Los jóvenes en Rusia admiran a sus veteranos. / infobae.com
Los jóvenes en Rusia admiran a sus veteranos. / infobae.com

Balada por la Gran Guerra Patria

Llega otro 9 de mayo, Día de la Victoria contra el fascismo. Las tropas soviéticas marcharon imparables hasta Berlín. El mundo cambió para siempre


De niña estudié música, optando por el acordeón al fascinarme el sonido, entre nostálgico y festivo, de los bailes populares de Rusia. Aunque, junto con mis amigos, a los rusos les llamábamos “los bolos”, aprendí a quererlos desde la misma Plaza Roja, un casi congelado río Nevá, la pintura de Aivazovski, la película Ruslán y Liudmila, los libros Un hombre de verdad o Como el hombre se hizo gigante… larga sería la lista. Cuando otros se burlaban del osito Misha, las matrioshkas y los samovares, en mi casa “lo soviético” se respiraba a pulmón lleno. Tras cada viaje emprendido a Moscú, la simpatía se multiplicaba, al conocer de cerca a los herederos de Tolstoi, Chaikovski, Gorki, Maiakovski, la Tereshkova, Borodin, Lenin….

El general Gueorgui Zhúkov y el mandatario soviético Iósif Stalin condujeron –no sin contradicciones– una exitosa guerra antifascista. / cdni.rbth.com

En mi familia de comunistas, hablar de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) era algo cotidiano, no a instancias de ningún manual de marxismo dogmático, sino gracias al reconocimiento cabal de una extraordinaria e influyente nación del siglo XX y, muy especialmente, debido a su contribución en la derrota del fascismo. Al saber sobre la participación de tres cubanos en la Gran Guerra Patria (1941-1945), dos de los cuales se apellidaban Vivó, supuse que estaríamos emparentados, cosa que mi padre aclaró con una negativa. Sin embargo, los jóvenes cubanos Enrique Vilar, y los hermanos Aldo y Jorge Vivó, dejaron de ser de Cuba para nutrir a la familia humana unida frente a peligros comunes. Y justo eso hicieron los soviéticos: lucharon por todos nosotros.

A ocho décadas de una proeza inolvidable

El surgimiento exitoso del primer Estado de obreros y campesinos desde el ideario socialista (1917), puso en jaque al mundo “civilizado”, que etiquetó de “bárbara” cualquier emancipación de clase, pues reconocerla hubiera representado admitir la inmersión del capitalismo en cuenta regresiva. La toma del poder de Lenin y el triunfo de los bolcheviques provocaron en su contra alianzas estratégicas políticas y militares de Occidente. La configuración de la URSS le asestó un golpe mortal al colonialismo en esa zona del planeta, validando la tesis del internacionalismo proletario.

Este comentario no ahondará en las etapas secuenciales de esa construcción inédita y mucho menos desmenuzará errores o “miras cortas” en su ejecución de tal o más cuál dirigente del PCUS. Haremos recaer el acento en cómo, a pesar de hostilidades externas y debilidades teórico-práctica puertas adentro, el pueblo soviético fue el de mayores fortalezas en un enfrentamiento victorioso a la fascista locura bélica de Adolf Hitler.

Tampoco abordaremos los entresijos de una madeja geopolítica fraguada alrededor del sostenimiento de la URSS, ni hablaremos sobre la doble moral del capitalismo, cuyo laissez faire a la Alemania nazi colocó a la humanidad al borde del exterminio. Nuestro objetivo no es imparcial. Eso sí, nace de una verdad histórica: el Ejército Rojo derrotó 507 divisiones alemanas y 100 de los aliados de Hitler, casi 3.5 veces más que las aniquiladas en otros frentes de esa contienda mundial, como indica Andrey Budaev, embajador de Rusia en Uruguay.

Momentos de leyenda

En la publicación digital Diario la R, en el artículo “80º Aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria en el contexto histórico”, el diplomático plasma: “En la Segunda Guerra Mundial, conflicto bélico más sangriento, mortal y desastroso en toda la historia de la humanidad, participaron 61 Estados. Las acciones militares cubrían el territorio de 40 países, las pérdidas humanas sobrepasaron 50 millones”, de los cuales alrededor de 26 millones eran soviéticos.

