El Apóstol cubano, días antes de caer en combate en Dos Ríos, nos dejó excelentes y bellas cartas que pueden leerse como si fueran escritas en la actualidad, por la vigencia de su pensamiento
Nuestro Héroe Nacional escribió cinco cartas llenas de poesía que son consideradas verdaderos testamentos para la Historia.
Vamos a llamarlas precisamente así, aunque él no pensó que fueran tales documentos. Constituyen valiosos legados y demuestran sus dones como ser humano sensible, maestro, escritor, periodista, abogado, padre, hijo, hermano, tío y, por si fuera poco, patriota, revolucionario, antimperialista y poeta.
Aunque no llevan los tradicionales cuños y firmas de un Juzgado oficial y estatal, integran la principal reliquia histórica de su pensamiento y de su obra.
Basados en estas características de su escritura y de sus mensajes, pueden llamarse, respectivamente, testamento familiar, pedagógico, literario, antillanista y político.
El texto que ha sido calificado como familiar lo concibió para dos seres excepcionales de su corazón y de su alma, la madre y el único hijo.
A ellos dos dirigió los inefables escritos, a Leonor Pérez Cabrera, desde Montecristi, el lunes 25 de marzo de 1895, y a su retoño, José Francisco Martí Zayas-Bazán, el lunes 1° de abril desde el mismo sitio.
A la madre le diría: “Yo sin cesar pienso en Ud. Nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza”.
Y al hijo le informó y lo exhortó: “Salgo para Cuba. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó tu padre. Sé justo”.
Visto como testamento pedagógico, a María Mantilla Miyares le confesó desde Cabo Haitiano, el martes 9 de abril: “Enseñar es crecer. Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte en otro, y un pueblo a las espaldas. Sobre tu pecho, ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres”.
El nombrado testamento literario del lunes 1° de abril, dirigido al abogado cubano Gonzalo de Quesada y Aróstegui, su secretario personal, le recomienda qué hacer con sus obras, periódicos y libros de consulta: “Entre en la selva y no cargue con rama que no tenga frutos. Servir es mi manera de hablar”.
Como testamento antillanista se califica la carta escrita a su amigo y también abogado, el dominicano Federico Henríquez y Carvajal, el 25 de marzo, desde Montecristi, en la que le expresa: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo será pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí ya es hora”.
Y en el testamento político, el más conocido de todos, en carta que no había concluido y que escrita en el campamento de Dos Ríos el sábado 18 de mayo, un día antes de morir, le comenta a otro de sus grandes amigos, igualmente abogado, el mexicano Manuel Antonio Mercado de la Paz: “Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas y mi honda es la de David. Esto es de muerte o vida y no cabe errar en la tarea de impedir que los Estados Unidos caigan sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice y haré es para eso. Sé desaparecer, pero no desaparecerá mi pensamiento”.
Según el ya fallecido doctor e investigador Salvador Arias, licenciado en Literatura cubana e hispanoamericana, el propio Martí confesaría: “En la ternura del peligro, y a pesar de una premura tan penosa que me saca la pluma de las manos, comprendo que en los montes se habla poco y se ama mucho. El alma crece y se suaviza en el desinterés y en el peligro”. Y añadió: “Me siento puro y leve, y siento en mí algo como la paz de un niño”.
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Fuentes consultadas:
Testamentos de José Martí. Edición crítica, editorial Ciencias Sociales, 2004, autores: Pedro Pablo Rodríguez, Ana María Álvarez, Juan José Ortega y Salvador Arias. Epistolario martiano, en cinco tomos. Tomo V, página 156, del CEM y la Editorial de Ciencias Sociales, p.p. 94, 165 y 192.
CRÉDITOS
Fotos. / Archivo de BOHEMIA