Collage. / Yissel Alvarez Dieppa
Collage. / Yissel Alvarez Dieppa

La niña de los periódicos

En pequeños pedazos de vida palpita su particular felicidad. Colgada lo mismo del brazo de su madre que del de su abuela, la contentura de Adriana es visible, desde una sonrisa juguetona, porque sabe está de paseo. No pudiera decir en qué se fija o qué le llama la atención; a fin de cuentas, qué más da, esta eterna niña nos enseña de forma práctica lo que los psicólogos recomiendan: viva el día a día.

Tiene en su cabeza muchas palabras que articula en un idioma aún por oficializarse: ella lo inventó; su familia lo aprende al paso. Cuando espiritualmente sufro un apagón emotivo, acudo al ejemplo de mis vecinos del primer piso para multiplicar por cero las tristezas. Como comunidad estamos muy lejos de pertenecer a los llamados barrios en situación de vulnerabilidad, pero a ellos les ha cogido la adolescencia de sus miembros menores en una vivienda chica para sus peculiaridades. A muchos asombra que allí no haya riñas, ni desplantes, descortesía. Al contrario, el ABC de los buenos modales y cómo demostrar amistad son la base de la enseñanza familiar que recibe Adriana.

Su manera de expresarse deja corta a cualquier secuencia fílmica de escenarios fantásticos, personajes inusuales y con aura. Ni falta que le hace. Adriana a su modo da las gracias, es amable e incluso toma el teléfono para atender llamadas. Con su entonación onomatopéyica, la abuela sabe cuándo la requieren o si del otro lado de la línea preguntan por el hermano gemelo, Adrián. Nacieron apenas a las 30 semanas del embarazo materno. Llegaron con alrededor de dos libras y en pleno proceso de formación. Estuvieron en incubadora un largo rato. Como si aquella situación no fuera suficiente, Adriana sufrió –a sus 55 días de nacida– hipoxia, o anemia del bebé prematuro.

Hace poco cumplieron los 15. Cortesía de un amigo, a ambos les sacaron las debidas fotos para la memoria. Dicha grande colectiva: visitaron el Parque Lenin y recorrieron el núcleo histórico de La Habana Vieja. El varón cursa el primer año de Tecnológico. Es espigado, algo introvertido, aunque igual de “maldito”, como cualquier muchacho cubano. La hembra es menudita, opuesta en carácter a su par porque en alarde innato de sociabilidad conversa “como una cotorra”. ¿Qué dice? Hay que ir adivinando hasta atinar el verbo correcto, el adjetivo adecuado. Sabe lo que quiere; por eso, cuando no “damos en el clavo” marca con sus pies un golpe en el piso, señalando que te has equivocado. Hasta hace sus bromas: ha simulado tener tos para cortar la cháchara de sus parientes conmigo. Le interrumpía su horario de la ducha.

La relación entre ella y yo es letra de bolero porque es imposible decir cómo fue… Una mañana decidí saludarla al verla apoyada en la reja de entrada de su puerta, cual veladora del edificio cada vez que uno de nosotros sale. Algo me dijo que debía tratarla “normal”. ¿Qué es la normalidad, qué es lo diferente? Si lo normal es la semi homogeneidad de gustos, pensamiento y entendimiento, pues Adriana es de su otra galaxia. Pero si, como a veces pasa, se concibe “lo normal” centrando el concepto en la alegría, la empatía, la vocación de servicio, entonces lo que ofrece esta niña nos gana en aptitudes y virtudes.

Nunca la ignoro. Y en grata recompensa suelta una carrerita ansiosa por entregarme los periódicos que trae la cartera. Cuando me pongo vaga en bajar cuatro pisos, los coloca en una jaba que llega hasta sus manos desde mi balcón. ¿Secretos entre nosotras? Ninguno. ¿Formula? Sí: visibilizarla, tratarla con dignidad y hasta con cierta admiración por el tesón desplegado para comunicarse con el mundo, haciéndolo contagiosa y apabullantemente. ¿Que le faltan palabras? ¡Qué importa!, ojalá algunos callaran las suyas por insensatas para oír lo lindo que nos hermana, incluido el corazón de Adriana.

