Rubén Martínez Villena relegó totalmente su obra literaria y su innegable talento poético para dedicarse por entero a la lucha por la justicia social
Por. / PEDRO ANTONIO GARCÍA*
Cuando el sátrapa Gerardo Machado asumió la presidencia de la República el 20 de mayo de 1925, en una reunión con inversionistas yankis declaró que una huelga no duraría más de un cuarto de hora durante su mandato. En su primer sexenio como gobernante (1925-1930), implantó el terror como política de Estado, ordenó el asesinato de periodistas (Armando André), comunistas (Julio Antonio Mella, Claudio Bruzón, Noske Yalob), sindicalistas (Alfredo López, Enrique Varona) e incluso, veteranos mambises (coronel Blas Masó).
Por ello, causó grandes expectativas la convocatoria lanzada por la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) en protesta contra la política antinacional de la tiranía machadista y su constante violación de las libertades democráticas. Más si lideraba la organización proletaria un muchacho rubio, delgado, escueto, de ojos claros y agudos llamado Rubén Martínez Villena que hasta hacía pocos años atrás publicaba en la prensa habanera sus bellos poemas y excelentes sonetos patrióticos.
Desde días antes del 20 de marzo de 1930, fecha fijada para el paro nacional, tropas del ejército fueron desplazadas por la ciudad. El cuartel de Dragones fue reforzado con 300 efectivos y varias piezas de artillería. Un grupo numeroso de policías y soldados armados vigilaba el Centro Obrero, preparados como para un combate. Pero no pudieron impedir la presencia del joven Rubén quien se dirigió a la multitud de trabajadores concentrada en ese lugar.
Con gesto enérgico Villena interrumpió los aplausos de la muchedumbre: “Decían que no habría huelga y hay huelga. Decían que yo no hablaría y estoy hablando”. Y tras impartir instrucciones, concluyó: “Compañeros, son las doce de la noche, la huelga ha comenzado”. Más de 200 000 obreros y empleados participaron en el paro nacional durante más de 36 horas. En La Habana y Manzanillo se paralizó totalmente la producción, el comercio y el transporte urbano. El aparato represivo del machadato se vio impotente ante la gran movilización de las masas. El tirano no pudo cumplir su promesa.
El joven poeta
A Rubén Martínez Villena (Alquizar, 20 de diciembre de 1899-La Habana, 16 de enero de 1934) su madre, mujer refinada, le inculcó el gusto por la literatura. Ya estudiante de Derecho en la Universidad de La Habana, publicó su primer artículo en prosa en la revista Evolución (julio de 1917). A partir de entonces las publicaciones habaneras comenzaron a incluir piezas de su autoría, sobre todo sus poemas, entre ellos los arrebatados sonetos de fogoso patriotismo como Rescate de Sanguily, Mal Tiempo y San Pedro.
En 1923 afloran importantes hitos en su obra poética con piezas antológicas: La pupila insomne y El gigante. Intuye, ante sus afecciones pulmonares, una muerte joven: “Estas alas tan cortas y estas nubes tan altas./ Y estas alas queriendo conquistar esas nubes” (El anhelo inútil, 1923). Y comienza a apreciarse su preocupación por lo social en Mensaje lírico civil, “una franca incitación a la lucha armada”, al decir de Raúl Roa García.
El revolucionario
Participante en la Protesta de los 13 contra la corrupción del gobierno de Alfredo Zayas (1923), Rubén fue un eficaz colaborador de Julio Antonio Mella en la fundación de la Universidad Popular José Martí y la Liga Antimperilaista de Cuba. Ingresó al primer Partido Comunista de Cuba en 1927. Como asesor legal (abogado) de la CNOC, se convirtió en su líder natural aunque nunca asumió su secretaría general. En el Partido, igualmente, se destacó como dirigente, aunque nunca ostentó cargo oficial alguno, salvo integrante del Comité Central.
Volcado totalmente a la lucha social, desde entonces prácticamente no versificó más. De esos ocho últimos años de su vida solo encontraremos unas pocas piezas. Como le dijera a Jorge Mañach en la famosa polémica: “Yo no soy poeta (aunque he escrito versos)… Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social”.
Tras la huelga del 20 de marzo de 1930, el régimen machadista desató contra su persona una implacable persecución. Ante el visible deterioro de su salud el Partido lo envía a la Unión Soviética con el objetivo de curarse de su mal pulmonar. En un sanatorio del Cáucaso recibió la noticia de que su enfermedad era irreversible, por lo que decidió retornar a Cuba.
En agosto de 1933, la impronta de Martínez Villena fue decisiva en un paro económico, surgido en un paradero de ómnibus de la capital, devenido huelga política y nacional. El país se hizo ingobernable y el tirano Machado tuvo que abandonar el país.
A pesar de su extrema debilidad, Ruben aún tuvo fuerzas para hablar en el recibimiento de las cenizas de Mella (septiembre de 1933), su última aparición en público, y participar activamente, ya en 1934, en los proyectos del IV Congreso Nacional Obrero de Unidad Sindical. Cuando unos compañeros fueron al sanatorio donde lo habían ingresado a darle la noticia del exitoso desarrollo del evento proletario, cuentan que exclamó: “Si es así, ya me puedo morir, porque me siento feliz”.
*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.
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Fuentes consultadas
Las biografías Rubén Martínez Villena, de Ana Núñez Machín, y El fuego en la semilla del surco, de Raúl Roa.