Las políticas económicas punitivas de Washington exacerban el riesgo de un conflicto a gran escala con el gigante asiático
“La próxima guerra contra China”. Este es el título aterrador del documental del periodista australiano John Pilger, quien analizó rigurosamente la estrategia militar de Estados Unidos, dando la palabra a analistas del Pentágono. Y desde hace unos años lo estamos viendo a diario. El objetivo hacia el que se dirige Washington no es otro que la confrontación con el país asiático.
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La reelección de Donald Trump, no cabe duda, intensificará este conflicto y exacerbará la narrativa anti-China, el refuerzo de las políticas económicas y la aceleración de la rivalidad estratégica.
El discurso del político, central en la campaña electoral, culpa a Beijing de los problemas globales y repite la estrategia de su primera gestión con la covid-19. Esto busca perpetuar una imagen negativa de la nación oriental, mientras que, a nivel interno, se utiliza la hostilidad como herramienta para consolidar el apoyo social.
No es difícil considerar que el segundo mandato del político continuará e intensificará las estrategias de presión económica que caracterizaron su administración anterior. Los altos aranceles impuestos a bienes probablemente se mantendrán o incluso aumentarán, lo que será una señal clara de que Estados Unidos no tiene intención de regresar a una relación comercial normal.
También es predecible que continúe imponiendo restricciones a empresas clave, como Huawei o ByteDance (TikTok), en un intento por contener su avance tecnológico. E igualmente que busque un desacoplamiento progresivo, incitando a las empresas a trasladar su producción fuera de Asia.
Las acciones de Trump se dirigirán a debilitar el modelo político y económico chino, y tratarán de conservar el declinante predominio del país norteño en el mundo. Además, dificultarán los esfuerzos de Beijing por mantener relaciones diplomáticas equilibradas.
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Si bien la imprevisibilidad del presidente electo podría generar oportunidades para la distensión global, el peligro de una escalada por sus decisiones impulsivas es considerable. Tres áreas de riesgo son particularmente preocupantes: primera, un aumento significativo del apoyo a Taiwán para fortalecer su base política; segunda, acciones militares arriesgadas en puntos críticos como el mar del Sur y el consiguiente riesgo de enfrentamientos accidentales; y tercera, la expansión de la guerra tecnológica, que podría extenderse a una confrontación financiera.
Sin embargo, el propio estilo de Trump introduce volatilidad. Sus decisiones, impulsadas por intereses inmediatos y carentes de estrategia a largo plazo, son un arma de doble filo. En cualquier caso, China será efectivamente el núcleo del interés estadounidense, pues es Beijing quien cuestiona en mayor medida el sueño unipolar de las élites norteamericanas y sus aliados.
Un comentario
Con gobiernos demócratas los EEUU pierden terreno. Trump pretende no sólo ganar sino recuperar terreno. Los EEUU, cual Imperio Romano, necesita volver a dominar al mundo económica, militarmente, aunque individualmente es la primera potencia mundial en ambos aspectos y lo será militarmente hasta fines de siglo, al menos. No le teme a China, Rusia, Corea del Norte, Vietnam del Norte e Irán (todos juntos), toda vez que tiene aliados a TODA la Unión Europea, Israel, India, Paquistán, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Vietnam del Sur y Japón, más TODA América Latina, excepto Cuba, Nicaragua y Venezuela, por ahora. Muchos de ellos con arsenal nuclear muchísimo más moderno que el otro eje. En lo tecnológico, los EEUU van muy a la zaga del otro eje, gracias a la cantidad de cerebros, de todo orden trabajando en conjunto para los intereses de los EEUU. China, la principal amenaza tecnológica para el Tío Sam, se ha limitado a copiar tecnología estadounidense. Aún no crea nada.