Hitler trató de matar de frío y hambre a la población de Leningrado. / cdni.rbth.com

A pesar de ese saldo tremendo, el enemigo no salió mejor parado: En el frente germano-soviético, el Tercer Reich sufrió cuantiosas bajas: 10 millones de combatientes, muertos o prisioneros. Se afirma que fue el 73 por ciento de todas sus pérdidas militares. A saber, en la conocida Batalla de Stalingrado (1943), la URSS capturó un mariscal de campo, 24 generales, 25 000 oficiales y 91 000 soldados. No en balde historiadores y expertos coinciden en asegurar que esta fue la peor derrota sufrida por el ejército alemán en su historia moderna. Ello desmoralizó a las Fuerzas Armadas de la Alemania nazi (1935-1945), la Wehrmacht, e incluso el general Heinz Guderian en sus memorias señala: “Después de la catástrofe de Stalingrado… la situación se hizo amenazadora, aún sin la intervención de las potencias occidentales”.

Se dieron también otras colosales batallas, con 70 000 aviones alemanes derribados y destruidos 50 000 tanques (75 por ciento del parque hitleriano). Justo en este último aspecto me detengo, pues para Hitler era imperioso “recuperar en verano lo que había perdido en invierno”; en ese empeño Alemania fabricó carros de combate tipo “Pantera”, cañones “Ferdinand” y los aparentemente invencibles tanques “Tigres”, unos 2 700 desplegados en la llamada operación “Ciudadela”. Y de nuevo con Andrey Budaev: “La operación no correspondía a las posibilidades reales de la Wehrmacht, que no había apreciado correctamente las relaciones de fuerza en el Frente Oriental, donde los soviéticos habían construido 4 240 km en el frente de Vorónezh y otra cantidad semejante en el frente central. La longitud total de las trincheras en el arco de Kursk podría cubrir la distancia entre San Francisco-Washington-Montreal. “En un exceso de autosuficiencia, Hitler pensó que podía romper las defensas en el sur y el norte, pero el ejército soviético, sus combatientes y técnica, terminaron con el mito alemán para dar paso a la Leyenda de la URSS en camino irreversible hacia Berlín.

Y si bien el desembarco de los aliados, un año después –en 1944– en las costas de Normandía, coadyuvó al alcance de la paz; esta participación ha sido sobredimensionada, en un intento por anularle méritos al socialismo. Ahora, en 2025, vemos con preocupación y horror la reemergencia del fascismo en varios lugares de Europa, donde se destruyen estatuas y monumentos al soldado soviéticos; en contraste, se subliman gestos y lemas nazis. Una muestra la tenemos en Ucrania, a raíz del golpe de Estado de 2014, el cual se hizo acompañar de una abierta rusofobia, estimulada desde la OTAN y los EE.UU., convirtiendo en “enemigo” hasta los más encumbrados artistas y figuras cimeras de la Rusia de todas las épocas.

Duras pruebas

Demasiadas son las críticas –autorizadas y no tanto– sobre los planes económicos quinquenales de la URSS, su verticalidad y ciertos rasgos de “despotismo de Estado comunista”, la verdad es, en cambio, que la Unión Soviética pudo vencer al fascismo alemán precisamente dada la vasta red industrial y de apoyos sociales, creados a base de sacrificio, consagración e ingenio. Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, la URSS ya tenía recorrida una senda socialista de 24 años y se había conformado un arquetipo nacional bien perfilado en el latir soviético, es decir la Patria con mayúsculas.

El presidente ruso, Vladimir Putin, cada año venera a los caídos en la Gran Guerra Patria. / diariodelosandes.com

Es de destacar cómo, a través de esa asunción estratégico cultural-identitaria, llegado el momento, el Partido Comunista pudo trasladar con éxito las grandes fábricas del centro del país hasta el otro lado de los montes Urales. Maniobra de coordinación y arrojo totales: los alemanes no les perdían pies ni pisadas a los soviéticos. En la literatura consultada se lee que en los Urales del Sur se estableció la siderurgia de donde salían tanques y armamentos diversos. Este es solo un caso; muchas cuartillas se necesitan para ensalzar al socialismo soviético en su conjunción de todas las fuerzas productivas, militares y sociales encaminadas a vencer.

