Está sentado, junto a una pared, en el reducido cuadrante de un pequeño muro, apenas a una cuadra de la Iglesia Mayor espirituana, la misma que aún se detiene a contemplar, como un niño o como si fuese la primera vez.
Su mirada, sin embargo, no está ahora en la legendaria parroquia, símbolo arquitectónico de la ciudad que acaba de coronar 510 años de existencia.
Ligeramente inclinado hacia adelante, tiene la vista clavada en el vetusto radio que descansa, como un nieto adormecido, sobre sus piernas.
Tratando de no alterar esa divina confabulación –no sé si más infantil que anciana o viceversa– le tomo una de esas fotos que luego terminan estremeciéndome todo.
Quizás así lo han visto, día tras día, a toda hora, por las antiquísimas, pero siempre apacibles calles de la otrora villa colonial: cuarta fundada por España en Cuba (4 de junio de 1514).
Tal vez sea esta la primera ocasión en que sale con el entrañable equipo para ver si da con un “mago extemporáneo” que realice el milagro de hacerlo funcionar otra vez.
Acaso lo observa solo preguntándose, en silenciosa meditación, si cuando cobre su próxima chequerita le alcanzará el dinero para pagarle el servicio a uno de esos individuos que si no te cobran por cuenta propia, hasta el oxígeno que respiras, es porque el modo de hacerlo no lo han hallado.
Su nombre puede ser tan común como el de cualquier otro hombre de su edad, de ese tiempo al que se mantiene anclado, inamovible…
Por ello, a pesar de las, digamos, renovadoras brisas de esta tercera década del siglo XXI, difícilmente se le vea mañana deslizando la yema del dedo sobre una pantalla de celular para posar su oído en el noticiero nacional de radio, en el programa de música campesina o mexicana, en el espacio Nocturno o en lo que minuto a minuto informa el único reloj hecho radio durante las 24 horas del éter.
No. No se ha percatado de que me llevo su silueta en la caja toráxica del teléfono… como tampoco imagina que no solo el vetusto radiecito dormitando sobre sus piernas deviene reliquia en las imprecisas y reales vitrinas del tiempo… también lo es él, en silencio, sin onda ni señal, pero de alguna manera en frecuencia con esa Parroquia Mayor que no deja de emitir viejos y nuevos acordes para toda la villa.
Un comentario
Interesante reflexión.