El hombre de Neanderthal

Este divertido relato forma parte de La gran bonanza de las Antillas, que comprende textos escritos por Calvino entre 1943 y 1984


Entrevistador: Les hablo desde el pintoresco valle de Neander, en las proximidades de Düsseldorf. A mi alrededor se extiende un anfractuoso paisaje de rocas calcáreas. Mi voz resuena contra las paredes tanto de cavernas naturales como de canteras abiertas por la mano del hombre. Durante los trabajos de esta cantera, en 1856, fue cuando tuvo lugar el hallazgo de uno de los más antiguos habitantes de este valle, donde se había establecido hace unos treinta y cinco mil años. El hombre de Neanderthal: así, por antonomasia, se ha convenido en llamarlo. He venido a Neanderthal precisamente para entrevistarlo. El señor Neander –me dirigiré a él durante esta entrevista con este apelativo simplificado–, el señor Neander, como quizás ustedes sepan, tiene un carácter un poco desconfiado y hasta ceñudo, dada también su avanzada edad, y no parece importarle demasiado la fama internacional de que goza. A pesar de ello ha accedido cortésmente a responder a algunas preguntas para nuestro programa. Aquí viene, con su característico paso un poco bamboleante, y me examina desde debajo de su prominente arco superciliar. Aprovecho en seguida para hacerle una pregunta indiscreta, que desde luego corresponde a una curiosidad de muchos de nuestros oyentes. Señor Neander, ¿se imaginaba usted que llegaría a ser tan famoso? Quiero decir: por lo que se sabe, usted jamás hizo en su vida nada especial y de pronto resulta ser un personaje importante. ¿Cómo se lo explica?

Neander: Eso es lo que tú dices. ¿Tú estabas? Yo sí que estaba allí. Tú no.

Entrevistador: De acuerdo, usted estaba aquí. Bueno, ¿le parece suficiente?

Neander: Yo ya estaba.

Entrevistador: Esta precisión me parece útil. El mérito del señor Neander no sería simplemente el hecho de estar aquí, sino de estar ya, de estar entonces, antes que muchos otros. La prioridad es en realidad una prerrogativa que nadie discutirá al señor Neander. Aunque… todavía antes, como lo han demostrado, y como usted mismo puede confirmar, no es cierto, ¿señor Neander? se observaron huellas, incluso numerosas y presentes en varios continentes, de seres humanos, que eran ya realmente humanos…

Neander: Mi papá…

Entrevistador: Remontándose hasta un millón de años atrás…

Neander: Mi abuela…

Entrevistador: Por lo tanto su prioridad, señor Neander, nadie puede negarla, pero se trataría de una prioridad relativa: digamos que usted es el primero…

Neander: Siempre antes que tú…

Entrevistador: De acuerdo, pero no es ésa la cuestión. Quiero decir que él fue el primero que creyó ser el primero de los que vinieron después.

Neander: Eso te lo crees tú. Primero está mi papá…

Entrevistador: No sólo él, sino…

Neander: Mi abuela…

Entrevistador: ¿Y antes? ¡Atención, señor Neander; la abuela de su abuela…!

Neander: No.

Entrevistador: ¿Cómo que no?

Neander: ¡El oso!

Entrevistador: ¡El oso! ¡Un antepasado totémico! Como han escuchado, ¡el señor Neander pone como fundador de su genealogía al oso, seguramente el animal-tótem que simboliza su clan, su familia!

Neander: ¡La tuya! Primero está el oso, después el oso va y se come a mi abuela… Después estoy yo, después yo voy y al oso lo mato… Después al oso me lo como.

Entrevistador: Permítame un momento que yo comente para nuestros oyentes las preciosas informaciones que nos está dando, señor Neander. ¡Primero está el oso! Usted lo ha dicho muy bien, afirmando con gran claridad la prioridad de la naturaleza bruta, del mundo biológico que sirve de escenario, ¿no es cierto, señor Neander? que sirve de suntuoso escenario al advenimiento del hombre, y cuando el hombre se asoma por así decir a las candilejas de la historia es cuando se inicia la gran aventura de la lucha con la naturaleza, primero enemiga y después poco a poco sometida a nuestra voluntad, un proceso multimilenario que el señor Neander ha evocado tan sugestivamente en la dramática escena de la caza del oso, casi un mito de la fundación de nuestra historia…

Neander: Yo era el que estaba allí. No tú. Estaba el oso. Donde yo voy, viene el oso. El oso está siempre alrededor de donde yo estoy, si no, no.

