A mediados de octubre son agasajadas féminas acostumbradas a hacer parir la tierra y animales, a partir del arrojo cotidiano
A las cuatro de la mañana, día tras día, despierta ella en la zona de La Rosita, municipio de Taguasco, en Sancti Spíritus. Aunque soplen vientos o llueva, los gallos la levantan.
Muy pocos conocen que el verdadero nombre de Mima, es Andrea Oliva Naranjo. Cuando salta de la cama y pone los pies en la tierra, va directo a encender el fogón de leña. Pone el café, prepara el desayuno y luego sigue con el almuerzo, la cena. Si es tiempo de cosecha de tabaco, por ejemplo, coincide una veintena de hombres alrededor de la enorme y antigua mesa de la finca.
Entre col y col, Mima carga cubos de agua del pozo, le echa comida a los cerditos, revisa los carneros, le pone maíz a las gallinas, va varias veces al bohío vara en tierra a buscar alimentos. En un cuartón muy cerca de la estufa están los animales más necesitados de la mano prodigiosa de esa noble guajira… Una mañana me confesó entre risas: “Las medallas y diplomas, siempre los entregan a los varones de la familia”.
Sin embargo, todos lo saben: ella es el horcón, el puntal de su estirpe, la savia de la cual se nutren hijos y nietos, quienes siguen sus pasos.
Ese es solo un ejemplo del aporte de las féminas en el campo, a quienes dedican jornadas de celebraciones este mes cada año, a propósito del 15 y 16 de octubre, Días Internacionales de la Mujer Rural y de la Alimentación, respectivamente.
Soy honesto si digo que muchas de ellas ni se enteran del homenaje, aunque el reconocimiento social crece.
No obstante, esta semana algunas de quienes tienen resultados sobresalientes salieron de las fincas, las llevaron hasta La Habana y en la sede del Instituto de Investigaciones de Fruticultura Tropical (IIFT) disfrutaron del estreno de ocho documentales cortos, en los cuales eran las protagonistas.
La realizadora de la serie Mujeres rurales, historias por la igualdad, es la joven Marina Alfonso Izquierdo, graduada de la Facultad de Artes de los Medios de Comunicación de la Habana.
La artista hace un esbozo de las vivencias, proyectos laborales y el rol en las comunidades de varias campesinas.
Dice sentirse agradecida porque el rodaje le recordó a su propia estirpe. La joven nació en el municipio de Cabaiguán, Sancti Spíritus.
“Me llevo un pedacito de la vida de cada una de ellas. El propósito fue visibilizar el aporte de todas estas muchachas, quienes reciben apoyo de proyectos como el de Autoabastecimiento Local para una Alimentación Sostenible y Sana (ALASS) y AGROFUTALES, dirigidos a mejorar las condiciones productivas”, argumenta.
“La serie fílmica intenta reconocer la parte más personal de la existencia de esas personas, experiencias, resilencia, a partir de historias motivadoras, inspiradoras”, acota.
Luego apunta: “Hablo de la capacidad de contribuir en ramas agropecuarias, pero también de las posibilidades de asumir roles distantes a las tradiciones, en ambientes difíciles, normalmente destinados a los hombres. Ellas cuentan alegrías, acompañamientos y tristezas”.
Con voz queda, sin dejar de ser segura, afirma: “Más allá de las viandas, animales y frutales, está el breve diseño de quienes enfrentaron muchos obstáculos, desafíos, hasta lograr el reconocimiento social y estar a la altura de cualquier hombre”.
Los auspiciadores de programas internacionales de colaboración en Cuba también reconocieron la gestión gubernamental en pos del empoderamiento de la mujer. Ellos son representantes de la Unión Europea, del sistema de la Organización de Naciones Unidas, la Embajada de Canadá y el Ministerio cubano de la Agricultura (Minagri).
El diálogo tuvo lugar en un amplio patio, en medio de una expoferia, presentaciones de libros, venta de alimentos y juegos didácticos destinados a niños, a los cuales los profesores explicaron cómo llevar una alimentación saludable.
Leydi y su cría de animales
En el IIFT conversamos con una de las ocho mujeres cuya leyenda narran los documentales, Leydi Martínez Díaz. Debió serle difícil pararse meses atrás frente a una cámara durante las filmaciones, porque es muy escurridiza para hablar.
Explicó cómo su familia inició en el año 2019 una iniciativa, a partir del proyecto ALASS y el asesoramiento del Minagri.
Así pudo materializar sueños en la finca Cacique, del municipio de Placetas, en la central provincia de Villa Clara.
