Condenar un asesinato mientras se ignoran otros crímenes sistemáticos expone una doble vara ética
La otra noche fue posible ver desde las redes sociales algo que, en los anales de la historia, suele merecer un calificativo que captura perfectamente su horror. La Noche de los Cristales Rotos, la Noche de los Cuchillos Largos e incluso el Domingo Sangriento son cada uno ejemplo de un trauma colectivo tan directo: quedó grabado en nuestra memoria para que nunca lo olvidemos.
Las imágenes aéreas mostraban a cientos de hombres y niños palestinos acorralados y obligados a marchar en fila en Tulkarem, en la Cisjordania ocupada. Detenidos, internados, tomados como rehenes, secuestrados por el ejército israelí. No se le pondrá ningún nombre a este horror. Es solo un día común en Palestina.
El 14 de septiembre de 2025, Charlie Kirk, influencer y activista republicano, fue asesinado en Salt Lake City, Utah, mientras salía de un evento político. La noticia se difundió rápidamente en redes sociales y medios de comunicación, convirtiéndose en el centro de atención internacional casi de inmediato. Con corta diferencia al mismo tiempo de dicho suceso, los grandes medios de prensa occidentales probablemente estaban reunidos en sus salas de redacción, elaborando editoriales con pensamientos y oraciones tras el asesinato.
Las fórmulas habituales –“atroz”, “inaceptable”, “la violencia política debe ser condenada”– se multiplicaban en titulares y columnas. Son palabras que, en principio, nadie discutiría.
Sin embargo, la rapidez de su aparición, la prominencia en la agenda y la carga de señales de virtud transmitidas expusieron algo profundamente absurdo en la forma en que se distribuye la atención pública. Porque mientras se reprueba la muerte de –y busco el lenguaje más amable posible– un creador de contenido estadounidense de derecha, decenas de miles de personas en otros lugares sufren una injusticia terrible. Y para ellos, el silencio es ensordecedor.
Mientras los medios de prensa hegemónicos hablaron de Kirk y condenaron su asesinato a manera de un ataque a la democracia, no hubo indignación comparable ante los informes sobre las fuerzas sionistas imponiendo toques de queda, sacando a la gente de negocios y escuelas, y obligándolos a marchar hasta puestos de control.
Estas detenciones son parte de un patrón más amplio de ocupación militarizada: redadas regulares, castigos colectivos, casas demolidas y restricción de movimiento. ¿Qué es esto sino una compasión selectiva?
No tanto el dolor en sí como su asimetría

Si condenas el asesinato de alguien cuyas opiniones podrías despreciar, pero permaneces pasivo ante la injusticia sistémica en otros lugares, eso es hipocresía moral en general. En primer lugar, se moldea nuestra forma de pensar. La atención pública internacional y -por ende- la presión, se desplazan hacia aquellas tragedias cuyos relatos dan pie a buenos fragmentos de audio y su sufrimiento se digiere en breves tuits. El resto se convierte en ruido de fondo.
El asesinato de Charlie Kirk, entonces, se ha convertido en la alegoría perfecta de cómo el duelo político es condicional. La imagen de héroe-mártir lo enaltece. Sin embargo, su muerte no es una sorpresa; se enmarca en un clima de fuerte polarización con la deshumanización como norma en la extrema derecha y el lenguaje agresivo crea una atmósfera donde la violencia física se tolera o incluso se alienta.
Una espiral de odio
Solo en los primeros seis meses de 2025, es decir, después de la entrada de Donald Trump en la Casa Blanca, Estados Unidos registró más de 520 actos violentos selectivos. Hubo 96 muertos y 329 heridos, representa un aumento de casi el 40 por ciento en comparación con el mismo período de 2024.
El panorama no se limita a un solo partido o un solo perpetrador. El año pasado hubo dos intentos de asesinar a Trump. La casa del gobernador de Pensilvania ardió tras un incendio provocado. En junio la expresidenta demócrata del parlamento de Minnesota Melissa Hortman y su esposo fueron asesinados por un hombre vestido de policía.

Charlie Kirk fue un instigador de esta ola de odio. Dijo, por ejemplo: “Necesitamos un juicio al estilo de Núremberg para cada médico que practique la atención de afirmación de género. Lo necesitamos de inmediato”. Este influencer elaboró una “lista negra digital” de académicos que se atrevían a cuestionar el racismo, el lobby de las armas o el nacionalismo cristiano. Dicha lista fue una iniciativa de su organización Turning Point USA.
“Este tipo de retórica es directamente responsable del terrorismo que vemos hoy en nuestro país”, afirmó Trump en un discurso poco después del atentado. “Mi gobierno rastreará a todos los que hayan contribuido a estas atrocidades y a cualquier otra violencia política, incluidas las organizaciones que la financian y apoyan”.
Estados Unidos se encuentra en un punto de inflexión. Una sociedad ya desgarrada por la polarización, la violencia y la desconfianza ve ahora cómo un presidente utiliza deliberadamente un asesinato encaminado a consolidar el poder y convertir a los adversarios en enemigos.
Con la normalización de la intimidación política, el despliegue de tropas federales contra opositores internos, el desprecio de las sentencias judiciales y la mordaza a la prensa y a la administración pública, el país avanza cada vez más hacia el autoritarismo.
Mientras tanto, los palestinos detenidos en Tulkarem, los niños separados, enfrentarán en su mayoría la evitable tortura similar a actos de violencia política; también tienen víctimas con familias, niños aterrorizados y vidas destruidas.
No digo que una tragedia atenúe a otra. El dolor, la justicia y la empatía no son cosas de suma cero.
Pero la discrepancia en la respuesta lo revela: las sociedades realmente valoran o se sienten seguros de valorar.


















