El cine cubano con el que vivimos

Pensemos la memoria y el presente a partir del registro de puestas, personalidades creativas, ideas y sagacidades analíticas en provecho de establecer diálogos con públicos reflexivos


Lo que no se cuenta o no se visibiliza, no existe. Son significativos los valores del verbo contar. La mundialización de la cultura lo asumió mediante un diverso conjunto de objetos: jeans, productos McDonald´s, imágenes inspiradas en estrellas cinematográficas. Unos y otros dejaron de ser imposiciones exógenas, anidan en relatos, mundos simbólicos y generan un sinfín de percepciones. La industria cultural tiene en el universo audiovisual poderosos instrumentos financieros; muchas personas intentan escapar de las seducciones impuestas por ella, pero es difícil lograrlo, debido a la avalancha de hojarasca concebida para facilitar degluciones que estimulan el fatuo entretenimiento y el ocio.

Hoy el cine coloca en circulación los sistemas de la cultura en densas redes de interpelaciones navegables. Pensemos, en un mundo donde las conceptualizaciones de la realidad pasan por asociaciones enumerativas, la verdadera autentificación del arte depende de los lenguajes, sí, en plural, pues, tiene expresiones ancladas en conceptualizaciones de envergaduras antropológica, estilística, onírica y visual.

El cine cubano con el que vivimos remite a lo visto sin desmemoria.  La obra de Tomás Gutiérrez Alea, Titón, aporta resignificaciones sobre lo nuestro, devela situaciones, conflictos, máscaras, falsedades, ideas propositivas. Estimuló el permanente ejercicio investigativo y del pensamiento sobre problemáticas de notable incidencia en los desarrollos humanístico, ético y social. De ningún modo por azar el eligió su manera las historias. El humor devino brújula y certeza en largometrajes clásicos. Las doce sillas (1962), La muerte de un burócrata (1966), Los sobrevivientes (1978) y Guantanamera (1995). Su cine de autor trascendió el ejercicio de ilustrar, devino agudo estilete en provecho del espectador reflexivo.

Valorar filmes, documentales, fotografías, pinturas, grabados y otras expresiones artísticas requiere de arduos aprendizajes. Las dimensiones filosófica y conceptual del arte exigen apreciar cada paso del proceso creativo. En ellos, tiene vital importancia la búsqueda en profundidad, es esencial para avanzar hacia el conocimiento de temas, conflictos y circunstancias que más tarde serán plasmados en la pantalla grande.

El primer actor Patricio Woord fue el protagonista del filme El brigadista (1977), dirigido por el maestro Octavio Cortázar. Ambos forman parte de la historia de la cinematografía cubana. / Yasset Llerena.

Lo interiorizó el primer actor Patricio Wood al concebir el documental Esa es la vida Octavio. Se trata de su homenaje a uno de los nombres imprescindibles del cine cubano, Octavio Cortázar, y le permite con lucidez emocional, sagacidad analítica, comunicabilidad movilizadora la vuelta al surgimiento de una vocación y al desarrollo profesional logrado durante casi seis decenios por el director de El brigadista (1977), filme clásico inspirado en la Campaña de Alfabetización.

Las razones expuestas son conocidas, pero repensarlas también incita a discurrir sobre determinados actos intuitivos, estilos y compromisos asentados en quehaceres cinematográficos en nuestro país.

Imposible traer a esta reflexión todo el vasto universo de ejemplos que hacen meditar sobre el valor estético y la originalidad de poéticas enfocadas en la perspectiva holística de artistas empeñados en redescubrir la imagen, el montaje y el sonido como recursos productores de sentido durante la progresión dramática de los relatos.

Ese magma revela infinitas conmociones. La vocación política, el arsenal del background acumulado, la intuición activa, las inspiraciones, la improvisación y, por supuesto, la luz de ideas surgidas en el momento irrepetible al hacer el arte y que tienen en su base oficio y saberes.

De no ser así, ¿cómo podríamos pensar la evolución en la obra del artista? Existen labores previas, exploraciones, sin descontar, confiésese o no, el punto de partida de la puesta en tanto resultado de operaciones de pruebas. Algo dice en el interior: equivócate y vuelve a probar. Resulta interesante el bregar de las emociones en quienes nos hacen meditar sobre lo cotidiano, la memoria y el presente en códigos, mensajes, señales, al conocernos y reconocernos, por qué no, en el interior del alma, de las causas, las consecuencias de hechos sociales, culturales, y políticos.

Debe la crítica cultural interpretar estados de conciencia en perenne devenir. Es irrealizable modelar una estructura crítica del arte sin la intervención del acto participativo, de la implicación crítica del sujeto, ya sean creadores o públicos.

El cine cubano con el que vivimos comparte la experiencia de lo bello, lo particular, el disentimiento, los desamores, la honestidad intelectual… En fin, reclama la existencia digna, el optimismo perdido, o te pone a cantar bajito Como cualquiera de Lourdes Torres, como lo hace el director Alan González al cierre de su filme La mujer salvaje.

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