¿Existe la majestuosa catedral de la visualidad?

Esta interrogante, entre otras planteadas en este texto, debe hacernos pensar el cine, la televisión, la fotografía, las puestas en pantallas de notables impactos en las construcciones simbólicas y las prácticas sociales


Por doquier la red y lo digital potencian insólitamente las prestaciones múltiples de la imagen. Igual en diferentes contextos, museos, exposiciones, pantallas, televisoras, filmes, espacios privados y urbanos vivimos mundos hipervisuales. Gozos, insatisfacciones, curiosidades infinitas coinciden en afanes galopantes al descubrirnos o redescubrirnos. Quizás, poco reflexionamos sobre el ejercicio irrepetible del acto de ver y comprender diversidades discursivas; pues, en ocasiones, apenas apreciamos la riqueza de esos ámbitos de relaciones sociales asociados a las luchas simbólicas y al conocimiento o la ignorancia del otro ser humano.

Durante la sofocante etapa veraniega ansiamos recibir aire fresco, “algo” nuevo en el cine, la televisión, las muestras expositivas, los carteles, las fotografías; en fin, otras inquietudes icónicas, conceptuales, transgresoras, ante lo “real”, todo esto responde a la necesidad creciente de disfrutar lenguajes visuales abiertos por las vías de estetización en los universos del arte y de la comunicación audiovisual.  

¿Quién no ansía sentirse cautivado por novedosos espectáculos musicales donde los procedimientos narrativos y de puesta en pantalla involucrados en la composición hagan pensar en una televisión culta y entretenida a la vez capaz de favorecer actitudes críticas en los públicos? ¿Son suficientes las producciones nacionales de telefilmes y cuentos de estreno –nunca anunciados con la repercusión merecida– si en las revistas y los noticieros suelen obviarse las construcciones de sentidos en planos sugerentes, atractivos. Por estas deficiencias, al darle prioridad a la toma general del espacio no parlante, suelen perderse expresividades de protagonistas e imágenes.

Diferentes temáticas, estéticas y planteamientos artísticos motivan los intereses de públicos diversos. / Yasset Llerena

Las invitaciones recurrentes de ir al cine, sí, a la sala oscura propician el acceso a documentales, filmes clásicos, contemporáneos y estrenos que activan múltiples motivaciones, entre ellos el conocimiento en profundidad de soportes textuales y materiales, pues inciden en el resultado artístico. Por ejemplo, el montaje cumple funciones de construcción de significados y, en él, la metáfora, el símbolo, los mensajes, dicen qué quiero decir, cómo lo quiero decir y para quién lo quiero decir.

Una, otra vez, pensemos: al valorar la dimensión filosófica y conceptual del arte se considera en primacía el contenido, ¿por qué desestimar la dimensión holística del proceso creativo? Este propicia comprender el sentido cultural de cada obra, en ella tienen importancia vital las investigaciones realizadas por los creadores al desentrañar conflictos y circunstancias al contar el relato.

Nunca lo olvidemos, urge considerar desde la génesis de la idea hasta su concreción en una historia de connotación artística. Ciertamente, las inspiraciones y la improvisación surgidas durante el acto creativo tienen en la base, el oficio y el dominio del tema a tratar, las intuiciones sorprendentes, incluso difíciles de explicar.

También influyen el bregar de las emociones, el impacto de lo cotidiano, la memoria, el presente, los valores positivos sin didactismo y los activos estados de conciencia en perenne devenir.

En las dinámicas de poder y las jerarquías determinantes influyen decisores y ejecutantes creativos. Todo el quehacer guarda una estrecha relación con la majestuosa catedral de la visualidad, pero esta nunca existe per se, hay que construirla mediante saberes, experiencias y estudios sistemáticos. El deber ser se concreta en la práctica cuestionadora socialmente. Es esencial para seguir haciendo arte.

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