La maravilla de criar con amor

La paternidad responsable implica estar presente desde el embarazo, brindando apoyo emocional y participando activamente en la preparación para la llegada del bebé. En el Día de los Padres, estrenamos esta sección, que intenta mostrar caminos para “aprender a vivir”, a través de la psicología


La noticia de la llegada de un nuevo ser a la vida de una persona, de la pareja y de la familia en general suele tomarse con muchísima alegría. Desde el principio comienzan las suposiciones sobre si será hembra o varón, si se parecerá a la madre o al padre, y se empiezan a planear nombres, fiestas, vestuario y objetos para recibir al bebé. Sin embargo, muy pocas veces se reflexiona sobre cómo ser una buena familia para el nuevo miembro, cómo proporcionarle bienestar y de qué forma se implicarán madre y padre en su crianza para que esta resulte una aventura agradable y, sobre todo, responsable.

Muchas son las situaciones que pueden existir en torno a la crianza. Uno de los asuntos que mayor debate suscita en torno a este tema es la influencia de los padres en la vida de las niñas, niños y adolescentes, y cómo pueden conectar mejor con ellos. Por eso, conversamos con la Doctora en Ciencias Psicológicas Roxanne Castellanos Cabrera, coordinadora general del proyecto Crianza Respetuosa, con 23 años de experiencia de trabajo como psicóloga clínica infantil.

¿Cómo la figura paterna puede contribuir al desarrollo de habilidades sociales y emocionales en los niños desde una edad temprana?

Biológicamente el origen de un ser humano siempre tiene que ver con la diada femenina y masculina. Por eso, sea cual sea después el tipo de familia en la que crezca un niño o una niña, en algún momento surge un interés por el origen biológico. Y todo ser humano tiene derecho a conocer ese origen.

En la conformación de la subjetividad y la identidad personal son fundamentales esos dos pilares básicos: el padre y la madre. Incluso, mucho antes de que el niño sea consciente del tipo de familia que tiene.

El vínculo de apego desde que nace un niño es esencial para el bienestar del presente y del futuro. De la calidad del vínculo que se tenga con mamá (primero) y luego, poco a poco con papá, estará grandemente relacionada la estabilidad psicológica, la seguridad y la confianza en las personas significativas. Eso llega hasta la adultez.

¿Cuál es la importancia de la implicación de los padres desde el embarazo en el desarrollo emocional y cognitivo de los niños?

Mucho de lo que somos en la vida adulta depende de los primeros brazos que nos acunaron, los primeros arrullos que recibimos, la serenidad, la constancia y el afecto con los cuales se atendieron las necesidades de ese bebé. Desde ahí, ya papá está jugando su rol, porque -aunque no está dotado para la lactancia- puede hacer todo lo demás con la misma sensibilidad con que lo hace una madre y, entre los dos, pueden atender mucho mejor al pequeño.

Ambos son igual de importantes para el desarrollo psicológico y el bienestar del hijo o la hija, y deben estar de la misma forma implicados en la crianza desde el principio. Además, la lactancia materna supone mucho esfuerzo y el apoyo del papá para que mamá esté bien, significa bienestar tanto para ella como para el bebé. Esa labor no es insignificante.

En cuanto al desarrollo de habilidades sociales y emocionales, no hay nada que en particular le toque a la mamá o al papá. Ambos pueden y deben trabajar en ello desde que los niños son muy pequeños. La única fórmula que existe para esto es simplemente estar implicados en la vida de los hijos desde que nacen, atenderlos, jugar, educarlos, pasar tiempo con ellos: no al lado, sino con ellos.

Cuando los dos se implican del mismo modo, se hace más fácil la crianza, pues se pueden complementar todo el tiempo. Por ejemplo, en la función regulativa, que es una de las más complejas, si uno de los dos está requiriendo al niño, el otro puede lo mismo reforzar la acción que servirle de moderador al otro o contenerlo emocionalmente. Pueden darse apoyo y seguridad mutuamente, ya que la crianza es demandante, retadora y agotadora.

No tienen que estar de acuerdo en todo, pero si tienen buena comunicación, incluso esas diferencias pueden ser enriquecedoras.

¿Qué beneficios concretos aporta la presencia activa del padre en la vida de sus hijos en términos de autoestima y confianza?

Cuando el padre forma parte de la estructura familiar, pero no ejerce una función activa en la crianza de los hijos, esto incide en la autoestima de los infantes porque crecen buscando la atención de la figura paterna y sintiendo que no han sido suficientemente importantes para ellos. En este sentido, es más perjudicial ser un presente-ausente, que no vivir con los hijos.