La creación de un tipo de sociedad diferente, nacida de la unión de naciones, antes subyugadas al dominio colonial del Zar (y de monopolios extranjeros), debió haber sido un pésimo presagio para Hitler, tan dado al esoterismo, pero la prepotencia y la xenofobia le jugaron una mala pasada. De cualquier forma, intuía que “los eslavos” y los comunistas no se rendirían fácilmente, por lo que decide echar mano a “todos los recursos”. Doblegar por hambre y sed: Leningrado y su gente quedaron encumbradas como héroes. Los nazis pasaron al basurero de la historia.

Fuentes gráficas y escritas constatan que, durante dos años, el sitio alemán a la ciudad de Leningrado ha sido quizá el más largo de la historia militar (en una disgregación del tema, tal vez sea pertinente contar aquí el asedio sionista de Israel contra los palestinos). Fueron 872 días de bombardeos, nevadas tremendas, racionamiento de alimentos a niveles mínimos en gramos de pan negro y de poquísima leche, hasta su agotamiento total. Agonía terrible: tres millones de habitantes, piezas de chantaje, en un fallido intento por desmoralizar al pueblo. Desde el punto de vista militar, la ciudad “tenía un interés valioso, aunque no decisivo. En todo caso, sí importante para controlar la base de la flota soviética del Báltico y dejar así expeditas las exportaciones navales de acero sueco hacia Alemania, fundamentales a la industria militar”.

Los Estudios de Cine Mosfilm han dejado hermosas piezas sobre ese dramático episodio, semejante a las tradicionales matrioshkas: sucesos grandes, dando pasos a unos más pequeños. Me viene a la mente las transmisiones radiales diarias con informaciones desde el frente y otros temas de interés ciudadano. O los conciertos de música clásica bajo los bombardeos: “En pleno bloqueo, el 9 de agosto de 1942, la Orquesta Sinfónica de Leningrado interpretó la Séptima Sinfonía o Sinfonía a Leningrado, del compositor Dmitri Shostakóvich. La obra, escrita durante el bloqueo, era un himno de esperanza en la victoria y fue trasmitida por radio al mundo entero”.

Balada

A 80 años del triunfo soviético en la Segunda Guerra Mundial debe mostrarse el debido respeto, porque hubo una transformación esencial, se liberaron varios Estados europeos, se reivindicó al ser judío (nace Israel), se estimuló la lucha independentista en países de Asia y África, se creó la ONU, etcétera. La Gran Guerra Patria es constatación de lo irreductible del carácter cuando está en riesgo la seguridad nacional, la vida personal. Cada acción puede marcar la diferencia: sea la Batalla de Stalingrado, la siderurgia en los Urales o la heroicidad de Leningrado.

Hace tiempo mi acordeón se rompió. Ya no toco música, mas la balada de la victoria sigue resonando.

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Un comentario

  1. Preciosa crónica testimonial acerca de nuestros vínculos afectivos con lo soviético y lo ruso, me encantó. También el medular comentario acerca de la extraordinaria hazaña de ese pueblo heroico en la derrota del fascismo, que incluye datos, juicios y referencias a hechos significativos de la historia verdadera que aviesamente se pretende negar y falsear. Pero es imposible ocultar que hasta los principales líderes mundiales de entonces expresaron reiterado reconocimiento al papel crucial de la URSS, en particular el presidente de EEUU, F.D. Roosevelt. Uno de sus mensajes públicos más destacados fue el enviado a Stalin en febrero de 1943, tras la victoria soviética en Stalingrado, anterior a la también decisiva de Kursk y, desde luego antes del desembarco aliado por Normandía, cuando ya el Ejército Rojo marchaba indetenible sobre Berlín. Busqué el texto de Roosevelt en Google:
    > Las magníficas hazañas de las fuerzas armadas y del pueblo de la Unión Soviética… han destruido para siempre el poder de ataque de la maquinaria militar alemana»
    Por esa época el aliado líder soviético se hizo tan popular ante los estadounidenses que Hollywood lo presentaba como el simpático Tío Joe, rodeado de niños. Pero eso fue antes de que el siguiente presidente yanki ordenara el genocidio atómico en Hiroshima y Nagasaki.

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