El aumento de bosques devorados por las llamas, favorecido por los cambios climáticos, subraya la necesidad crítica de comprender y gestionar este creciente desafío global
Por. / Ana Daniela Valdés Dina
Elaine Goode, sentada en el gimnasio War Memorial de Maui, Hawái, apenas podía contener las lágrimas. El local, transformado en un improvisado refugio de la Cruz Roja, marcaba un crudo contraste con lo que quedaba de su hogar en Lahaina, reducido a cenizas por el fuego. Sin embargo, más allá de las paredes calcinadas, que solo eran un recuerdo, la pérdida más profunda fue la memoria física de su esposo.

“Hay cosas que nunca se pueden reemplazar” susurró con voz temblorosa. “Ni siquiera guardo una foto suya… Ni una sola. Tenía una foto de nosotros, de cuando nos conocimos hace 32 años y ahora… no queda nada. Ni siquiera tengo su urna.”
Un año y medio más tarde, mientras las llamas devoraban más de 37 000 hectáreas de bosques en la Patagonia argentina, tiñendo de ceniza el paisaje prístino, a miles de kilómetros, en Los Ángeles, las evacuaciones masivas recordaban la fragilidad, incluso de las metrópolis más modernas ante el avance implacable del fuego. Dos tragedias, separadas por la distancia, pero unidas por un mismo hilo conductor: la crisis climática que transforma el planeta en un polvorín. Pero, ¿qué hay detrás de estos incendios forestales cada vez más frecuentes, devastadores de ecosistemas y comunidades enteras?
Un mundo en llamas
El año 2024 fue particularmente devastador a escala global en materia de incendios forestales.
Entre los países más afectados de América Latina se encuentra Brasil, que registró un aumento de 79 por ciento en las áreas quemadas de su territorio, en comparación con el mismo período del año anterior, indicó la Agência Brasil de noticias. El fuego afectó un total de 30,8 millones de hectáreas, una superficie superior al territorio de Italia.
En Bolivia, ya caracterizada por una acelerada deforestación, más de 10 millones de hectáreas quedaron reducidas a cenizas, explica la organización de medios independientes Mongabay. El problema, exacerbado por condiciones climáticas adversas y la limitada gestión territorial, posicionó a la nación entre los países con las mayores tasas de pérdida forestal en el planeta.
Igualmente, explica un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) Ecuador, la Amazonía experimentó un preocupante aumento en la cantidad de focos de incendios el pasado año, superando los 50 000.
Europa no ha quedado exenta de esta problemática. Según un reporte publicado por Euronews en septiembre de 2024, los siniestros en Portugal generaron emisiones récord de contaminantes a la atmósfera. La magnitud provocó la liberación de grandes cantidades de humo que se extendieron hacia otros países.
Mientras, durante el verano se registró un gran número de incendios intensos en el este de Rusia, lo que resultó en el transporte de grandes cantidades de humo a través de partes de Eurasia y América del Norte, detalla la organización Forest News.

A inicios de 2025, los incendios forestales en California impactaron el área metropolitana de Los Ángeles y las zonas adyacentes, desde el 7 de enero hasta el 1 de febrero. Estos incidentes se relacionaron con condiciones climáticas que abarcaron desde los vientos de Santa Ana, que procedentes del desierto caen en picada enormemente secos sobre California, hasta niveles de humedad extremadamente bajos y una prolongada sequía, lo cual incrementó los factores para estos desastres.
El pasado febrero, la región de la Patagonia experimentó las peores catástrofes naturales de ese tipo en las últimas tres décadas. Según señala Greenpeace Argentina, esta crisis, que ha devastado miles de hectáreas de bosques nativos, pone de manifiesto la vulnerabilidad de la zona frente a los efectos del cambio climático y las prácticas inadecuadas de manejo forestal .
Actualmente, Corea del Sur enfrenta los mayores incendios forestales en su historia; ya le han cobrado 27 vidas, desplazado a cerca de 37 000 personas y destruido más de 300 estructuras. Explica AP News que, a pesar del despliegue masivo de personal, helicópteros y equipos puestos en disposición por el gobierno surcoreano, los vientos dificultan los esfuerzos de extinción.
Más allá de las cifras y los comunicados oficiales, se esconden historias de devastación personal, como la que vive la comunidad del poblado de Hahoe, donde la vida se centra en preservar la herencia cultural.
El monje Deung-woon, de 65 años, sintió un golpe devastador al saber que el histórico templo Gounsa, construido en el año 681, había sido consumido por el fuego. Joung-ou, de 68 años, su compañero, describió a su aflicción: “Fue un sentimiento extremadamente doloroso y me pregunté por qué puede ocurrir algo así”.
La ironía mordaz: el Buda dorado, imperturbable, protegido por una manta ignífuga. ¿Acaso la fe es inmune al fuego? Mientras, la campana del poblado, esa que había marcado el ritmo de generaciones, yacía rota, silenciada. Un símbolo cruel, un réquiem silencioso por lo irreparable. Corea del Sur llora y el fuego, implacable, sigue su danza macabra.
Claves para entender el fenómeno
El término, indica el investigador Juli G. Pausas en su libro Incendios forestales, se refiere a las deflagraciones (sean de origen natural o antrópico) que ocurren en los entornos terrestres y se propagan por la vegetación boscosa o de cualquier otro tipo (sabanas, matorrales, pastizales, humedales, etc).
Puede definirse también como “un incendio de vegetación que arde libremente”, segַún el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) en la edición 2022 del informe Fronteras: ruido, llamas y desequilibrios.
¿Pero qué hace que se produzca un incendio forestal? Para que el fuego comience, se necesitan tres elementos básicos: una fuente de ignición (un rayo o una chispa), oxígeno y combustible (la vegetación).
La humedad de la vegetación también juega un papel crucial. Si está muy seca, es más propensa a incendiarse. Mas la baja humedad, por sí sola, no basta. Por ejemplo, los desiertos, aunque son muy secos, no suelen arder fácilmente porque tienen poca vegetación (combustible).
Por tanto, los factores que modulan el régimen de estos eventos son la biomasa (cantidad total de materia orgánica en un área), la variabilidad en la disponibilidad hídrica y las igniciones. En ausencia de uno de estos parámetros, difícilmente se generará un fuego de gran magnitud.
Estos desastres ocurren en casi todos los hábitats y su frecuencia e intensidad varían en los diferentes tipos de ecosistema, en dependencia de la productividad (cantidad de biomasa que se produce) y la estacionalidad (variaciones climáticas a lo largo del año).
Según el Doctor en Biología de la Universidad de Barcelona e investigador del gubernamental Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Juli G. Pausas, las zonas tropicales y subtropicales, con mucha vegetación y estaciones marcadas, son las más propensas a incendios. En las sabanas, por ejemplo, son frecuentes, pero de baja intensidad, porque no hay tiempo para que se acumule mucha vegetación seca. En cambio, los desiertos, las montañas altas y las selvas tropicales (sin estación seca) tienen menos incendios debido a la falta de vegetación o a la alta humedad.
La actividad humana es un factor significativo en la génesis de esos desastres, manifestándose tanto de forma deliberada como accidental. Prácticas negligentes, como el desecho inadecuado de colillas o la extinción incompleta de fogatas, conllevan un riesgo considerable para la vegetación circundante. De igual manera, el abandono en los bosques de materiales refractarios –como latas de conservas, entre otros– puede actuar como catalizador del fuego. Incluso, como explica la madrileña fundación Aquae, las quemas agrícolas incontroladas, empleadas para la preparación del suelo cultivable, representan una importante fuente de ignición.
Las combustiones provocadas por los seres humanos representan, sin duda, un factor significativo de riesgo. Según explica National Geographic, un estudio publicado en 2020 por Jennifer Balch, ecóloga de incendios de la Universidad de Colorado, mostró que los humanos fueron responsables de 97 por ciento de los siniestros que posteriormente pusieron en peligro las viviendas en las áreas de interfaz urbano-forestal durante el período de 1992 a 2015.
Detrás de estas devastaciones, muchas veces se esconden las decisiones de corporaciones que priorizan el lucro sobre la vida misma. Su búsqueda incesante de recursos deja tras de sí un rastro de cenizas y ecos de un ecosistema que clama por ayuda.
En su afán por maximizar beneficios, a menudo se ignoran las regulaciones ambientales y los llamados a la conservación. Emisiones vinculadas a 88 grandes productores de combustibles fósiles, y fabricantes de cemento a escala global, podrían estar relacionadas con 37 por ciento del área total quemada por esta causa en el oeste de Estados Unidos y el suroeste de Canadá, desde 1986.
La investigación Los combustibles fósiles detrás de los incendios forestales: Un estudio sobre cómo contribuyen los principales productores de carbono al riesgo de incendios forestales en el oeste de Norteamérica, llevado a cabo por la organización sin fines de lucro Unión de Científicos Conscientes, atribuye a las actividades de estas corporaciones la responsabilidad por esos 19,8 millones de acres de bosques quemados.
Además, el daño ambiental perpetuado desata una cascada de problemas financieros. La pérdida de la cubierta vegetal deja el suelo vulnerable a deslizamientos e inundaciones, ya que la tierra desprotegida es incapaz de absorber el agua. La calidad del aire y del agua se ve comprometida, presentando costosas amenazas para la salud pública. Y la devastadora pérdida de vida silvestre y hábitats debilita aún más los ecosistemas, dejándolos expuestos a enfermedades y un deterioro continuo.
¿Podemos realmente calcular el verdadero precio de estos siniestros, cuando su huella se extiende mucho más allá de lo visible?
Incendios y clima: una amenaza en aumento

A partir de la Revolución Industrial, a finales del siglo XIX, la quema masiva de combustibles fósiles ha liberado grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera, lo cual se ha asociado a la intensificación del efecto invernadero y a un aumento de la temperatura global. Este calentamiento, que ya ha superado el grado centígrado desde entonces, se ha acelerado en las últimas décadas, con un incremento de casi 0,2 grado Celsius por década desde los años ochenta del siglo pasado y se proyecta una mayor aceleración en el futuro.
El estudio Global and Regional Trends and Drivers of Fire Under Climate Change, que contó con la colaboración del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España, confirmó la creciente amenaza de incendios forestales en todo el mundo, directamente vinculada al calentamiento global.
La investigación, basada en una revisión exhaustiva de medio millar de estudios anteriores y complementada con análisis novedosos de datos satelitales y modelos climáticos avanzados, sugiere que las decisiones y estrategias implementadas por la humanidad tienen un impacto significativo en la modulación de los efectos a escala regional. En otras palabras, si bien el calentamiento global incrementa el riesgo, las políticas y acciones locales pueden influir en la magnitud de ese riesgo en diferentes zonas del planeta.
De acuerdo con los modelos climáticos analizados en este estudio, la frecuencia de condiciones meteorológicas que favorecen la ocurrencia de grandes incendios ya muestra desviaciones significativas respecto a lo que se esperaría en ausencia del calentamiento global.
Esta situación es particularmente evidente en regiones como la cuenca mediterránea y la Amazonía, donde el aumento de temperatura de 1.1 °C, atribuido a la actividad humana, ha alterado los patrones históricos. Además, el incremento en el riesgo de incendios ha superado las predicciones iniciales de los modelos climáticos, lo cual indica una aceleración del proceso.
“La razón por la que estamos viendo más incendios forestales y están siendo cada vez más graves, es que los humanos estamos cambiando esos ingredientes que se necesitan para un fuego: estamos cambiando el clima”, afirmó la cientíica estadounidense Jennifer Balch al canal noticioso británico BBC.
Si bien las decisiones de gestión forestal –que han permitido la acumulación de grandes cantidades de vegetación susceptible de actuar como combustible–, y la construcción en zonas de riesgo, también contribuyen a aumentar el peligro de incendios: el cambio climático ha exacerbado significativamente la amenaza. Y esta se muestra tanto en las áreas cercanas a la interfaz urbano-forestal, como en bosques más remotos. Es decir, aunque otros factores influyen, el cambio climático ha tenido un impacto notable.
Los incendios forestales han dejado una huella imborrable en nuestro planeta. Cada año, las llamas devoran miles de hectáreas de bosques, hogar de innumerables especies y fuente de vida para nuestro ecosistema.
A medida que las temperaturas globales siguen aumentando, los incendios se vuelven más frecuentes y destructivos. Pero, ¿qué estamos haciendo para detener esta tendencia?
En lugar de tomar medidas concretas para reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, a menudo nos encontramos atrapados en una rutina de indiferencia. Las industrias que alimentan nuestra vida cotidiana parecen priorizar sus ganancias sobre la salud del planeta. ¿Acaso no deberíamos cuestionar nuestras prioridades cuando el precio a pagar es el futuro de nuestros hijos y la biodiversidad que nos rodea?
Así que, al avizorar un porvenir lleno de humo y cenizas, nos enfrentamos a una pregunta crucial: ¿estamos quemando nuestro futuro?
Un comentario
Excelente artículo. Muchas felicidades a la periodista Ana Daniela, quien una joven muy inteligente y competente. Le deseo muchos éxitos en su vida profesional.