Entrevistador: Eso es. Me parece que el horizonte mental de nuestro señor Neander comprende sólo la parte del mundo que entra en su percepción inmediata, excluyendo la representación de acontecimientos lejanos en el espacio y en el tiempo. El oso está donde yo veo al oso, dice él, si yo no lo veo, no está. Este es desde luego un límite que tendremos que tener en cuenta en la continuación de nuestra entrevista, evitando plantearle preguntas que salgan de los límites, ¿verdad?, de las capacidades intelectuales de un estadio evolutivo todavía rudimentario…

Neander: Serás tú. ¿De qué estás hablando? ¿Tú qué sabes? La comida, ¿no?, es la misma comida la que busco yo y la que busca el oso. Los animales rápidos, yo soy el que mejor los atrapa; los animales grandes, el oso es el que mejor los atrapa. ¿No? Y después o es el oso el que me los quita a mí o soy yo el que se los quita al oso. ¿No?

Entrevistador: Está clarísimo, de acuerdo, señor Neander, no hay motivo para que se ponga usted nervioso. Es un caso, digamos, de simbiosis entre dos especies, una especie del género homo y una especie del género ursus; o mejor, es una situación de equilibrio biológico, si se quiere: en medio de la ferocidad despiadada de la lucha por la supervivencia, se establece algo como un entendimiento tácito…

Neander: Y después, o el oso me mata a mí, o soy yo el que mata al oso…

Entrevistador: Eso es, eso es, la lucha por la supervivencia vuelve a desencadenarse, el más apto triunfa, es decir no sólo el más fuerte –y el señor Neander aunque tenga las piernas un poco cortas, es muy musculoso–, sino sobre todo el más inteligente, y el señor Neander, a pesar de la curvatura cóncava, casi horizontal, de su frente, manifiesta facultades mentales sorprendentes… Esta es la pregunta que quería hacerle, señor Neander: ¿hubo un momento en que usted temió que el género humano sucumbiese? ¿Me entiende, señor Neander, que desapareciese de la faz de la tierra?

Neander: Mi abuela… Mi abuela por tierra…

Entrevistador: El señor Neander vuelve a ese episodio que debe de haber sido una experiencia digamos traumática de su pasado… Más aún: de nuestro pasado.

Neander: El oso por tierra. Yo me comí al oso… Yo: no tú.

Entrevistador: Justamente quería preguntarle también eso: hubo un momento en que usted tuvo la neta sensación de la victoria del género humano, la certeza de que serían los osos los que se extinguirían, no nosotros, porque nadie podría cerrarnos el camino, y que usted, señor Neander, un día merecería nuestra gratitud, digo de parte de la humanidad en lo más alto de su evolución, gratitud que yo le expreso hoy desde este micrófono…

Neander: Mmm… Yo si hay que caminar camino… si hay que pararse me paro… si hay que comer al oso me paro y me como al oso… Después yo camino y el oso se queda quieto, un hueso por aquí, en el suelo, un hueso por allá, en el suelo… Detrás de mí están los otros que vienen, caminando hasta donde está el oso, inmóvil, los otros se paran, se comen el oso… Mi hijo muerde un hueso, otro hijo mío muerde otro hueso… otro hijo mío muerde otro hueso…

Entrevistador: Es uno de los momentos culminantes de la vida de un clan de cazadores el que el señor Neander nos hace revivir en este momento: el banquete ritual después de una afortunada batida de caza…

Neander: Mi cuñado muerde otro hueso, mi mujer muerde otro hueso…

Entrevistador: Como han podido escuchar directamente por boca del señor Neander, las mujeres eran las últimas que se servían en el banquete ritual, lo que equivale a admitir la inferioridad social en que se tenía a la mujer…

Neander: ¡La tuya! Primero yo le llevo el oso a mi mujer, mi mujer enciende el fuego debajo del oso, después yo voy a cortar la albahaca, después vuelvo con la albahaca y digo: Dime, ¿dónde está la pata del oso? y mi mujer dice: Me la comí, ¿no? para ver si todavía estaba crudo, ¿no?