El pasado y el presente de mi vecinita, y el de su familia, distan de haber salido de un mágico cuento cursi. Solo han sabido superar con amor y paciencia las dificultades y, a mi modo de ver, incluso algunas desatenciones. Esquemas y clasificaciones regidas impiden que Adriana pertenezca a algún grupo de atención especializada, sin que este criterio le reste importancia a la hora y media semanal en que una logopeda la acoge en la escuela Sierra Maestra, del Nuevo Vedado.

Sus padres trabajan, el hermano estudia y la abuela debió jubilarse para cuidarla. Todos juntos, sin descanso, le aportan ramitas al “nido” de Adriana. Nadie apuesta por privilegios, sino por adecuaciones de mentes y mecanismos de solución. No se espera menos de un país donde en el centro de la política está el ser humano. El presidente del Consejo Popular Puentes Grandes-Nuevo Vedado ha dado sus batallas… quedan otras importantes. Las dudas siguen siendo mayores que las satisfacciones, oprimiéndome además del pecho, el sentido común.

¿El Centro de Diagnóstico y Orientación (CDO) del municipio Plaza de la Revolución ha tratado de ponerse, de verdad, en la piel de una familia en exceso vulnerable? En el momento de redactarse estas líneas todavía se esperaba su anunciada visita. ¿Por una sui generis “minusvalía” seguirá privada de un régimen sistemático de formación, la que pueda asimilar, es cierto? ¿Nada que hacer? ¿Quién se ocupará de Adriana en el futuro, dibujado en las inexorables pérdidas por el paso del tiempo? ¿Quién apoyará al presunto cuidador? Suspense, hasta ahora único eco de nuestras preocupaciones.

Por otra parte, la niña vino a caminar a los 6 años, gracias a la excelente fisioterapia recibida en instituciones del Estado. Todavía cuenta con cuota alimenticia adicional de proteínas, pero increíblemente este año dejó de recibir la leche, al salirse de los marcos metodológicos estrechos que determinan ciertas dietas médicas. ¿De verdad, una adolescente ya mujer? Todos sabemos lo que aporta al organismo la leche. Adriana, caso aparte; recordemos que es como es: única, a consecuencia de una hipoxia, ¿Qué hay poco para repartir? Sin embargo, están aquellos que siempre necesitan mucho más amparos. Mi amiga le dedica horas al rasgado, ve televisión, es autosuficiente en la mayoría de sus movimientos, come sola, toma agua por sí misma, identifica las cosas, una a una y todas de conjunto, porque piensa a través de su asunción personal. Luce una locuacidad graciosa, simple –jamás interprete el lector que proyecto aquí irrespeto–. Sí, es simpática por como lo hace. Con ingenio y cierta desesperación de que se le tenga en cuenta. Y mire que lo logra. Pero eso no la define.

Es alegría pura. Optimismo “primitivo”, envidiable para los que llevamos el fardo del almanaque con sus lastres sociales y culturales. En pequeños pedazos de vida palpita su particular felicidad. Un día tras otro, al modo de los gurúes de las redes sociales, o mejor, de un valioso poema, Adriana se regala en utilidad: vive recordándonos lo precioso que es hacerlo. Cuida además la puerta de entrada del edificio y recoge los periódicos. Con un ansioso y limpio gesto, más que darme la prensa, ella me devela enigmas de qué es ser una persona esencialmente buena.

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8 comentarios

  1. Caramba, María Victoria, de nuevo otro artículo suyo y como siempre, excelente, motivador para su lectura y conmovedor, de verdad esa nena necesita de mayor atención, qué bueno su llamado de atención. Un beso para Adriana y un abrazo para usted, siga escribiendo, le esperamos.

  2. Conmovedor, al terminar de leerlo mis ojos estaban aguados. Felicidades Bohemia por publicar trabajos como este, gracias María Victoria por escribirlo

  3. Excelente artículo!! Una excelente descripción de una niña tan linda como Adriana y de su gran familia. Importante llamado de atención!!!! Mis respeto para Ud Maria Victoria. Un saludo.

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