El Museo Farmacéutico de Matanzas es la única botica francesa de finales del siglo XIX que se conserva original y completa en el mundo
Fotos. / HÉCTOR ALEJANDRO CASTAÑEDA NAVARRO
En el corazón de la Atenas de Cuba, frente a la otrora segunda Plaza de Armas de la ciudad, se alza un relicario de ciencia y poesía. Al cruzar su umbral, la sensación es la de haber entrado en una cápsula del tiempo. Frascos y vajillas de porcelana brillan como joyas, mientras que recetarios antiguos susurran secretos de una época que se resiste a ser olvidada.
Con predominio constructivo del estilo ecléctico, la Botica Francesa de Matanzas fue fundada el 1° de enero de 1882 por los doctores en farmacia Juan Fermín de Figueroa, –Rey de Boticas en Cuba– y el francés Ernesto Triolet Lelievre, quien llegó a la Isla por invitación hecha por Figueroa en París. Tras su visita, decidió establecerse en Cuba, luego de casarse con Justa de Figueroa, hermana de su amigo.
Inicialmente, Triolet fundó una pequeña botica en Sagua la Grande. Sin embargo, durante una visita a Matanzas, quedó impresionado por el desarrollo económico y social de la urbe, lo que lo motivó a fundar allí, con la fortuna de su esposa, una botica al estilo francés.

Aunque trajo consigo conocimientos farmacéuticos con un aire de sofisticación europea, pronto adaptó sus prácticas a las necesidades del país, incorporando hierbas y remedios locales.
Tras el fallecimiento de Justa, poco tiempo después de abierto el negocio, Triolet contrajo nupcias con María Dolores de Figueroa, hija de Juan Fermín, primera mujer farmacéutica de Cuba, con quien tuvo tres hijos. Ella estudió en Nueva York y fue la primera persona en establecer las propiedades de las aguas medicinales de los manantiales de la Purísima Concepción, hoy comercializadas bajo el sello de Ciego Montero.
La doña asumió la dirección de la instalación tras el fallecimiento de Triolet, y posteriormente, su hijo mayor Ernesto, quien también era farmacéutico, continuó con la labor hasta que la instalación se convirtió en museo, manteniendo su gestión hasta su propia muerte.
De botica a museo
Tras el triunfo de la Revolución, el inmueble es nacionalizado el 29 de noviembre de 1963, cesando sus funciones en menos de dos meses. Ernesto propuso donar la botica a Patrimonio en lugar de integrarla a la red de farmacias. Con la ayuda del historiador Israel Moliner Rendón y la intervención de Julio Le Riverend, miembro fundador de la Academia de Ciencias de Cuba, la propuesta llegó a Fidel Castro Ruz, quien la aceptó de inmediato. Así, el 1° de mayo de 1964, nació esta joya museística.
El edificio, exponente de la arquitectura neoclásica doméstica de finales del siglo XIX, conserva intactos más de cinco millones de piezas, muebles e inmuebles originales: la mesa dispensarial de jocuma amarillo diseñada por el propio Triolet, la copa fundacional de la botica que exhibe una foto bordeada de oro de este y su primera esposa, el teléfono usado durante todo el funcionamiento de la botica, la bicicleta que usaban los mensajeros, las estanterías de maderas preciosas, su laboratorio alquímico con alambiques, percoradores y lixiviadores, así como centenares de frascos y vasijas de porcelana francesa, entre otros. Todo se conserva en su lugar, tal como lo decidieron sus fundadores hace 143 años.
El edificio presenta tres plantas distribuidas alrededor de un patio central. El primer nivel estaba destinado a la fabricación y venta de medicamentos; la segunda planta era la vivienda de los dueños, y la tercera fungía como secadero de plantas y laboratorio privado de Triolet.
Lo más singular del sitio es su capacidad para evocar emociones. A diferencia de otros museos, no constituye solo un espacio para mirar, sino también para sentir. Aquí, la ciencia y el arte se funden en una experiencia sensorial única. El olor a madera antigua y exóticas sustancias almacenadas en frascos alineados como joyas en un cofre crea una atmósfera que traslada al visitante a otro siglo. Las balanzas, alambiques y libros de recetas parecen esperar el regreso de los boticarios que alguna vez los usaron.
Guardiana del tiempo

