A pesar de los esfuerzos del naciente imperialismo yanqui y la corona madrileña por impedir el estallido de la Guerra Necesaria preparada y organizada por José Martí, 35 localidades encendieron la llama insurrecta y en la manigua volvieron los mambises a “batir el cobre”
Por. / Pedro Antonio García*
Después de firmar junto con Mayía Rodríguez y Enrique Collazo la Orden de Alzamiento que autorizaba “el alzamiento simultáneo, o con la mayor simultaneidad posible, de las regiones comprometidas […] durante la segunda quincena, no antes, del mes de febrero”, José Martí, en unión de estos dos patriotas y Manolito Mantilla, partió de Nueva York rumbo a República Dominicana no sin antes dejar instrucciones sobre el envío de numerosas cartas redactadas por él en la víspera.

Llama la atención en toda esta correspondencia, dirigida a muchos patriotas, entre ellos, Antonio Maceo, que como constante, el Apóstol reitere la voluntad de convertir en triunfo el revés de La Fernandina. Tras una parada en Fortune Island (hoy Cayo Largo, Bahamas), donde pernoctaron, siguieron viaje y el 6 de febrero arribaron a Cayo Haitiano. Gómez los recibió en Montecristi al día siguiente.
Entretanto, en Cuba, en su condición de Delegado del Partido Revolucionario (PRC) en la Isla, Juan Gualberto Gómez envió al joven estudiante Tranquilino Latapier a Oriente a encontrarse con Guillermón Moncada y Bartolomé Masó. Regresó a la capital con la propuesta de fijar como fecha del levantamiento al 24 de febrero, primer domingo de carnaval.
El médico matancero Pedro Betancourt se dirigió a Las Villas para entregarle las instrucciones del Apóstol a Francisco Carrillo. A los patriotas del centro del país les fue imposible secundar el alzamiento simultáneo ante la escasez de armas. Los camagüeyanos tampoco se hallaban en condiciones de hacerlo, pero manifestaron que se incorporarían a la contienda en poco tiempo. En Pinar del Río no estaba previsto ningún hecho significativo pues no había nadie con experiencia combativa que lo encabezara. A los patriotas habaneros se les orientó dirigirse al sur de Matanzas y sumarse a los de esa provincia. En ella se contaría con la jefatura de Julio Sanguily, quien se había desempeñado en el 68 como segundo al mando de Ignacio Agramonte y Máximo Gómez.
¿Hasta 35 gritos?
Como buenos conspiradores, los jefes mambises orientales abandonaron sus casas desde días antes de la fecha fijada para no ser localizados por las autoridades colonialistas. Cuentan que Guillermón, montado en una mula, burló la vigilancia peninsular y se fue al poblado de Auras, allí se hospedó en una casa amiga. En la mañana del 24 de febrero dejó su refugio y con un grupo de patriotas, se pronunció en la loma de La Lombriz, Alto Songo.
En su finca Colmenar de Bayate, cerca de Manzanillo, al amanecer, Bartolomé Masó izó la bandera de la estrella solitaria y estableció un campamento mambí. Se alzaron 80 insurrectos en Yara y entraron a punta de machete en el poblado donde hicieron acopio de armas. Cerca de Bayamo se levantaron Joaquín Estrada Castillo, en su finca El Mogote; Esteban Tamayo, en Vega de la Piña, con 80 compatriotas; José Manuel Capote, en San Diego, con 40 hombres armados.

Periquito Pérez, clandestino desde octubre de 1894, a media mañana se pronunció en Matabajo. Emilio Giró le secundaba en La Confianza con otro grupo de independentistas. A la tarde, el joven Enrique Tudela y 12 personas mal armadas tomaron el fortín de Hatibonico y se apoderaron de armas y municiones. Sería esa la primera victoria de las fuerzas cubanas en la guerra recién comenzada.
Ya al mediodía, Victoriano Garzón montó campamento cerca de la urbe santiaguera, en la finca San Esteban. Alfonso Goulet sublevó al poblado de El Cobre. Quintín Bandera, al frente de un puñado de valientes, acampó en pie de guerra cerca de San Luis. Silvestre Ferrer incendió con sus hombres al poblado de Loma del Gato, tradicional centro de operaciones del Ejército español, y en Palma Soriano se le unieron cubanos de distintas generaciones. En Baire, Saturnino Lora reunió a sus compañeros en el Puente de la Herrería y al frente de ellos marchó hacia la plaza de su pueblo natal donde se proclamó en rebeldía. Cutiño, José Reyes Arencibia y un reducido grupo de conspiradores entraron en Jiguaní ya casi al anochecer. Permanecieron en esta localidad hasta cerca de las nueve de la noche y partieron a Baire. Unidos ambos destacamentos, marcharon hacia La Salada, y se pusieron bajo el mando de Jesús Rabí (27 de febrero).
En Occidente, se reunió en las cercanías del poblado matancero de Ibarra un pequeño grupo que incluía a Juan Gualberto Gómez y a Antonio López Coloma. Julio Sanguily, designado para encabezar este alzamiento, se dejó detener en La Habana por las autoridades españolas en la mañana del día 24. Sin práctico ni jefe militar, los patriotas de Ibarra resultaron una fácil presa de las tropas españolas. Muchos de ellos cayeron prisioneros. López Coloma fue fusilado por los colonialistas. Entretanto, los levantamientos de Jagüey Grande y Aguada de Pasajeros corrieron igual suerte al de Ibarra. La mayor parte de sus complotados marcharon al extranjero, pero después, por distintas vías, retornaron a la manigua para incorporarse al Ejército Libertador.
Según varias fuentes, unas 35 localidades de distintas partes del país se levantaron en armas contra el colonialismo español aquel 24 de febrero. Solo en la región oriental, sobre todo en su parte sur, pudieron consolidarse los focos guerrilleros.
El águila imperialista al acecho

Para los círculos estadounidenses de poder, el alzamiento del 24 de febrero resultó una sorpresa pues nunca imaginaron que tras el fracaso de La Fernandina el movimiento independentista cubano se iba a reponer tan rápidamente. Al principio pensaron que la insurrección se diluiría como había sucedido en la Guerra Chiquita. La llegada de los principales jefes mambises (Martí, Gómez y Maceo) y la activación cada vez mayor de la insurrección comenzaron a ser preocupantes.
Si bien la causa cubana gozaba de simpatías en el pueblo, no sucedía así con el gobierno. El 12 de junio de 1895 el presidente Grover Cleveland proclamó la neutralidad de Estados Unidos en el conflicto y prohibía a los ciudadanos del país apoyar empeños militares encaminados a ayudar a la Revolución cubana. Se amenazó incluso con someter a juicio a cualquier trasgresor de estas disposiciones. El secretario de la Tesorería ordenó a las autoridades aduaneras que impidieran por todos los medios la formación de “expediciones filibusteras” dirigidas a Cuba. Se utilizaron ocho buques del servicio de guardacostas para interceptar en alta mar cualquier nave que intentara llevar armas y pertrechos a los rebeldes de la Isla.
En realidad, la política del presidente Cleveland sobre el conflicto cubano distaba mucho de la neutralidad proclamada. En tanto España compraba libremente en las fábricas norteamericanas todas las armas y municiones, incluso cañoneras, necesarias para aplastar la insurrección, el gobierno estadounidense impedía que los cubanos hicieran lo mismo para obtener su independencia. Si en tres años de guerra, 48 expediciones mambisas llevaron armas y pertrechos a los libertadores, eso no se debió al deseo expreso de Washington, sino a la incapacidad de sus funcionarios y al alto nivel de corrupción existente entre ellos.
“La dirección, en una uña”
Martí supo del levantamiento armado en Cuba al llegar a Montecristi el mismo 24 de febrero. Su obsesión inmediata fue conseguir una goleta que los llevara a él y a Gómez a la Isla. Le rondaban los fantasmas de la Guerra Chiquita, cuando la insurrección se diluyó ante la ausencia de los jefes político-militares, todavía varados en el exterior. Y escribiría al general Antonio dos días después: “La ida de usted y sus compañeros es indispensable, en una cáscara o en un leviatán […] Ya solo se necesita encabezar. No vamos a preguntar sino a responder. El ejército está allá. La dirección puede ir en una uña”.
El 1° de abril el Titán y sus compañeros desembarcaron por Duaba, en el extremo oriental de la Isla. Su llegada provocó una incorporación masiva de cubanos al Ejército Libertador. Pasados 10 días arribaron Gómez y Martí junto con un puñado de valientes. La Dirección ya estaba en la manigua.
*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.
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Fuentes consultadas
Los libros Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, de Philip S. Foner; La forja de una nación, de Rolando Rodríguez, y Dos fechas históricas, de Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo. El Epistolario de José Martí.