Amplio, provocativo, definitivamente artístico, es el gran relato contado por el fotógrafo español José María Mellado que acoge el edificio de Arte Universal en el Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana
Al seguir la huella de las mutuas tensiones que la pintura y la fotografía ejercen desde su origen y los respectivos órdenes de “representación”, se aprecian transformaciones en las formas visuales; sobre todo la genuina calidad artística y su potencialidad específica a partir de novedades técnicas, especificidades de una particular forma narrativa, un lenguaje propio y el desarrollo del discurso fotográfico de amplia repercusión social.
Lo ilustra con elocuencia, belleza y autenticidad la exposición Memorias de la persistencia del fotógrafo español José María Mellado (Almería, 1966) en el edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes.
Culto, laborioso, propositivo, el máster Oscar Antuña, curador de la muestra, despliega 31 piezas, algunas de impresionante gran formato en los espacios de circulación del tercer nivel de la instalación a las puertas de la escuela de pintura española y propone diálogos sugerentes en el quinto nivel con obras de las salas permanentes de pintura flamenca, holandesa y alemana. Es consciente de que por doquier los humanos estamos sometidos a producciones massmediáticas. En ellas predominan continuas e inseparables relaciones entre imágenes y valores lingüísticos, pues todos los elementos se interrelacionan dramatúrgicamente mediante convenciones genéricas, conforman lenguajes, códigos y señales del mundo de estetización difusa donde vivimos.
Justamente, lidera en las Memorias… de Mellado el arte comunicativo de la autorresistencia nunca complaciente; sino en activa alerta contra la mera distracción o el plácido ornamento. Las concepciones fotográficas del artista trascienden el descubrir “algo” que está allí. Lleva adelante descifrar el carácter de sujetos, objetos, atmósferas, situaciones. Asume una disposición de aspecto pictórico, defiende la fotografía en sus propias esencias y la desplaza en el campo de posibilidades que ella ofrece.
Los enfoques de su perspectiva dan fe de la depurada selección de motivos y sujetos fotográficos de forma tal que su disposición o “manera” de iluminar logra efectos pictóricos. Tampoco está ajeno al “objet trouvé” sin abandonar la relación hombre-naturaleza presto a ese discernimiento ético, estético y humanista tan necesario, y no siempre comprendido en diferentes latitudes.
Devenido cazador errante por varios países, ciudades y localidades, el maestro Mellado propone reflexionar sobre lo real en tanto efecto de sentido y cómo la realidad transforma ese sentido. Entrega una ecología particular de su práctica y tiene en cuenta saberes cultivados por el semiólogo italiano Paolo Fabbri al ofrecer posibilidades de traducir el lenguaje; la expresividad de lo qué ocurre y cómo ocurre.
Transgresiones y límites constituyen pares indisolubles, no existe uno sin el otro. El horizonte del artista conquista lo inmediato y el infinito. “Atrapa” el barco hundiéndose; con la Muchacha en la ventana hace extraordinario lo obvio, las marinas, la choza en la roca trae a colación ideas fabulosas: fotografiar es, según quería Rilke que el arte hiciera, contribuir al deseo de la tierra de hacerse invisible.
Igual, en el retrato recrea intenso el juego de la pura seducción, el intercambio sensual de las intensidades propias del instante devenir. El fotógrafo-artista lo sabe, a velocidades impensadas se multiplican cámaras, imágenes, planos, efectos especiales. Unos, otros, construyen la “verdad” sobre hechos, situaciones, conflictos. Las informaciones, los contenidos y el entretenimiento son entregados a domicilio. Las personas asimilan, negocian o rechazan lo ofrecido, la apropiación y los usos de mercancías de acuerdo al gusto sin obviar el interés y la subjetividad.
Quizás, pocas veces analizamos cuánto influye la fotografía en tantas miradas disímiles. Por esto, son parlantes los aparentes silencios del ver de Mellado. Interioriza que la utilización de una cámara sofisticada o moderna de ningún modo garantiza: “dejar subir solo el detalle hasta la conciencia afectiva”, en opinión del lúcido Roland Barthes. El artista de la fotografía no copia la realidad, la crea. Esta perspectiva es esencial para lograr convencer, seducir, interpretar lo propio y lo ajeno en lugares cercanos o recónditos. Sin embargo, este principio suele violarse, si antes era la imagen, ahora hablamos, sentimos, captamos la visualidad, lo cual demanda establecer jerarquías en la estrategia comunicativa de lo visual. La foto fija y el audiovisual son medios productores de cultura, instauran modelos e influyen en la preferencia y la sensibilidad de los públicos.
Lo que la cámara de este artista “ve” influye en el cumplimiento estricto de la ley de la verosimilitud. Llevar lo visto a la fotografía requiere técnica, investigación, saberes, cultura, experimentación. Selecciona el punto de vista en ese momento que precede, incluso, a la acción de mirar por el visor, y ya implica su postura activa, crítica. El encuadre, la medición de la luz y la velocidad, la composición, los contrastes, responden al saber cultural del artista empeñado en revelar valores en el acto reflexivo desde la perspectiva de la educación del pensamiento en tanto experiencia estética transformadora de cualquier sociedad. José María Mellado lo sabe y el Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana lo resignifica.