Marcia Brito llegó a la botica en 1982, justo en el año del centenario de la propiedad. Desde entonces, la actual directora ha dedicado 43 años de su vida a proteger y difundir la riqueza histórica, científica y cultural que albergan estas paredes. “Es como mi casa; tengo un compromiso vitalicio con su preservación”, afirmó a BOHEMIA, cuya voz evoca la misma emoción que probablemente experimentaban los boticarios al concoctar sus pócimas, ungüentos y elixires hace más de un siglo.
“Yo era profesora del Instituto Superior Pedagógico Juan Marinello, donde impartía Botánica Sistemática. Vine por primera vez para conocer sobre un herbario. Al cabo del tiempo me propusieron dirigirlo por un período, pero me enamoré. Lo que en inicio sería un encargo temporal se extiende ya por más de cuatro décadas”, relata.
Marcia, guardiana del patrimonio material pero también de las historias que le dan vida, conoce cada rincón, frasco y leyenda, y las comparte con una pasión que contagia. “Es tan fuerte el nivel de información primaria que se descubren todavía, que me es imposible dejar de investigar. No me alcanzará la vida para seguir desentrañándolo”, confiesa.
Un elixir atípico
El principal atractivo de la botica radica en su conservación íntegra. Esta instalación no se rige por las leyes de la museología ni la museografía; no hay vitrinas. “Las colecciones exhibidas poseen un altísimo valor patrimonial, pues son únicas y, en su gran mayoría, completas”, explica Brito. Resaltan, por ejemplo, la farmacopea francesa, española y norteamericana de finales del siglo XIX e inicios del XX, así como las más de 800 000 etiquetas originales.
Otro de los bienes más valiosos del museo son los libros de asentamiento de recetas, 55 tomos que contienen más de un millón y medio de fórmulas preparadas durante 82 años. En ellos pueden apreciarse prescripciones realizadas por los más distinguidos galenos yumurinos.
Estos ejemplares, que ya forman parte de los Registros Memoria del Mundo de la Unesco para la Región de América Latina y el Caribe, representan una importante fuente de conocimiento en la investigación científica internacional.
Legado y reconocimiento

El Museo Farmacéutico fue declarado Monumento Nacional el 20 de noviembre de 2007. Posee Grado de Protección I y ha recibido numerosos reconocimientos, entre los que destacan el Premio Nacional de Restauración en 2008 y de Conservación en 2020. Además, figura en la Lista Indicativa del Estado Cubano para su posible inclusión como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Actualmente, ofrece recorridos guiados, asesoría a estudiantes y trabajadores de las ciencias médico-farmacéuticas, y acoge eventos culturales, presentaciones de libros y conciertos de grupos de formato reducido.
Como dato curioso, su directora recuerda los duros años del Período Especial en que las farmacias sufrieron escasez de medicamentos y del museo salieron fórmulas que se usarían en los laboratorios de medicina natural del país, incluso las Fuerza Armadas Revolucionarias han reproducido los métodos de conservación de los medicamentos para tiempos de guerra.
La Botica Francesa es un testimonio de la resiliencia de la memoria. En sus estanterías, laboratorios y recetas amarillentas se esconde la historia de una ciudad, un país y una humanidad que siempre han buscado curar sus males físicos y espirituales. No es casualidad que los visitantes aseguren haber sentido la esencia de Triolet al ver cómo la luz se filtra a través de los vitrales, proyectando sombras danzantes sobre los frascos.
Sin duda, hay algo de verdad en esa aura de protección palpable, especialmente cuando nos encontramos con manos dedicadas por preservar la magia de lo que se ha perdido.