En cambio, cuando ambos padres se implican, están transmitiendo un mensaje permanente respecto al valor de la existencia de sus hijos. Eso es así incluso aunque se den conflictos y otras situaciones familiares.

¿Crees que las mujeres a veces somos determinantes en que los padres tomen un papel menos activo?

La estructura familiar en la que la madre se ocupa directamente de la crianza y el padre es más distante en el cuidado de los hijos, es una herencia de la cultura patriarcal y la hegemonía machista que existe todavía en nuestra sociedad en gran medida.

Formando parte de esto se encuentra la educación sexista, la cual reprime que un niño juegue con un bebé; supuestamente esos no son juegos de varones. De ese modo, desde muy pequeños, en la misma medida en que las niñas asumen como algo muy de ellas el juego de las casitas y de las mamás, los niños aprenden que ese contexto no es para ellos. No entrenan y no desarrollan una actitud natural hacia las actividades domésticas y el cuidado de los hijos.

A los varones se les enseña que los niños no lloran, que deben reprimir sus emociones, y que las madres no deben apapacharlos tanto para que no se pongan «flojitos»… Por eso crecen con serias dificultades para expresarse emocionalmente. A la hora de la crianza, puede restringirlos en las competencias relacionadas con ser sensibles y dar afecto a los hijos. Es todo esto y no una condición natural biológica lo que hace que a muchos padres se les haga difícil conectar con los hijos e implicarse desde temprano en sus cuidados.

¿Cómo podemos fomentar una coparentalidad equitativa y comprometida?

Para cortarle el paso a todo esto es importante que, cuando una pareja se une, a pesar de los aprendizajes que cada cual haya tenido en su infancia, lleguen a la maternidad y la paternidad con una visión moderna y civilizada. Las madres, y en general las mujeres en las familias, deben apoyar a los hombres para que puedan implicarse desde temprano en la crianza.

No es cierto que la mujer está dotada para cargar y atender mejor a un recién nacido; también nos da miedo, nos sentimos inseguras y aprendemos paso a paso. Encima cargamos con la angustia que genera el no poder equivocarnos nunca, por aquello de que las madres tienen un «don especial». Hace falta que dejemos a los papás también desempeñarse desde el principio, ya que esa experiencia temprana es la que garantiza que siempre esté disponible para sus hijos. Vincularse cuando son más grandecitos es menos efectivo que hacerlo desde que nacen.

También los papás deben exigir más sus derechos a cuidar de sus hijos desde el nacimiento. Muchas veces se quedan en la zona de confort cuando la mamá o una abuela les dicen «tú no sabes hacerlo», porque, aunque quisieran aprender, da menos miedo e inseguridad no hacerlo. Así pasa el tiempo y se van perdiendo la maravillosa experiencia de cuidar y disfrutarlos desde pequeñitos. Y los niños, a su vez, se pierden de disfrutar de un padre amoroso desde el principio.

Y cuando ocurre un divorcio, ¿cómo pueden los progenitores mantener una relación saludable para que no se vea afectada la relación filial y la personalidad de los hijos?

En Cuba tenemos una falsa creencia acerca de que en un divorcio las madres tienen más derechos sobre los hijos que los padres. Aun cuando se practique una custodia unilateral, que tenga a la madre como guardadora principal y el contacto con el padre se regule con un régimen de comunicación, eso no significa que exista un desbalance en cuanto a sus derechos y deberes parentales. Ambos, madre y padre, tienen la responsabilidad por igual. Y a la hora de un divorcio, la mejor actitud es la de actuar sin egoísmo a favor de los hijos, asegurando cada parte el acceso a la otra; no utilizando al niño para castigos o venganzas.

Si el padre no ha sido un padre participativo y en ese momento quiere estar más presente en la vida de sus hijos, entonces la mamá debería favorecer que aprenda y, a la vez, que él se deje asesorar. En última instancia, será algo muy bueno para el niño o niña en común.

Si hay tensiones relacionadas con la ruptura, la posición madura y responsable es resolver esos problemas, curarse emocionalmente por el bienestar propio y el de los hijos.

Muchas madres en su justo derecho y el de los hijos, suelen reclamar ante tribunales los «alimentos» cuando los padres no lo dan, o sea la pensión y las atenciones materiales. Pero pocas veces exigen dentro del concepto de «alimentos» (que también lo lleva implícito) el tiempo que no está compartiendo con el hijo. Suele ser cosa de los padres reclamar ese tiempo. Las madres deben facilitar y asegurar el contacto del niño con su papá, así como él debe colaborar con la madre en todo lo que facilite la crianza de los hijos en común, aunque estén separados.

Hoy el nuevo Código de las Familias permite que el tiempo del niño se pueda dividir equitativamente entre ambos padres para ejercer una custodia compartida. Aunque son pocos todavía, hoy ya tenemos parejas separadas que han apostado por este régimen y que merecen el reconocimiento que lleva romper la tradición y asumir nuevos desafíos, todo por la felicidad de los hijos. Se requiere, por supuesto, una actitud civilizada y colaborativa, más allá de cómo se lleve la separación marital en lo personal.

¿Qué impacto puede tener la ausencia de la figura paterna en ciertas edades de la infancia y adolescencia? ¿Recuerdas algún ejemplo que nos pueda ilustrar ese impacto?

La ausencia de un padre siempre lacera. Si nunca estuvo, porque desde que supo de la noticia del embarazo o muy temprano antes de que el niño pudiera ser consciente de ese vínculo, el papá optó por no asumir esa paternidad, el niño crece con la pregunta: ¿por qué no le importé?

Pero si ya había vivido con su papá y si esa era una buena relación, el daño es mucho mayor. Por eso ambos, madre y padre, deben poner mucho esfuerzo en que no les falte ninguno de los dos al hijo, a pesar incluso de sus diferencias y hasta sus dolores emocionales. Eso es un acto de amor inmenso por los hijos.

Si el padre se mantiene en la familia, pero no establece una buena relación, entonces existirá la añoranza de haber tenido un padre diferente, de haberse sentido querido de verdad.

Y si se tratara de una figura violenta, lo mismo con la mamá que con los propios hijos, entonces provocaría un daño importante en la integridad humana del niño y se convertiría en un mal referente, cuyo patrón, con mucha probabilidad, podría repetirse en el hijo. Por eso el acto de amor en este caso es que no se permita, que ambos miembros de la pareja busquen la ayuda profesional y se le corte el paso con fuerza a la violencia.

A veces, después de la separación, se da el caso que el padre tiene otros hijos o comienza a formar parte de la educación de los de su pareja, y no logra incluir al de la relación anterior en su nueva vida. Esto hace mucho daño a los hijos, es una situación muy dolorosa. He visto casos de niños cuyos padres van a pasear con los hijos de la nueva unión, que son de su misma edad, y no los invitan. Es realmente muy triste y difícil de entender.

¿Qué desafíos enfrentan los padres para mantener una conexión significativa con sus hijos?

El principal desafío es que, a pesar de las prisas de la vida y de la posibilidad de una separación de la pareja, lo más importante para un niño o un adolescente es pasar tiempo de calidad con ambos padres; y el papá es tan importante como la madre.

Vivir cerca de ellos desde que nacen, educarlos pero también disfrutarlos, es lo más importante. El trabajo no puede ser excusa para no estar con los hijos. Irse del país para buscar el momento de reunificarse y que pasen mucho tiempo separados no puede ser excusa. Los niños crecen sin ellos y cada día cuenta. 

Vivir toda la vida con otros niños y dejar atrás a los de una relación anterior, no puede ser excusa, o que «la madre no me dejó»: hay que luchar por los hijos y que sea la vida la que diga la última palabra. En este último aspecto, al apoyo de los tribunales de familia y de la defensoría (institución que surge a partir del Código de las Familias y que pretende proteger a los grupos poblacionales más vulnerables), debe ser cada día mayor y mejor.

¿Qué consejos darías a los padres para fomentar la comunicación abierta y el apoyo emocional en la relación con sus hijos?

Para educar bien hay que conectar con los hijos. Esto es clave para dejar de criar de modo tradicional, dando órdenes sin revisar si estoy haciendo lo correcto para la edad de mi hijo, para su naturaleza, o impidiendo que se exprese emocionalmente y que diga lo que piensa. Conectar es ponernos en su lugar, ser sensibles a lo que piensan y sienten. No es dejar de conducirlos, pero hacerlo con mayor empatía y respeto, lo cual hace que crezcan psicológicamente, porque aprenden más.

Los padres en particular han heredado el patrón machista de sus propios padres. Deben saber que dar afecto y amor, mimar a los hijos, escucharlos, conversar con ellos, no solo no les resta autoridad, sino que los hace mejores padres y mejores seres humanos; además de proporcionar el disfrute de la paternidad en toda su magnitud.

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