La moda rápida se sustenta hoy en polímeros derivados del petróleo. ¿Cómo transformarlos para no eternizarnos en un vertedero?
La camiseta deportiva que usas en tu rutina de ejercicios. El abrigo impermeable que te salvó de un aguacero. El traje brillante que llevaste a una fiesta. Esas prendas resumen una paradoja contemporánea: cómo el plástico, material símbolo de contaminación, se puede reinventar como emblema de sostenibilidad en la industria de la moda.
Desde las pasarelas de París hasta los talleres de artesanos locales, este material ha transformado no solo el modo de vestir, sino también nuestros hábitos de consumo.
En el escenario global de la moda, pocos materiales han generado tanto debate como el plástico. Ligero, resistente a la humedad y a la abrasión, el poliéster –su máximo exponente– revolucionó la confección de ropa deportiva e interior desde mediados del siglo XX. Frente a fibras naturales como el algodón, la lana o la seda, cuya producción depende de caprichos climáticos, el poliéster ofrece una alternativa estable, barata y altamente adaptable.
De acuerdo con el reporte Informe de mercado de materiales de fibra preferidos 2021, de la organización global sin fines de lucro Textile Exchange, 52 por ciento de los 109 millones de toneladas de fibras textiles producidas en el mundo en 2020 fueron de poliéster. Sin embargo, apenas 15 por ciento de esa cantidad provenía de material reciclado.
La comodidad y el bajo precio de los tejidos plásticos alimentaron el monstruo del fast fashion: colecciones masivas, a precios accesibles y con ciclos de renovación vertiginosos.


Microplásticos: la amenaza invisible
Este auge tiene un precio oculto. La moda no solo se mide en tendencias: también en su huella ambiental. El sector es responsable de 20 por ciento del desperdicio de agua a escala mundial y de 10 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, según datos de la ONU Medio Ambiente (UNEP).
Más preocupante aún es la liberación silenciosa de microplásticos. Cada lavado de prendas sintéticas libera millones de microfibras invisibles que, transportadas por el agua, llegan a los océanos. Se estima que anualmente medio millón de toneladas de estas partículas plásticas termina en el mar.
¿Qué sucede cuando estas partículas ingresan en la cadena alimentaria? El reciente estudio Bioacumulación de microplásticos en cerebros humanos fallecidos, publicado en la revista médica Nature Medicine, reveló la presencia de micropartículas en diversas áreas del tejido nervioso blando contenido en el cráneo. La contaminación plástica ya no es una amenaza lejana: habita en nuestros propios tejidos.



¿Reciclar… o reinventar?
Ante este panorama, la industria busca alternativas. Bajo la etiqueta de “sostenibilidad”, muchas marcas promueven el uso de poliéster reciclado. Mas, el reciclaje textil enfrenta enormes desafíos.
Separar las múltiples fibras que componen una prenda –mezclas de algodón con elastano, de lana con acrílico y poliéster– es una tarea compleja y costosa. Por eso, gran parte del llamado “poliéster reciclado” no proviene de ropa vieja, sino de botellas plásticas.
El análisis Una revisión sobre las prácticas y los desafíos del reciclaje textil, realizado por investigadoras de la Universidad de Manitoba, en Canadá, y la Universidad Tecnológica de Filipinas, subraya que las telas de monomaterial son mucho más fáciles de reciclar que aquellas con mezclas sintéticas. Aun así, una camiseta de poliéster 100 por ciento reciclado continuará liberando microfibras cada vez que la laves.
El círculo vicioso de la contaminación por plásticos persiste, incluso con el reciclaje. Una prenda de poliéster 100 por ciento reciclado no escapa a la liberación de microfibras en cada lavado, contaminando implacablemente ríos, océanos y el suministro de agua. La solución real reside en nuestra responsabilidad individual: elegir ropa duradera confeccionada con tejidos naturales de calidad, extender su vida útil y, de este modo, reducir la demanda de nuevas prendas.
La respuesta no radica en demonizar al plástico ni en renunciar a la funcionalidad que ofrecen ciertos tejidos sintéticos. Está en nuestra conducta como consumidores.
La filosofía de la “moda permanente” gana terreno: prendas versátiles, duraderas, pensadas para resistir el paso del tiempo. Frente al impulso de comprar más y más, la consigna es elegir mejor: adquirir menos piezas, de mayor calidad, confeccionadas preferentemente con fibras naturales de bajo impacto ambiental.
Además, extender la vida útil de la ropa –reparándola, transformándola, intercambiándola– es hoy un acto de rebeldía ecológica.


Con más de 50 por ciento de la ropa fabricada a partir de poliéster barato, es momento de reconocer que el verdadero desafío no son solo las bolsas plásticas o las botellas: son también los armarios atestados de moda desechable.
Si bien la responsabilidad individual es crucial, no debemos olvidar la necesidad de soluciones sistémicas: innovación en materiales, regulaciones más estrictas y transparencia en la cadena de suministro.
Cada decisión consciente suma. No somos víctimas de la moda, somos sus creadores.


















