El ceramista Lázaro Valdés Pérez es el encargado de confeccionar –y donar- las piezas identificativas del Premio del Barrio, que confieren los Comités de Defensa de la Revolución “a personas e instituciones con una relevante trayectoria en el quehacer comunitario”
Una calidez natural recibe al visitante; las puertas siempre están abiertas. Luego, la conversación sin artificios. El diálogo fluye. No hay distanciamiento, porque el interlocutor parece un viejo amigo. La casa y el taller se confunden, en un entorno igualmente afable. A veces hay una interrupción del diálogo, por detalles a consultar, entre el ceramista y algún trabajador, o respuestas que dar acerca de una producción, pieza o molde. Solícito atiende, porque eso es normal cuando el centro de labor y el hogar están como uno solo.
Así de dinámico es el taller de Lázaro Valdés Pérez. Lo de ceramista no le llegó por herencia, en su familia no había tradición; la condición filial le legó el apodo adoptado como nombre artístico: Matacochino, seudónimo que comenzó con el abuelo, siguió con su papá, Lázaro Valdés Espinosa, y vino a él para perdurar en el arte cubano.
En Calabazar existían siete industrias de cerámica; no había dificultades con las materias primas. Por hábito estaban creadas las condiciones para mantener la tradición alfarera bien ganada por la localidad. Se producían tubos de barro, tejas de techo, celosías, rasilla, soladuras… Las industrias de cerámica más importantes de La Habana estaban aquí, en este territorio perteneciente al municipio de Boyeros.
Los conocimientos de alfarería los adquirió por influencia. ¿Cómo no entrar en la ola de una localidad con tan rica tradición, si talento había –hay- y vocación, también? El papá, que era carpintero entró por ¿azar? a este quehacer. Veamos qué cuenta Matacochino al respecto:
“Mi padre era carpintero. Con frecuencia recuerda cuando estuvo mucho tiempo haciéndole un escaparate a un tornero, y cuando llegó a su casa con el mueble, el cliente le dijo pagárselo con el horno que haría esa semana. Ahí comprobó que con la carpintería la cuenta no daba. En el pueblo todo el mundo hacía cerámica y bien vendida. No sé si eso fue lo que lo impulsó, pero optó por el cambio.
“En una fecha perdida en el tiempo y en la bruma de mi memoria, me levanté y vi por la ventana de la parte trasera de la casa que había unas piezas extrañas sobre unas mesas. Al preguntar, respondieron que eran los moldes para iniciar el nuevo oficio. Yo tendría seis o siete años. El propio Alfredo -nombre del cliente del escaparate- comenzó a ayudarle.
“Cuando yo estaba terminando el noveno grado comenzó a trabajar con mi papá Pedro Hernández Torres, un importante artista de la plástica, con una gran trayectoria en el ámbito cultural. Transcurría el año 1989; no sabía que existía San Alejandro, ni qué eran las artes plásticas; sencillamente, entraba el taller de mi padre para darles formas a muñequitos y otras piezas diminutas.
Pedro me preparó y tuve la suerte de matricular en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro en 1989. A partir de ese momento comencé a ver el arte con otra perspectiva, pues la preparación infunde mucha confianza. La graduación fue en 1993.
-¿Cuándo asumes el primer trabajo de envergadura?
-Un amigo recibió la convocatoria para hacer las esculturas de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba. Yo tenía 21 años y él me invitó a la reunión en la cual iban a discutir las posibles esculturas. Antonio Castañeda, presidente fundador, pedía las esculturas a un metro de alto, más o menos. Eran 30, porque se iba a fundar el Museo de los Orishas. Probamos con una y las hice todas. Después cumplí otros encargos en la Universidad del Ministerio del Interior Eliseo Reyes Rodríguez, Capitán San Luis y otras instituciones.
“Mi participación en exposiciones ha sido en colectivas. Un privilegio haber estado con Kcho, Ernesto Rancaño –prematuramente fallecido-, uno de los más grandes artistas que he conocido. Si excelente era su arte, mejor era como persona. Recientemente, Manuel Mendive preparó aquí, en mi taller, la cerámica de sus muestras expuestas ahora en el Museo Nacional de Bellas Artes. Fue un honor que estuviera en casa, realizando esas labores”.
El Premio del Barrio: misión cederista:
“Debo decir que ya fui acreedor del Premio del Barrio. En ese momento eran realizados en Papel Maché, una técnica artesanal originaria de China, India y Persia. Con el uso de pasta de papel se confeccionan objetos ornamentales-; lo recibí con gran satisfacción. Siempre he tenido una peña nombrada Dulce de calabaza. Logramos un movimiento cultural muy bonito, con varias escuelas que estaban vinculadas al taller y, por supuesto, a esa actividad: un hecho cultural significativo. Pienso que esa es la razón para el otorgamiento.
“La peña tiene más de 20 años, siempre con mucha concurrencia y la participación de reconocidos artistas, en especial, ceramistas. La convocatoria es para los primeros sábados de cada mes, aunque hace algún tiempo que está interrumpida por diversas razones, entre ellas, la gran cantidad de compromisos de trabajo que tengo”.
“Hay algo que siento el deber de decir: mi esposa, Lía Guzmán León, es de una tremenda ayuda en todo lo relacionado con mi trabajo: meticulosa y de detalles, respecto al Premio del Barrio ella ha sido la del toque final”.
-¿Quién te asignó la confección del Premio?
-Gerardo Hernández Nordelo, quien tiene un enorme poder de persuasión. Me planteó el asunto y comenzamos a intercambiar ideas. Él domina el diseño, porque es caricaturista. Tiene el don de la comunicación y, lo más importante: muy sencillo y entusiasta. También estaban Camilo Mayet Cosme, jefe del Departamento de Comunicación e Imagen de la Dirección Nacional de los CDR, y otros funcionarios.
“Nos planteamos varios proyectos, que representara a toda Cuba, no solo la ciudad. Faltaba un detalle, identificar las zonas de campo; se resolvió adicionando al conjunto una casita rural. Todo fluyó por la empatía y la comunicación prevalecientes. La propuesta tenía lógica y el ambiente era de colaboración. Entre todos decidimos”.
¿No hubo momentos de tensión?
-En cuanto al premio y su diseño, no; pero sí en lo relacionado con la escasez de materias primas. Por ejemplo, el caolín –recurso esencial-, que proviene de la Isla de la Juventud, y el barro, de Pinar del Río. Es un proceso muy caro y difícil, con la adición de los problemas de carencia de combustible. Pero el apoyo de los CDR ha sido decisivo.
-¿Cómo se siente Lázaro Valdés Pérez cuando ve que, en torno al 28 de septiembre, muchos cubanos reciben esta obra confeccionada por él y su gente?
-Una felicidad enorme. ¿Quién me lo iba a decir, un día recibí el Premio del Barrio con tanto orgullo y luego tendría la responsabilidad de confeccionarlos para la satisfacción de otros? En muchos barrios de Cuba lo guardan con amor en lugares de privilegio, y sus depositarios son personas e instituciones de relevante trayectoria en el quehacer comunitario a favor del pueblo. Eso es lo más reconfortante.