Una familia reta a la naturaleza en Pinar del Río y hace resurgir un patio de referencia municipal, cuyas riquezas arrebató hacer dos años un huracán
Aún no amanece y Selustiano se levanta de la cama por última vez en la noche. Antes lo hizo par de veces en la madrugada y le dio las acostumbradas vueltas a la parcela.
Al poner definitivamente pies en tierra, el hombre se para en la puerta trasera del rancho y mira lejos, hacia el lugar que un día justificó el nombre de la finca El Palmar, donde una hilera del árbol nacional era despeinada de forma constante por la brisa, hasta que el huracán Ian se la llevó y cambió hace dos años el paisaje para siempre. Arrancó las palmeras, devastó las plantaciones, destruyó los surcos, el organopónico y, lo peor de todo, arrastró consigo la casa.
De ella solo queda parte del techo de guano, que hoy yace a un lado de la parcela de 5.25 hectáreas, como si se tratara de un “vara en tierra”, nombre dado en los campos cubanos al refugio contra ciclones, pegado al piso y ausente de paredes.
El sueño de Selustiano Rodríguez Baullosa es grande; reta nuevamente a la naturaleza y quiere terminar de levantar la vivienda, que bloque a bloque va tomando forma, a pesar de los altos precios de los sacos de cemento comprados con los pocos ahorros, aunque el piso siga siendo de tierra y las ventanas sean solo un hueco sellado por tablas.
Poco a poco, entre él, su esposa Damarys Puentes Echevarría y la familia, reponen los cultivos e insisten en convertir, lo que es ahora un patio de referencia municipal, en un proyecto de desarrollo local, en la Cooperativa de Créditos y Servicios José María Pérez, de la cabecera provincial de Pinar del Río.
Hasta allí nos llevó la joven Lester Columbié González, quien atiende esos programas en el gobierno del territorio.
Cuando vas preguntando por ese matrimonio de 26 años, los vecinos te indican más rápido su ubicación si indagas por Damarys en la comunidad periurbana llamada Camino Guamá, kilómetro uno y medio. Ella es conocida por sus libros de pequeño formato, escritos acerca de recetas de cocina y remedios caseros, con los cuales tiene varios premios en los fórums científicos y encuentros femeninos, pese a que, realmente, haya sido remunerada muy poco, o casi nada, por estas creaciones.
En las mismas describe experiencias de los 21 canteros del organopónico, plantas medicinales, siembras intercaladas, elaboración de dulces y vegetales en conservas. Conocimientos de la familia, como también son el uso de abonos orgánicos y pesticidas naturales, capaces de convertir las producciones en agroecológicas.
Añoran las siembras existentes antes de que pasara el huracán Ian por la zona; los cocoteros, el cafetal, pero no lo hacen con los brazos cruzados.
Una mañana temprano regresamos a verlos y Selustiano parecía acabado de tomar un baño. La camisa estaba empapada. Era sudor. Acababa de preparar tierras para las siembras de la temporada de frío, que comienza en septiembre. De allí seguirán saliendo los frijoles, boniatos, yucas, rábanos, lechugas, remolachas, coles y zanahorias.
“Lo importante es trabajar”, dice el hombre, antes de empezar a preparar el café en el fogón de leña, ese que hace “arder” los ojos, de cuyas brazas sale una comida increíble, aunque la ropa siempre lleve contigo el inconfundible olor a humo. Por la ventana iban filtrándose a contraluz los primeros rayos del sol.
El guajiro tiene algunos secretos: un aposento repleto de humus de lombriz y diversos plaguicidas inventados con plantas.
El diálogo con él, quizás el primero con alguien del campo sin recibir quejas por los deficitarios productos químicos: “No quiero que me hablen de nada de eso, todo lo nuestro es natural”.
Otra de sus experiencias es cómo preparar el cultivo de arroz en secano para luego “fanguearlo”. “No sé por qué la gente se empecina con otros métodos, pero bueno, cada cual con lo suyo”, afirma y sigue en la rutina.
Botas en el surco
El trabajo es de toda la familia, mientras hablamos la única que buscaba en qué entretenerse era una rubiecita de ojos claros, Estefany, la nieta. Arisca al principio, luego fue acercándose y mostraba los juguetes. Quienes nacimos en zonas rurales aprendimos en la infancia a descubrir fantasías en cualquier artículo desechado.
En la finca, todos amanecen con las botas puestas. Incluida su hija Estrellita, alta, espigada, laboriosa.
Esa es la única forma de garantizar donaciones semanales al asilo de ancianos o renglones para las ferias realizadas en comunidades o en la universidad.
En las tardes, los vecinos se acercan a comprar hortalizas frescas y vegetales encurtidos, de los que pueden durar meses fuera del frío, según Damarys.
Estos logros les facilitó firmar recientemente un contrato con la pinareña empresa La Conchita. Hasta allá se van a comercializar renglones, de los cuales se beneficia la comunidad. El carruaje no es grande, pero siempre viajarepleto de productos y principalmente de quimeras. El caballo conoce perfectamente el camino y es capaz de medir el paso, según las energías del dueño.
“Cuando se enteran por acá de que tenemos ofertas, vienen unos tras otros y, pese a que sea casi de noche, los atendemos”, comentan.
Los tamarindos se balancean en la brisa en tanto reverdecen las huertas. La mirada de Selustiano a veces sigue posada donde antes estaba aquel palmar o la casa de tabaco que un día perdieron por un incendio, incapaz tampoco de apagar sus sueños. Él, Damarys y la familia siguen empeñados en rescatar, con sudor y arresto, jornada tras jornada, las riquezas arrebatadas aquel día por el huracán.