La riqueza de contenidos es insuficiente para llevar adelante historias interesantes; contarlos en ficciones, documentales, informativos, entre otros formatos, exige saberes, oficio, ingenio artístico
La literatura, el cine, la televisión y con ellos las diferentes formas de narración, intentan buscar relaciones de esclarecimiento al involucrarse con lo “real” para decirnos: todo le interesa al ser humano. En ese “todo” pueden coincidir calamidades, patrones típicos de lo aburrido, supuestas diversiones, percepciones matizadas sobre violencias, ausencias, pero que no lastimen sensibilidades, pareceres o posiciones de alguien culpable y, a la vez, inocente. ¿Puede ocurrir esa dualidad? Disímiles meditaciones afloran ante esta interrogante. No pocos filmes exhibidos en el imprescindible espacio Amores difíciles (Cubavisión, domingo, 10:00 p.m.) –lo extrañamos durante el verano– colocan esa disyuntiva ante espectadores avezados, participativos, y sabe responderla el equipo creativo decisor, mediante las excelencias del guion, la puesta en pantalla y los desempeños de actores y actrices sin abrigar la menor duda; integran el reparto los que lo merecían, definitivamente.
Las producciones cubanas, a veces, suscitan la pregunta referida ante intérpretes recitativos, externos, desarraigados de la trama de manera literal. Ocurre, además, en ocasiones, cierto extrañamiento al ubicar donde se desarrolla el relato, de ningún modo es preciso decirlo en diálogos, escenas o gestuales; un plano bien elegido expresa más que pronunciamientos verbales. Revistas culturales, informativos, documentales, animados, musicales, necesitan las elocuencias de la visualidad en revelaciones no dichas. El magisterio aportado por el escritor y poeta estadounidense Raymond Carver (1938-1988) sirve en cualquier circunstancia: “Y de pronto todo se le aclaró”. El mismo explica: “Estas palabras me parecen llenas de expectativas y posibilidades. Me encanta su llana claridad y el asomo de revelaciones implícito en ellas. Por otro lado, encierran algo de misterio. ¿Qué es lo que no había estado claro? ¿Por qué justo ahora logra dilucidarse? ¿Qué fue lo que sucedió? Y sobre todo: ¿Y luego, qué? Este tipo de repentinos despertares generan consecuencias”.
Las ficciones revelan valores, están abiertas a incertidumbres; demandan la inteligencia lectora para comprender mensajes, íconos, intertextualidades, estas interpelan al usuario andante por la red y potencian las prestaciones múltiples de la imagen. Igual afuera, en contextos, vivimos mundos hipervisuales. Los públicos continúan siendo un misterio. Existen tantas aceptaciones, rechazos, gozos o insatisfacciones como las disímiles curiosidades expandidas de manera indiscriminada. Lidera la estetización difusa, llamada así porque en derredor, aquí, allá, ahora, todo vale. La banalización crece, ni las perspectivas tecnológicas, perceptivas, intermediales o creativas pueden detenerla. Ver y comprender diversidades discursivas exige desbrozar ámbitos de relaciones sociales nunca ajenos a las luchas simbólicas, al conocimiento y las continuas mezclas de contenidos facilitadores de anclajes sorprendentes; incluso registros de informaciones apenas imaginadas.
Poco se reflexiona sobre la génesis y el desarrollo de la idea hasta su concreción en una historia audiovisual de posible connotación artística. Las inspiraciones y la improvisación surgidas durante el acto creativo arrojan luces o entorpecen el avance por laberintos impuestos en guiones mal trazados. Descartar ingenuidades en la exposición de conflictos o abrir túneles que pretenden abarcar lo máximo y lo mínimo impide el repentino despertar inmanente del arte, pero es preciso construirlo; atesorar la cita de Carver desata el más difícil manojo de sentidos en provecho del decir mientras haya algo interesante que decir.