroso matrimonio de campesinos comprendió el tremendo valor de los dos paneles solares que el país sembró en el patio de su casa


Metafóricamente hablando, Edelvio González Echemendía y María Ofelia García Morales “ni se enteraron” de la aguda contingencia energética cuyo clímax ensombreció en días pasados completamente al país.

Mientras miles de hogares en todo el archipiélago permanecían en tinieblas e igual cantidad de familias rezaban por el restablecimiento “de la luz” para poder cocinar los alimentos o no perder los que a duras penas conservaban en neveras y refrigeradores, la rutina diaria de Edelvio y María Ofelia continuaba entre los límites de la normalidad, allá donde han vivido siempre, cerca de la Loma de Cunagua, al norte del territorio avileño.

“Sabíamos que estos paneles solares son divinos, pero qué va, esos días tan difíciles nos demostraron mucho más esa gran verdad”, afirma la humilde mujer.

“Lo digo no solamente porque en nuestra casita seguimos cocinando con las ollas eléctricas, tomando agua fría o batido de frutas, viendo televisión, alumbrándonos… sino también por la cantidad de personas de esta zona a quienes les ofrecimos ayuda.

“Nunca la nevera estuvo tan llena –añade jocosamente Edelvio–. Primero vino Carmen González, muriéndose de miedo porque se le iban a echar a perder las cosas de comer. Cuando nosotros no teníamos nada, ella nos daba hielo, nos guardaba lo que hiciera falta en su frío… de manera que ahora le dijimos: echa para acá sin pena.

“Lo mismo hicimos con Idania Morales, de la cooperativa La Rosa, quien corría el peligro de que se le descompusiera la carne de un cerdo que habían matado horas antes del tremendo apagón. Luego apareció Julio Morales con siete gallinas muertas. En verdad ya no cabían, pero buscamos una solución: darle hielo. Así pudo salvar la carne. Le dijimos que viniera otra vez si necesitaba más”.

Atenta a lo que dice su esposo, María Ofelia aguarda para agregar: “El otro favor grande que pudimos hacer fue con la carga de teléfonos. Ramón Moreno se nos apareció con una piña eléctrica y la mujer de Orlandito con otra. Para qué te cuento: hubo días de cargar como 30 celulares, linternas, lámparas. Alguien nos preguntó por qué no cobrábamos el servicio. Ni locos. Un campesino agradecido de lo que el país le ha dado nunca haría semejante cosa”.

¡Ahí si hay!

A la luz de estos días, afortunadamente más estables en el servicio eléctrico, Edelvio y María Ofelia rebobinan recuerdos y les sobreviene la obligatoria comparación, no solo con décadas de completa oscuridad por la ausencia de electricidad en esa zona, sino más recientemente, cuando les colocaron aquel primer panelito solar que cuidaron como a la niña de sus propios ojos durante cinco años.

“Tenía menos capacidad. Solo podíamos encender cuatro o cinco bombillos, el ventilador durante un rato y el televisor, lo necesario”, explica Edelvio.

“Desde el 22 de diciembre tenemos esos dos nuevos paneles. ¡Ahí sí hay! Gracias a ellos hoy tenemos, como te dije, refrigerador, nevera, ollas arrocera y reina, lavadora, televisor de pantalla plana, suficiente alumbrado y hasta una batidora para que mi esposa no tenga que hacer batidos a pura paleta de madera, con la mano”.

Similares anécdotas o vivencias pudieran relatar en esa misma zona Rubelio, Iraida Castillo, los Quesada y otras familias beneficiadas por ese programa que pretende, cambiar la matriz energética dentro del país, llevar el milagro de la luz a oscuros parajes donde no ha podido llegar la red eléctrica, pero sobre todo aprovechar fuentes de energía renovable, limpias, inagotables, inocuas…

La envidia “existe” y el celo también

Por supuesto que en torno a la privilegiada situación de este matrimonio hay envidia y celo… de la mejor y más sana factura humana.

“A partir de ahora, ustedes van a estar mucho mejor que nosotros; creo que en verdad hasta vamos a sentir envidia”, les dijo una joven ingeniera del equipo que instaló a finales del pasado año los dos paneles solares junto a la criolla vivienda de madera y techo de guano.

Y el celo no es roñoso. Anida bondadoso dentro de Yunior, el hijo de Edelvio y María Ofelia, quien se preocupa y ocupa con verdadero desvelo del estado de la moderna tecnología.

Si ahora hay “un tin” de yerba a su alrededor es porque “cuando caen cuatro gotas de agua esa plaga crece más rápido que la velocidad de la luz. Pero habitualmente Yunior limpia el área, le pasa cuidadoso paño cada semana a la cristalina superficie, chequea constantemente la carga y prefiere partirse primero los cinco dedos de la mano antes que someterse a tocar algo del sistema”.

Por cierto, presionado ya por el tiempo, mientras intento despedirme y ellos “enredarme” un ratico más, María Ofelia entra a la primera habitación, echa un vistazo, sale con radiante expresión en el rosto y me dice: “Tenemos varios equipos funcionando y ahí está, hecha un cañón… ¡99 por ciento!”.

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