Ilustración. / Yissel Álvarez
Ilustración. / Yissel Álvarez

El tiovivo de Eva

Imagino a Eva gritando en un concierto de Led Zeppelin. La imagino montando bicicleta por toda La Habana. La imagino atravesando Dublín, a pie, arrastrando un peluche de su tamaño.

Imagino el Turquino con varios carteles que dicen: “¡Vamos, vamos, Eva, puedes llegar a la cima!” y “¡ya estás en lo más alto!”. Imagino a todas las mujeres del mundo dándole la mano.

A Eva la conocí desde siempre. La conocí con mucha tristeza. Cuando era pequeña, se aferraba al tiovivo del parque sin ver más que el paisaje en círculos. Ahora repite esa misma rutina en medio de los quehaceres hogareños. Es por eso que juzga el nacer así: ella.

5:30 a.m. – 5: 30 a.m.

Adán despertará, ha de tomar el almendrón (cuerpo de Chevrolet, alma de tractor) y empezará a pulir la carretera, como lo ha hecho durante más de veinte años. Ella mirará el reloj: ¿pensará en el día en que el de pie de él no signifique el suyo? Pero relata que, como siempre, brinca la cama y un poco de agua para la mala noche.

Esta mujer dice que por mero instinto elabora en la cafetera la receta típica de su tierra-madre. Y otra vez prueba la caña para endulzar el café y las almas ácidas. Muy pronto él, con la cuchilla y el jabón, le sonreirá: “¡Un poco pasa’íto en azúcar!”. Sin embargo, para la Eva de muuucha paciencia, los reproches son agradecimientos por hacer guardia en los fregaderos, besos por los closets ordenados, abrazos por servirle.

Ya el viajero está a punto de partir, lo anuncian los ronquidos de la máquina. “Toco las mejillas de Adán y le ruego de secreto que me lleve en sus pensamientos”, confiesa ella. Y tras un suspiro se explica: “Tampoco es que le pese mucho”.

Y el mundo dando vueltas… la peluquería, el agro, la casa de Juana, zarabanda de habladurías. Todo gira, como en aquel tiovivo que montaba de pequeña.

Conversa mucho y de muchos: de la última novela cubana; de que Juanita, su vecina, dejó a José por un fulano tal; de que en la calle hay un Soool… y que la gente está que arde.

Los hombres suceden a los hombres, los paisajes a los paisajes, las horas a las horas…Ya las ojeras, la celulitis, las arrugas de su frente cuentan demasiados giros.

Nuevamente el lunes friega las porcelanas, el martes lava las sábanas, el miércoles plancha la ropa, el jueves ordena los escaparates, el viernes cocina los frijoles, los sábados son para limpiar y los domingos para relimpiar la casa.

Hombres del mundo… Uno de entre ellos. Uno que sopla los giros de este carrusel pronto llegará para comer, bañarse y dormir. Llegará con alegrías falsificadas, de esas que se venden en la tienda. Quisiera Eva decirle palabras deliciosas. Pero no, lo sé, prefiere callar y caer en la letanía de las telenovelas.

Cada vuelta resulta así en su tiovivo. En las noches asegura dormir en el olimpo o el paraíso. Sueña sin asombro. Hasta que… comienza a darle vértigo la misma pregunta: “¿por qué, al igual que Pandora o Eva, no desobedecí las reglas del cielo y de la tierra?”

Ella tiene nostalgia de alas. Necesita jugar a la vida, porque es cosa de pesadilla revolverse en medio de círculos. Por eso, la imagino leyendo a Sor Juana, a Virginia Woolf, a Diamela Eltit, a Laura Esquivel. La imagino en un concierto de Led Zeppelin. La imagino montando bicicleta por toda La Habana. La imagino atravesando Dublín, a pie, arrastrando un peluche que mide el doble de su tamaño. La imagino subiendo el Turquino y despertando sin la alarma de Adán.

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos