Tras cinco años del asesinato de George Floyd, las regulaciones para abordar el tema permanecen estancadas
«No puedo respirar», repitió en varias ocasiones George Floyd el 25 de mayo de 2020 durante los casi nueve minutos en los que el agente Derek Chauvin le presionó el cuello contra el asfalto. Poco después falleció por asfixia y Estados Unidos se sumió en una revuelta como protesta por el racismo que sufren casi 40 millones de personas –alrededor del 12.4 por ciento de la población total–.
Transcurridos cinco años, los intentos por llamar la atención sobre el racismo sistémico, como la ley federal de justicia policial permanecen estancados.

¿En verdad emancipación?
Para vislumbrar el nivel de la opresión de los afrodescendientes en Norteamérica, resulta necesario reseñar que durante el siglo XIX, incluso aquellos que eran partidarios de la libertad de los esclavos, no tenían muy clara la cuestión de la igualdad.
En aquella época, el nivel de racismo llegaba hasta tal punto que, por ejemplo, haber asesinado a un líder de una comunidad nativa con las propias manos constituyó un motivo de prestigio en unas elecciones –en la década de los treinta del siglo XIX, a Richard M. Johnson, vicepresidente demócrata, se le atribuía haber matado al jefe indio Tecumseh; y a Hugh L. White, uno de los candidatos, se le presumía el asesinato con sus manos del jefe Cherokee–.
Incluso Abraham Lincoln realizaba afirmaciones en 1854 que hoy serían escandalosas: «¿Liberarlos y hacerlos nuestros iguales? Mis propios sentimientos no lo aceptarían». Realmente, Lincoln se decantaba por «enviar a los esclavos a Liberia, su país natal». De hecho, la Proclamación de Emancipación solo fue una medida bélica en una situación desesperada; prueba de ello es que no se liberó a todos, sino solo a los esclavos de los estados rebeldes. Ni siquiera quedaron libres aquellos cautivos de los estados esclavistas no rebeldes.
El 28 de agosto de 1963, ante 200 000 personas, Martin Luther King proclamó en un discurso junto al monumento a Lincoln: «Tengo un sueño». Pero aún hoy el afroamericano no es libre, su vida está minada por la discriminación, sufre en una solitaria isla de pobreza en medio de la prosperidad material, se encuentra exiliado en su propia tierra.
Estados Unidos lleva a la cárcel a un porcentaje más alto de ellos de lo que hizo Sudáfrica en el punto álgido de la era del apartheid, una situación que comenzó en los años ochenta con la guerra que Ronald Reagan emprendió, supuestamente, contra las drogas, pero que terminó encerrando de forma masiva a personas. Entonces, los reclusos no llegaban a los 400 000, hoy sobrepasan los dos millones, siendo un tercio de ellos negros –y pobres.
En este contexto, ¿qué posibilidades reales tienen los afroamericanos de tener las mismas oportunidades que los blancos, de participar en el reparto de la riqueza, de formar parte en condiciones igualitarias de la sociedad? Porque George Floyd significa la constatación de un problema estructural de racismo y desigualdad que los Estados Unidos se han negado a abordar durante más de 200 años.