Como cada año, asaltaron calles, avenidas y plazas hombres y mujeres ataviados con cascos blancos, sombreros de yarey, batas de medicina, uniformes de color verde olivo, atuendo deportivo o cultural; unos con carteles, otros con banderas o repiqueteando tumbadoras y cencerros…
Pero, como cada mayo también, esos mismos espacios se vieron tomados por niños sobre hombros de papá, en brazos o de la mano de mamá, portando globos, agitando banderitas cubanas…
Nadie piense que constituyeron un puñado. Para miles de familias se ha convertido en tradición llevarlos al desfile por el Día Internacional de los Trabajadores. Ninguno de ellos tiene necesidad de trabajar. De hecho, en Cuba está prohibida tal praxis para niños y adolescentes. Su único “deber laboral” es estudiar, desarrollarse integralmente.
Son el tesoro más grande y hermoso que tiene un país. Por ellos y para ellos una nación como la nuestra mueve cielo, mar y tierra.
Se me antoja que este desfile es –ante todo– por ellos, por los que no trabajan, por los dueños que desde hoy tiene el futuro.