Entrevistador: Ya regía en la comunidad de los cazadores y recolectores –esto es lo que resulta del testimonio del señor Neander– una neta división del trabajo entre hombre y mujer…

Neander: Después voy a recoger la mejorana después vuelvo con la mejorana y digo: Dime, ¿dónde está la otra pata del oso? y mi mujer dice: me la comí, ¿no?, para ver si no se había quemado, ¿no? Y le digo: Oye, el orégano ¿sabes quién va a recogerlo? vas tú, le digo, tú eres la que va por el orégano, ¿eh?

Entrevistador: De esta breve y sabrosa escena familiar muchos son los datos concretos que podemos extraer sobre la vida del hombre de Neanderthal: primero, el conocimiento del fuego y su empleo en la cocina; segundo, la recogida de hierbas aromáticas y su uso gastronómico; tercero, el consumo de la carne en grandes porciones separadas, lo que presupone el empleo de verdaderos y auténticos instrumentos cortantes, es decir un estadio avanzado de la elaboración del sílex. Pero escuchemos directamente del entrevistado si tiene algo que decirnos sobre este punto. Formularé la pregunta de manera de no influir en la respuesta; señor Neander, usted con las piedras sí, con esos bonitos guijarros, pedruscos, como muchos que se encuentran aquí alrededor, ¿nunca ha intentado, no sé, jugar con ellos, golpear un poco el uno con el otro, ver si son realmente tan resistentes?

Neander: ¿Pero qué estás diciendo del guijarro? ¡Ya sabes qué se hace con el guijarro! ¡Dang! ¡Dang! Yo con el guijarro: ¡dang! Coges el guijarro, ¿no?, lo pones sobre la piedra grande, coges ese otro guijarro, le das fuerte, seco, ¡dang! ¿Sabes dónde se da el golpe seco? ¡Ahí! ¡Ahí se da!: ¡dang! ¡el golpe seco! ¡ahí va! ¡ay! ¡te machucas el dedo! Después te chupas el dedo, después das unos saltos, después coges el otro guijarro, vuelves a poner el guijarro sobre la piedra grande, ¡dang! Ves que se ha partido en dos, una astilla gruesa y una astilla fina, una curvada por aquí, la otra curvada por allí, tomas en la mano esta que se sujeta bien en la mano, por aquí, así, y con la otra mano, por allá, así, y haces: ¡deng! ves que haces deng allí en ese punto, ¡ahí va! ¡ay! ¡te clavaste la punta en la mano! Después te chupas la mano, después das una vuelta sobre un solo pie, después coges de nuevo la astilla en la mano, la otra astilla en la otra mano, ¡deng!, te salta una pequeña astilla, ¡ay! ¡en un ojo! te frotas el ojo con la mano, das un puntapié a la piedra grande, vuelves a coger la astilla grande y la astilla fina, ¡deng! haces saltar otra astilla pequeña muy muy cerca, ¡deng! otra, ¡deng! otra más, y ves que donde han saltado queda una muesca bien profunda, redonda y después otra muesca, y después otra muesca, así arriba y abajo todo alrededor, y después del otro lado, ¡deng! ¡deng! mira cómo queda todo alrededor, muy muy fino, muy muy afilado…

Entrevistador: Agradecemos a nuestro…

Neander: … después das unos golpecitos así, ¡ding! ¡ding! y haces saltar astillas muy muy pequeñas, ¡ding! ¡ding! y ves que quedan muchos dientes muy muy pequeños, ¡ding! ¡ding!

Entrevistador: Hemos entendido muy bien. Agradezco en nombre de los oyentes…

Neander: ¿Pero qué has entendido? Ahora es cuando puedes dar un golpe aquí: ¡dong!, y así después puedes dar otro del otro lado: ¡dung!

Entrevistador: Dung, exacto, pasemos a otra…

Neander: … así puedes coger bien en la mano ese guijarro trabajado por todas partes y después empieza el trabajo en serio, porque coges otro guijarro y lo pones sobre la piedra grande, ¡dang!

Entrevistador: Y así sucesivamente, clarísimo, lo importante es cómo se empieza. Pasemos…

Neander: Y no, una vez que empiezo, ya no puedo dejar, siempre hay en el suelo un guijarro que parece mejor que el primero y entonces arrojo el de antes y cojo éste y ¡deng! ¡deng! y de las astillas que saltan hay muchas que no sirven y muchas que son todavía mejores para trabajar, y entonces les doy a aquéllas, ¡ding! ¡ding! y resulta que puedo conseguir todo lo que quiero de todos esos pedazos de piedra y cuantas más muescas hago más muescas puedo hacer donde hice una hago dos, y después dentro de esas dos muescas hago otras dos muescas y al final se desmenuza todo y lo arrojo al montón de astillas desmenuzadas que crece y crece de este lado, pero del otro lado todavía tengo toda la montaña de roca para hacer astillas.

Entrevistador: Ahora que el señor Neander nos ha descrito el trabajo extenuante, monótono…

Neander: ¡Más monótono serás tú! ¿Tú sabes hacer muescas en la piedra, muescas todas iguales, sabes hacer muescas monótonas? No, ¿entonces de qué estás hablando? ¡Yo sí que las sé hacer! Y desde que me puse, desde que vi que tengo pulgar, ¿ves el pulgar? El pulgar lo pongo aquí y los otros dedos los pongo allá y en medio hay una piedra, en la mano, bien apretada para que no se escape, desde que vi que tenía la piedra en la mano y le daba golpes, así, o así, entonces lo puedo hacer con todo, con los sonidos que me salen de la boca, puedo hacer sonidos así, a a a, p p p, ñ ñ ñ, y entonces no paro de hacer sonidos, me pongo a hablar, a hablar y no paro más, me pongo a hablar de hablar, me pongo a trabajar piedras que sirven para trabajar piedras, y mientras tanto empiezo a pensar, pienso en todas las cosas que podría pensar cuando pienso, y me dan ganas también de hacer algo para que los otros entiendan algo, por ejemplo pintarme franjas rojas en la cara, nada más que para que entiendan que me hice franjas rojas en la cara, y a mi mujer me dan ganas de hacerle un collar de dientes de jabalí, sólo para que vean que mi mujer tiene un collar de dientes de jabalí y la tuya no, qué te crees que tienes tú que no tuviera yo, no me faltaba realmente nada, todo lo que se hizo después ya lo hacía yo, todo lo que se dijo y pensado y significado ya estaba en lo que yo decía pensaba y significaba, toda la complicación de la complicación ya estaba allí, basta que yo coja este guijarro con el pulgar y el hueco de la mano y los otros cuatro dedos que se doblan encima y ya está todo, tenía todo lo que después se tuvo, todo lo que después se supo y pudo yo lo tenía, no porque fuera mío, sino porque estaba, porque ya estaba, porque estaba allí, mientras que después se lo fue teniendo y sabiendo y pudiendo cada vez menos, cada vez menos de lo que podía ser, de lo que era antes, de lo que yo tenía antes, de lo que yo era antes, realmente yo estaba entonces en todo y por todo, no como tú, y todo estaba en todo y por todo, todo lo que se necesita para ser en todo y por todo, incluso toda la torpeza que vino después ya estaba en aquel ¡deng! ¡deng! ¡deng! ¡ding! ¡ding!, entonces qué vienes a decirme, qué te crees que eres, qué te crees que eres y que en realidad no eres, si estás aquí es sólo porque yo sí que estaba y estaba el oso y las piedras y los collares y los martillazos en los dedos y todo lo que se necesita para ser y que, cuando es, es.

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos