“La literatura es el viaje sin retorno”

AUTORA: Isely Ravelo Rojas (La Habana, 1993).

«Para mí la literatura es el viaje sin retorno que decidí emprender, y la poesía, esa filosofía de vida que se relaciona, inevitablemente, con mi memoria emotiva personal y familiar».

Licenciada en Comunicación Social por la Universidad de La Habana. Una selección de su poesía fue publicada en la revista literaria venezolana Alborismos y obtuvo segunda mención del Premio Laboratorio de Escrituras Encrucijada en su edición de 2023, en la categoría narrativa. Textos suyos se han publicado, además, en las revistas cubanas El Caimán Barbudo, AMPM Magazine, la Agencia IPS y el Diario del Festival Jazz Plaza. Décimas suyas se han recogido en el libro Graphic Habana.

Selección de textos que forman parte del poemario inédito “Casa de escombros”

I

A propósito de un verso de Jorge García Prieto

Quien tenga un corazón que no calcule

los daños, ni el temor a la zozobra,

que entregue de la herida la maniobra

para sanar cual piedra que se pule.

Quien tenga un corazón que le acumule

verdades, vidrios limpios y una arenga

de niños en su borde… Venga, venga

no doy a sobreprecio la consulta,

la Patria entra primero, va y se ausculta,

no encuentro el corazón, no sé si tenga.


II

A propósito del verso de

Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé

Tengo una casa de luces,

de fantasmas y de penas,

de flores y de condenas,

de crucifijos y cruces.

Los muertos ya están de bruces,

los objetos se han dormido

y en el lugar ha crecido

tanta aversión, tanto enredo

que saltó el Padre y el credo

de verde para podrido.

Los niños crecen, no hay duda,

entre el olor a pasado

y el juego civilizado

de su inocencia desnuda.

El día a día no ayuda

a conservarles el nido,

de curiosidad, vencido

saca pronto su antifaz

y el niño cambia su faz

de verde para podrido.

Adolescencia, adultez

e igual dolor lo tortura

ver la casa con sutura

sin solución de una vez.

Se deja para después

la urgencia del fallecido;

los vástagos se le han ido,

se oye el eco del ausente

que ve pasar el presente

de verde para podrido.


III

La casa no es una estrella.

Giselle Lucía Navarro

La casa es más que el paisaje

saturado de mi edad.

La casa es la gravedad

subyacente del oleaje.

La casa es un fuselaje

de paciencia y de premura.

La casa es mi abreviatura

escrita con vena abierta.

La casa es la sombra tuerta,

cabal de mi sepultura.

CUENTOS

El viaje

(Inspirado en el cuento El hacha pequeña de los indios, de Abelardo Castillo)

Después, ella lloró mientras él tomó un sorbo de agua. Lo que habían escuchado, aquello que todos comentaban sin pudor en las esquinas por el barrio, no eran murmuraciones pueblerinas. La señora del parque con sus predicciones astrales se los advirtió.

Él jugaba a “la bolita” y las únicas probabilidades en las que confiaba era en sus cuentas matemáticas y aun así, hasta esas le habían fallado. Ella caminaba un kilómetro diario con audífonos puestos. ¿Cómo pretendía enterarse de los comentarios al respecto? El médico de la familia bajó la mirada aquella tarde, consultó sendas historias clínicas e hizo silencio.

— Los domingos son todos iguales, tú te vas en esa moto y nosotros nos quedamos sin saber de ti meses enteros, dijo ella abrazando al joven—.

— Ay, mami, no te pongas melodramática—.

El padre se despidió de la chica y luego abrazó a Pavel. Aquel domingo los suegros de Camila decidieron no encender el televisor. La vecina escuchó en el noticiero: “En la tarde de hoy en el kilómetro doce de la autopista nacional ocurrió un accidente automovilístico en el que fallecieron los ciudadanos Pavel Mendoza Gómez, de 25 años, natural de La Mulata, Pinar del Río, y Camila Estrada Sosa, de 24 años, natural de La Habana, quien lo acompañaba en el asiento trasero”.

La visita de la policía confirmó los rumores. Ella lloró, mientras él tomó un sorbo de agua.


El fumador

Fumaba demasiado. No tenía amigos y vivía solo. Todos los días, sin falta, recibía tres cajas de fósforos para encender los cigarrillos. Frenético, tomaba los fósforos uno a uno y, cuando ya no le quedaban, se los fumaba también. Un día, los ojos se le hicieron ceniza con resplandor. Cuentan que en el fondo de las cajas de cerillas la muchacha mensajera ponía una estrella.

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos