¿El verano no necesitó de Signos? ¿Y ahora?

Es imprescindible pensar y diseñar científicamente la permanencia en la programación televisual de espacios que establecen jerarquías culturales y artísticas, un asunto de notable trascendencia social debatido de manera continua en foros, reuniones y espacios académicos   


En el siglo XXI, la devoción que suscitan el arte y el cúmulo de informaciones al circular por diferentes vías y medios, apenas sistematiza un diálogo estable de los públicos con las obras y los pintores, los fotógrafos, los diseñadores y los cultivadores de otras expresiones estéticas visuales.

Ciertamente, es una paradoja, pues determinadas circunstancias de recepción deberían facilitar ese intercambio. El programa Signos, que va y viene de la pantalla sin explicación, registró, gracias a la perseverancia de su realizadora, Teresita Gómez, una buena parte del patrimonio conservado en el Museo Nacional de Bellas Artes y el disfrute de festejar el aniversario 101 de esta institución.

Dialogamos en el acogedor sitio, sin embargo, ese repertorio no se incluyó entre las propuestas televisuales del verano. Esta ausencia persiste en un medio de comunicación que contribuye a construir modelos y paradigmas culturales propios y la plenitud en el equilibrio entre las satisfacciones de las exigencias del orden material y la compensación en el plano de lo espiritual.

Varias generaciones han adquirido reproducciones de piezas realizadas por artistas notables porque las vieron en la TV. Son insuficientes el Noticiero Cultural (Cubavisión, de lunes a viernes, 6:30 p.m.) y los spots sobre figuras destacadas de las artes plásticas. Es preciso establecer una mayor participación de los creadores en la elaboración de estrategias y toma de decisiones vinculadas a la dinámica de promover los actos creativos.

No pueden parecernos lejanas las voces de tantos artistas que escriben la historia de su obra de arte. Lo patentizan Mariano Rodríguez, Amelia Peláez, Raúl Martínez, Servando Cabrera Moreno… Cada uno, y muchos, sí, muchos otros, de ayer, de hoy, exigen análisis, valoraciones y críticas culturales.

El gallo del maestro Mariano Rodríguez es una de sus piezas emblemáticas./ Yasset Llerena Alfonso.

Según Marx: “El arte es la más alta alegría que el hombre se ofrece a sí mismo”. También deviene una ruta oportuna, necesaria, que tiene la sociedad de nutrir su conciencia para desarrollar una capacidad de resistencia contrahegemónica.

Contemplar de manera inteligente suscita interrogantes, incluso la articulación de sistemas semántico y sintáctico coherentes. En esencia, significa construir nuestro sentido de pensamiento sobre lo que vemos por doquier en espacios públicos. A veces, siguen distantes los nexos entre la recreación, el entretenimiento y el buen gusto.

Diversos y controvertidos universos de temas, contenidos, soluciones formales, que circulan por disímiles corrientes subterráneas, forman parte del desafío que la comunicación le plantea a los sistemas educacionales y culturales.

Por esto no se podía perder la posibilidad de mantener en la programación un espacio que visibiliza los valores patrimoniales de las artes plásticas, los saberes de expertos en técnicas y disciplinas indispensables para conservar, promocionar y entronizar jerarquías culturales.

¿Cómo llegar a los públicos si se les impide conocer y reconocer lo valioso, identificarse con obras y creadores clásicos y contemporáneos?

Lo que no se visibiliza, no existe.

Nutrir la cultura participativa favorece el conocimiento, los saberes de las personas.

Estos tiempos de inusitada dinámica mediática exigen la correcta utilización de normas y preceptos; no basta con trazar pautas, buscar formas de representación, si estos propósitos se diluyen en la dinámica de la cotidianidad y la propuesta que pudo conquistar, pasó desapercibida.

El consumo cultural es apropiación, recepción y uso. Cada producto audiovisual tiene su distinción simbólica, una manera particular de decir. Nunca lo olvidemos, el lenguaje modifica, transforma condiciones del comportamiento social del sujeto hablante y del destinatario.

La TV, en tanto mediación cultural, reproduce sentidos, propone ideas; en fin, abre vías a la investigación, deseos de profundizar, estos nunca se sacian.

Siempre esperamos comprender lo más recóndito de lo que ocurre y por qué ocurre, y cuando se amplía la cosmovisión del ser humano, existe la posibilidad inmediata de estimular en el otro la capacidad de pensar.

A todos los expertos involucrados en la razón de ser de una emisión les debe guiar un fin premeditado: convencer mediante la calidad artística.

Promover garantiza el interés de las audiencias. Tres niveles de decisiones a corto, mediano y largo plazos exigen los cambios en la programación, ¿por qué no prepararlos debidamente?

Como sucede en cualquier otra industria, en la TV el perfeccionamiento nunca se detiene. Directivos, guionistas, directores, deben continuar reflexionando sin abandonar la mentalidad científica para cautivar a las mayorías.

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