El triunfo de Evo Morales en las elecciones de enero de 2006 tuvo gran significación revolucionaria. En la Bolivia largamente marcada por la explotación de sus indígenas, saqueada por intereses foráneos e internos, y estrujada por golpes de estado al servicio de esos intereses, la victoria del Movimiento al Socialismo (MAS), liderado por Morales, generó esperanzas.
De hecho, fortaleció el apogeo progresista en la región contra las pretensiones de los Estados Unidos, empeñados en seguir saqueando el continente. Bolivia es rica en litio, en las llamadas tierras raras y en otros minerales de gran valor, y también contra ella perdura la doctrina Monroe. Groseramente la jefa del Comando Sur estadounidense ha reiterado que, para su nación, los recursos de nuestra América son un asunto de seguridad nacional.
De ahí la importancia del gobierno del MAS y, también, los feroces obstáculos erigidos contra él, incluyendo sucesivos actos de sedición que llegaron a la asonada de 2019. Para legitimarla, los voceros de los Estados Unidos y de la antinacional oligarquía boliviana esgrimieron como pretexto la decisión de Morales de ser electo para un tercer período presidencial, con procedimientos que las normas reinantes posibilitaban tildar de inconstitucionales.
Junto con la naturaleza agresiva de los imperialistas y sus cómplices, se corroboró asimismo una tragedia de los movimientos revolucionarios, o las llamadas izquierdas: su asidua dependencia de individualidades en su dirección. Las derechas —con largo entrenamiento en la opresión de pueblos— han conseguido rebasar las veleidades del liderazgo personal, y se valen de un sistema, toda una maquinaria situada por encima de rencillas, para no hablar de pudores, que ellas no tienen, pero entre revolucionarios se pueden mezclar con celos dañinos, aunque los calcen buenos propósitos.
En tales circunstancias, y frente a enemigos poderosos y carentes de moral, los revolucionarios de nuestra América apoyarían la permanencia en el gobierno del líder que encarnaba un proyecto justiciero. El deber de apoyarlo sería más ostensible frente al golpe de 2019, que puso en el gobierno a una presidenta de facto: nada que ver con la democracia que hipócritamente proclaman las derechas, antidemocráticas por naturaleza.
Desde posiciones revolucionarias habría quienes le recriminaran a Evo Morales el no haber permanecido en Bolivia al frente de la resistencia contra las fuerzas golpistas. Pero los principales cabecillas de esas fuerzas no se hallaban en La Paz, sino en Washington, y vale preguntarse si el dirigente del MAS habría salido vivo de la represalia contra él y contra todo lo que oliera a voluntad antimperialista.
Viene al tema la sugerencia hecha por nadie menos que por Fidel Castro a Hugo Chávez ante el golpe que momentáneamente lo sacó del gobierno en abril de 2002: “No te inmoles como Salvador Allende”, podría resumirse lo sugerido por alguien que, caracterizado por la radicalidad y el valor, también estimaría necesario preservar la vida de Evo Morales como garante del proyecto revolucionario en Bolivia.
Ahí entran elementos de juicio que un análisis serio no puede evadir. ¿Ser garante de un proyecto revolucionario significa exactamente ocupar la silla presidencial, en un país donde no se ha hecho una revolución y rigen normas concebidas para asegurar el statu quo? Esas normas pueden propiciar que —aunque lo haga con los más elevados ideales— quien intente desconocerlas suscite en su contra una desaprobación como la urdida para justificar el golpe contra Morales, cuya mayor falta entonces fue quizás intentar que la OEA avalara su permanencia en el gobierno.
En tales circunstancias, es probable que el gran papel de un líder revolucionario no radique necesariamente —o no siempre— en ser el jefe del gobierno, sino el guía de un partido no tradicional, como el MAS. Y, hasta donde se sabe, en Bolivia ese partido no correría el peligro de que su candidato a nuevo presidente del país cometiera traición, al estilo del personaje sombrío que sirvió para asestarle a Revolución Ciudadana en Ecuador un golpe cuyas secuelas llegan hasta hoy.
El Fidel Castro que —con las lecciones de la personalidad y el asesinato de Allende en mente— le sugirió a Chávez no inmolarse, fue también quien, sintetizando en términos propios una expresión martiana, acuñó la máxima “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, y en circunstancias difíciles mencionó los estragos de “la miel del poder”. Esa miel puede embriagar no solo por ambiciones materiales, sino por otras asociadas al ejercicio del poder mismo, aunque se quieran legitimar, o hasta se legitimen —fundadamente incluso—, con las ansias de servir al pueblo.
Con la reciente intentona golpista vivida en Bolivia se pusieron sobre el tapete los indicios, que asomaban desde antes, de contradicciones y lucha por el poder, aunque revolucionarios que las intuían prefiriesen guardar silencio, para no azuzarlas. Las rencillas no dañarían solo a líderes en el ejercicio del poder, lo que ya sería grave, sino también —o quizás sobre todo— al proyecto político emancipador con el que ellos están responsabilizados.
