Decir que necesitaba de ese atisbo en similar magnitud a la luz era cuando menos empalagoso, pero era persistente el deseo de querer recorrer su mismo sinuoso camino.
¿Fantasías inconclusas? Muy probablemente. Mas se igualaba en aventura al verla tan dinámica, tan libre. Aunque mediara mucha distancia entre ambos, la separación era mínima. Basta con soñarlo para respirar a tope.
Preparaba el café a toda prisa, si bien intentaba mantener, cabalmente, el preciso ritual del “néctar negro de los dioses blancos”. Los colores le remitían inexorablemente a la evocación mañanera en perspectiva de futuro: árboles, y el parque donde un día la vio. Era un otro Adán con una otra Eva, dentro de un natural paisaje de paz.
Se pensaba roto, inacabado; quedándole chica la casa, de tan mutilado por la fiebre de lo inatrapable. Se había vuelto a enamorar de la vida, del oxígeno, del calor…Y como un zarpazo, el grito: “¡Papá, te has quemado otra vez! O prestas atención a la cafetera, o dejas de perseguir a la ardilla esa en la arboleda del Zoológico”.
Un comentario
que original. Esos son los verdaderos minicuentos. Breves, concisas y con un inesperado final. Felicidades amiga ingeniosa