Essence, obra en lienzo de Erica Pagnoni. / artprintcafe.com
Essence, obra en lienzo de Erica Pagnoni. / artprintcafe.com

El bastón

Estaba hipnotizado, anclada la mirada en ese puntico algo lejano. Se sentía bravío cual mar en fiesta de sal enroscada al viento. Las palpitaciones sucedieron súbitas con tan solo imaginar a la hembra, entre turgente y tímida de carnes. Flotaba, y aunque hacía un buen tiempo, tenía bajo siete candados un pasado vigoroso; el campanazo de la atracción puramente sexual le ensordecía. “¿Qué le puso la vieja al café, azúcar afrodisiaca?”, caviló.

  Necesitaba estar vivo de verdad, igual de imprudente como en sus primeros treinta años. “Es mentira que uno olvida ese tiempo en que las hormonas brincaban de un huevo al otro”, musitó por lo bajo, temeroso de la huida de los pájaros cantores. Porque sí, eso era “ella”: un Ave del Paraíso, lugar para donde sacaría Visa de ser preciso, con el anhelo de paladear de nuevo el chocolate. Seguía atrapado febrilmente por un deseo fuera de lugar, y época. Mas, ¡qué puede hacerse con la irrupción telúrica de la vida cuando menos se le espera!

   “Ay, muchacha”, volvió a murmurar. “¿Será fea de cara?; ¿de qué color serán los labios, naturales o pintados? Qué importa”, dijo con determinación, resuelto a dejarse llevar por el erotismo, adormecido muy dentro de sí. “¡Suerte, aún respiro”! “Ah, lleva pantalón, pensé que era una bermuda. Lástima, ahora tengo que imaginarme las piernas”, observó acomodándose mejor los espejuelos.

   Caminaba de prisa; a punto de correr. “Apenas 20 metros y ya está: será mía”, chocheó. Ciertamente no sabía cómo actuar: “¿Bordeo el contén o sigo tranquilo por la acera?”, se preguntó, casi salivando por un anticipado placer, borracho de lujuria en sus gastados años de Casa de Abuelo y tai chi, junto a otros tipos como él, apoyados en bastones, algunos hasta de “tres paticas”.

   Cerca, bien cerca; diez, cinco, dos metros. ¡Zas!, y soltó el bastón con la rapidez de un gato montés. Podría contemplarla de arriba abajo, de izquierda a derecha, y así dilucidaría todas las apetitosas conjeturas, permitiéndose una aventura visual, olfativa… Al verlo, ella le sonrío, mientras una voz -un tanto conocida- lo saludaba:

“Hola vecino, ¿pudo coger el pan temprano?”.

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4 comentarios

  1. Pobres viejos libidinosos que viven de ilusiones y mueren de desengaños. creo que este del cuento me da lástima: caballo de la sabana…

  2. afortunadamente yo no soy así. No quiere decir que sea ciego a las bellezas, pero me cuesta trabajo controlar los pensamientos, esos que nadie puede descifrar a menos que la IA evolucione de tal manera que puedan leerse las mentes. Esos pensamientos me pertenecen. Los ancianos tenemos que aceptar nuestras limitaciones y no podemos . quedar en ridiculo. Me imagino que Maria Victoria pudiera escribir un cuento al revés, es decir que el protagonista principal sea una anciana. Ella en su condición femenina nos puede ilustrar qué pasa por la cabeza de una mujer cuando ve un galán o es atraída por alguien del sexo opuesto

  3. De acuerdo con el tocayo. La belleza hay que admirarla. Algunos se paran a calificar a los viejos, sin pensar que ellos estarán montados en ese tren… si llegan a la estación, que, de por sí, ya es un mérito. Quizás, ahora de jóvenes, tengan el alma vieja y no sepan admirar y disfrutar la belleza de una mujer. Puede ser que tampoco hayan podido llegar ni siquiera al viejito del bastón y necesiten ¨silla de ruedas¨ para mantenerse ¨en pie¨.

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