Desde la infancia a ella siempre le gustó tener animales. De niña era la responsable de algunos pollitos y gallinas. Hoy tiene 80 reproductoras de cabras, dos sementales de esa especie y 45 carneros, además de 22 conejos. Emplea cinco caballerías de tierra donde pastan algunas vacas, crecen cerdos y aves.
“Hay poco tiempo para el descanso, pero cuando prosperas, te vas embullando”, comenta y agrega: “el plan de leche lo cumplimos al pie de la letra, además de las entregas de carne al Estado. Esto nos permite abastecer placitas de la localidad”.
Leydi hace rato aprendió que para tener animales, primero es necesario pensar cómo alimentarlos. “Aunque ellos campean y hociquean en los potreros, les incluimos plantas proteicas como la tithonia, morera. Eso le aporta nutrientes importantes”, asegura.
El apoyo del esposo Yudier Rojas es fundamental. Una cuñada y las hijas Yuleide y Leinay, sin abandonar los estudios, ponen empeño en el progreso de la finca.
“Los conejos llevan una atención un poco especial y cosechamos plantas para ellos, aunque consumen residuos de cosechas”, dice la mujer rural, quien confiesa sentirse útil y aconseja jamás rendirse cuando alguien emprende una misión similar… porque “lo que uno se propone, puede logarlo”.
Quesos para chuparse los dedos
Uno de los lugares más asediados en la feria efectuada en el IIFT fue el stand de Caridad y Leticia. Mientras más quesos de cabra picaban, más rápido pasaban los degustadores y vaciaban los platos. No era para menos. Los alimentos elaborados por sus familias constituyen delicias atípicas.
Caridad Ancede Hernández, en Taguayabón, Camajuaní, Villa Clara, y Leticia Caridad Fiedra, en el Centro de Desarrollo Caprino de la Unidad Caguanes, en Yaguajay, Sancti Spíritus, obtienen surtidos a partir de leche de cabra, el cuajo lo mezclan con ajo, ají y disímiles plantas aromáticas, capaces de añadirles puntos diminutos de distintos colores, pero lo fundamental, aromas y un gustillo exquisitos.
Trajeron varios pomos de yogurt, con colores diferentes, lo cual indica que eran variados los sabores. Ante la demanda, la decisión sabia fue destinarlos a los niños.
Al constatar la higiene, perfecto empacado, presentación y principalmente los atributos culinarios de esos surtidos, cualquiera puede preguntarse cuántas potencialidades existen en huertas, granjas y dominios del país, mas el cuestionamiento mayor es por qué los cubanos abandonamos esa virtud de lograr mercancías de alta calidad, con reservas autóctonas y esfuerzo propios.
Madelín, la de las piñas
Madelín Sánchez Ferro es de estatura pequeña, pero se siente como pez en el agua al dirigir desde hace ocho años a más de 80 trabajadores, la mayoría hombres, en la Unidad Básica de Producción Cooperativa Fe del Valle, del municipio de Los Arabos, en la provincia de Matanzas.
Son especialistas en la producción de piñas. Ella comentó acerca de los momentos oportunos en Cuba en la obtención de esa fruta; uno es la época de primavera y, el otro, la temporada de frío. “Esta última es la mejor, porque el cultivo sufre menos estrés y también es más idóneo realizarle las atenciones culturales”, revela.
Madelín aprendió la utilidad de los abonos orgánicos, los cuales tributan a la piña un sabor dulce. “A veces hay quienes les aplican productos químicos y la planta no los asimila, crece poco y el sabor es malo”.
Luego indica: “Las cosechas nuestras van directo para la Empresa de Acopio, la de Frutas Selectas, al consumo social, venta a la población, pero por la calidad también comercializamos al Turismo”.
Apasionada con su labor, argumenta: “Cada año entregamos alrededor de 15 000 toneladas de piña, además de atender el área de autoconsumo, reservada a garantizar la comida de los trabajadores”.
Casi al finalizar el diálogo exterioriza: “Una mujer puede dirigir, como lo hacen los hombres, eso quizás sea un arte, el secreto está en contar siempre con los obreros, escucharlos, apoyarlos. Así siempre lo hago yo”.
En un momento de aguda escasez de alimentos y altos precios en los mercados, inspira, ilumina, alienta el intercambio con quienes promueven la cosecha de nutrientes en distintas geografías del archipiélago cubano. Todos saben, aunque quizás pocos hablen, de cómo ellas nutren la tierra con su savia.