A ambos lados del Pacífico la rivalidad no se limita a la esfera económica, sino que tiene profundas raíces ideológicas y geopolíticas
Hace unas semanas, el Senado de Estados Unidos aprobó un paquete de 95 000 millones de dólares para armamento. Si bien el foco mediático estuvo en Ucrania e Israel, 9 000 millones fueron destinados al separatismo en la isla de Taiwán.

Junto con esa suma, también aprobó una ley que obliga a ByteDance, el gigante tecnológico propietario de TikTok, a vender la red social a una firma norteamericana. Esto, a pesar de que la compañía invirtió mucho dinero en almacenar los datos de sus usuarios en servidores de Oracle en EE.UU., cumpliendo con todos los requisitos del gobierno.
Por supuesto, el motivo no es la seguridad, sino una guerra contra el avance de China. Desde Washington, la propia secretaria de Comercio, Gina Raimondo, dijo que ese país representa la mayor amenaza para su nación y que tomarán medidas por evitar su desarrollo.
Durante los últimos tiempos, esta cruzada también alcanzó la industria de los autos eléctricos (AE) y a productos relacionados con tecnologías limpias, como paneles solares y baterías de litio. Según el Departamento del Tesoro, el problema reside en que sus compañías no pueden competir con los bajos precios de sus contrapartes. Incluso el presidente ejecutivo de Tesla, SpaceX y The Boring Company, Elon Musk, pidió barreras arancelarias frente a los AE chinos, reconociendo su calidad.
Sin embargo, más del 85 por ciento de dicha producción está destinada a la demanda interna del gigante asiático. Lo mismo sucede con otros artículos. China, aun con su gran capacidad está lejos de poder suplir el consumo internacional, tiene una competencia férrea dentro del mercado interno. Por ello ha mejorado tanto.

El vínculo a ambos lados del Pacífico se construyó sobre cimientos endebles. La Casa Blanca decidió abrir relaciones con Beijing no solo para hacer contrapeso a la Unión Soviética, sino también bajo la creencia de que la liberalización económica conduciría a una “apertura” política.
Los estadounidenses estaban muy contentos con tener a alguien que trabajaba productos sin valor agregado y de bajo costo, lo que permitió a su oligarquía ganar mucho, a expensas de una clase trabajadora.
El punto de inflexión llegó cuando China empezó a desarrollar su propia industria. Eso sí le resultó inaceptable a Estados Unidos. Su gobierno fomentó el quiebre de las cadenas de suministro en varias zonas de la innovación. El problema es que cuando el Tío Sam creyó que pondría las condiciones, el territorio del Oriente fortaleció su capacidad.
Un informe del Instituto de Política Estratégica Australiano reveló el avance del gigante asiático en 37 de 44 ramas claves para el crecimiento, incluidos sectores como la defensa, la exploración espacial y la robótica.
A medio y a largo plazos el declive norteamericano y el ascenso social y económico de China van a marcar a las próximas generaciones. Estamos bajo el predominio de un sistema político y económico basado en el poder militar. Y vamos a pasar al predominio de un país que no apuesta por intervenciones militares fuera de sus fronteras.