Un líder que se presenta como salvador, pero que en realidad fomenta el odio, genera un panorama político inquietante
Un monstruo no se crea de la noche a la mañana. Si en el ámbito familiar padres, tíos y abuelos intervienen en la formación de un individuo consentido y ególatra, cuando se trata de un adefesio mayor como Donald Trump hay que considerar la convergencia de fuerzas extremas que avivaron las llamas del miedo, el racismo y la xenofobia.

Para ello, necesitaríamos acudir a la novela Frankenstein, concebida por una joven llamada Mary Shelley, en el verano de 1816. Es probable que nos sorprenda que el título del libro sea el nombre del genio que lo diseñó, obligándonos a plantearnos la misma pregunta que rondó a la autora, cuando comenzó las primeras páginas: ¿quién es el verdadero monstruo, el engendro deforme que, contra su voluntad, cobra vida, o su creador excesivamente ambicioso?
Volver a plantear esa pregunta hoy nos permite analizar lo verdaderamente temible en la figura de Trump: y es que miles de ciudadanos voten por un hombre que se alimenta del miedo. De ahí que lo más preocupante es su presentación en la campaña electoral de 2024 con un halo de héroe. La ventaja lograda sobre sus rivales se convirtió en un aniquilamiento absoluto tras sufrir el atentado en Butler, Pensilvania, el 13 de julio último.
Al llegar a la Convención Nacional Republicana con una oreja vendada, narró la “desgarradora” historia del disparo y abandonó los discursos preestablecidos del teleprompter para insultar a la expresidenta demócrata de la Cámara de Representantes, a quien llamó “la loca Nancy Pelosi”. Si bien prometió “hacer grande a Estados Unidos una vez más”, su discurso pintó un panorama de odio espeluznante.
Para colmo, la opinión pública analizó con lupa y con un sentido muy crítico el fallo de seguridad que se produjo el día del atentado y, de inmediato, proliferaron las acusaciones abiertas y las teorías conspirativas sobre una supuesta conjura desde el poder.
El mensaje del magnate se basó en un patrón recurrente: generar un enemigo común entre los nuevos migrantes y las comunidades latinas y negras. El objetivo era unir a los blancos rurales con los afrodescendientes y extranjeros que ya están en el país, y presentar a los recién llegados como una amenaza que “roba sus puestos de trabajo”.
En sus líneas, hubo una escasez notable de menciones a temas como el negacionismo electoral, los indultos a sus aliados del 6 de enero y los casos penales, incluso evitó abordar el “caso de documentos falsos»” y la “caza de brujas partidista”. Asimismo, omitió problemas, como el acceso al aborto y la seguridad de las armas.
También se observó una especie de amnesia con respecto a su caótico primer mandato. Pero parece que esta especie de olvido nacional comenzó a dispararse desde sus últimos días en el cargo. De hecho, un número cada vez mayor de estadounidenses ahora afirma que dejó a la nación en una mejor situación, a pesar de que su presidencia terminó con un mal manejo de la pandemia de coronavirus.
Su otro yo

El hecho novedoso de la convención fue la decisión de Trump de postular como compañero de fórmula al exmarino de Ohio James David Vance. Este abogado saltó a la fama con su libro Hillbilly Elegy, un relato personal sobre la historia de su familia que, según algunos, exalta demasiado los valores morales de sus padres y abuelos.
Hace un año, el multimillonario Peter Thiel contribuyó con 15 millones para la campaña de Vance al Senado y, en un abrir y cerrar de ojos, el ultraderechista ocupó ese cargo en su lugar de nacimiento con 38 años. Ahora, un año después, es catapultado no solo como candidato a la vicepresidencia, sino como futuro líder del país.
Dentro del grupo de los conservadores se opone al aborto y a los derechos de la diversidad sexual. Ha expresado en repetidas ocasiones su hostilidad hacia las medidas de protección del medioambiente, a las parejas que no procrean, los migrantes y los palestinos. Además, es en lo económico un defensor del libre mercado y partidario de ir a la guerra con Irán en términos de política exterior.
Razones para preocuparse
Es muy fácil caer en la tentación de inventar imprecaciones a personajes tan caricaturescos como Trump, Vance o Frankenstein. Sin embargo, lo difícil es que muchos de sus seguidores, históricamente víctimas del racismo, del machismo, de la explotación, de la ignorancia, del desprecio de clase, no solo ratifican los desprecios, sino que los diversifican y eternizan.
Estos no son ejemplos de un caso aislado, sino un modelo, una tendencia, un “Caballo de Troya” del que desembarcan clones a granel más o menos famosos y más o menos eficaces en el proyecto imperial de la desmoralización inducida y de la derrota social.
Es posible que sus seguidores hayan nutrido a Trump y alentado su revuelta, pero ¿qué ser inmisericorde los promueve desde la oscuridad, los hace sentirse tan desamparados e indefensos, tan rabiosos y agobiados por la crisis económica, que necesitan encumbrar a un demagogo que apela a sus instintos más viles y utiliza la tristeza y la inseguridad ajenas para incrementar su poder?
Aunque el multimillonario termine derrotado en noviembre (cosa poco probable), esos ciudadanos confusos van a permanecer vastamente en todo el mundo. Quizás ellos necesiten enfrentar los demonios más tangibles de la guerra, la pobreza, el racismo, la desigualdad de género y el cataclismo ecológico que nos amenaza a todos por igual, los verdaderos terrores. Y es, también, una responsabilidad política generacional la solución de todos estos planteamientos.
Solo en ese caso podrían volverse maravillosamente proféticas las últimas palabras de Mary Shelley en su novela, cuando se despide del Monstruo y de lo que hay de horroroso en todos nosotros: “Pronto fue llevado lejos por las olas, y se perdió en la oscuridad y la distancia”.