Lo que se visibilizó frente al intento de golpe de estado movía a preguntarse dónde estaba Álvaro García Linera, y si había hecho declaraciones. Son conocidas la solidez política e intelectual de quien tan importante había sido —vicepresidente, nada menos— para el gobierno de Morales, a quien siguió acompañando tras el golpe en 2019. La oscuridad que parecía rodearlo en los meses previos al conflicto del pasado junio ¿se debería a fricciones que lo llevaron a la marginación y el silencio?
Ya ante las contradicciones que salieron a la luz con un golpe felizmente fallido, García Linera hizo públicas sus consideraciones sobre el tema. Al hacerlo, mostró claridad y equilibrio, la actitud de quien no estaba celebrando nada, sino sufriendo. Aunque en su mesura parece haber procurado no cargar la mano contra nadie en particular, advirtió sobre la mezquindad de las contradicciones.
Las calificó de “guerra fratricida” y —además de recordar que Bolivia tiene “un historial récord de golpes de Estado”— apuntó: “Lo malo es que en esta pelea intestina, muy egoísta, muy mezquina, están jugando con monstruos. De un lado y del otro, están jugando con los militares y eso es muy peligroso”.
Aunque las fuerzas contrarias no tuvieran el poderío mediático, los instrumentos jurídicos y la desvergüenza que tienen para calumniar, quien aspire a dirigir un proceso revolucionario y servir al pueblo debe actuar éticamente: por respeto a sí mismo y para no enlodar el proyecto que representa. La política no será un retablo celestial de ángeles, pero la honradez resulta fundamental para los revolucionarios, máxime en tareas de dirección.
Cuando se aprecia falta de limpieza y transparencia, todo se puede percudir, y cundirán las dudas. Será más difícil para la verdad abrirse camino, pero a la larga se lo abrirá, solo que puede ser tarde. Como los monstruos con que, a su juicio, están jugando quienes se desgastan en pugnas intestinas, García Linera mencionó a los militares, no por gusto.
El ejército de Bolivia no es como el que, en abril de 2002, tuvo en Venezuela expresiones de identificación con Chávez, y hoy sigue apoyando, en lo decisivo y visible, al proyecto bolivariano. En Bolivia, la potencia del Norte manipula a los monstruos locales —a menudo los ha formado “académicamente”—, y es el monstruo mayor. Desprecia a Morales por sus orígenes indígenas y su condición de campesino; pero a las declaraciones que hizo tras el nuevo golpe no tardó en darles crédito en función de sus permanentes planes injerencistas.
No es casual la asociación histórica de los imperios con la divisa “divide y vencerás”, ni su habilidad para conseguirlo. La división del MAS es un gran regalo para el imperialismo y sus cómplices. Fraccionado, es muy difícil que gane otras elecciones, o no las ganará con la holgura y la pujanza que necesita conservar. Con su mengua, las fuerzas proimperialistas, oligárquicas y antipopulares, ¡y el propio imperialismo!, no necesitarían orquestar otros golpes de estado: tendrían ya el control del poder y de las riquezas del país.
García Linera no prevé reconciliación entre quienes se han hecho graves acusaciones. Pero, más allá de rencillas dolorosas, se habla aquí de políticos que tienen en su currículo páginas de servicio al pueblo. Si desean que Bolivia y el MAS sigan resistiendo los embates imperialistas y de la oligarquía interna, deben subordinar sus intereses y pruritos personales a los colectivos, pensar en los pueblos, comenzando por el suyo.
En la región crece una derechización extrema, fascista, que impide que se recuperen logros como los de Revolución Ciudadana en Ecuador, y puso en la presidencia de Argentina a un ser particularmente siniestro. En Venezuela, el proyecto bolivariano está bajo constante asedio, y en Brasil no han desaparecido los fantasmas del bolsonarismo. El primer gobierno de izquierda de Colombia ha heredado graves conflictos internos, fuerzas ultrarreaccionarias que conservan poder, y compromisos contraídos con la OTAN por el país, que está punteado de bases militares estadounidenses. Contra Cuba sigue pesando un largo bloqueo genocida.
Son realidades vinculadas con los desafueros de los decadentes Estados Unidos y del “Occidente global”, que, también en crisis, dicha nación —con crímenes a la vista como el genocidio palestino, del que es cómplice— encabeza, arrastra y subyuga en su afán de salvar la hegemonía que se le va. Poderosas razones tienen los revolucionarios bolivianos para unirse firmemente en el afán de impedir que el MAS venga a menos.
* Publicado originalmente en Cubaperiodistas.cu
Un comentario
Muchas gracias Luis por tu muy esclarecedor análisis sobre la situación en Bolivia, y en toda Nuestra América.