Con solo cuatro años, la pequeña Salma murió corriendo hacia los brazos de su padre mientras ella y su familia huían de la artillería israelí en Gaza[1]
La tarde se cierra sobre Gaza con un crepúsculo rojizo, un reflejo cruel del fuego y la sangre que se ha derramado en sus calles. En un refugio improvisado, una familia espera, sus corazones laten entre la ansiedad del miedo y la esperanza del futuro encuentro. En el centro de esta espera, Salma, de cuatro años, se abraza a las piernas de su madre. Su hermano pequeño, Omar, de tres, debe estar en silencio, no entiende mucho de porqués, quizás por eso a cada rato juega cerca, ajeno a la gravedad de la situación. Sarah, la mayor –pero de solo nueve años- mira angustiada a su familia; sabe que no pueden salir. Hace días esperan a que todo pase; aquí no hay sitio seguro.
Este cinco de diciembre comienza, nuevamente, el ruido de las balas. Esperan… escombros caen… esperan… se oyen los aviones… esperan… Tristemente, estos sonidos, angustias y alertas son comunes. Junto a ellos están también amigos.
Ante los continuos ataques la familia se abraza, se apiña en una escalera en el centro del edificio para escapar de la artillería que bombardea por todos lados. Esperan a Hussein Jaber, su padre.
“Salgan por el oeste”, les indicó con urgencia Hussein al saber que a la escuela de Buraq, ubicada al este del edificio que recoge a unos cuantos refugiados, habían llegado los tanques israelíes. “Salgan rápido por el oeste y aléjense, voy en camino”, decía manejando a toda velocidad, esquivando ruinas, asustado de las aeronaves que sobrevolaban una y otra vez.
La promesa de la salvación estaba a pocos pasos de distancia, en Jaber que se apresuraba hacia ellos. “Pronto estaremos juntos”, les había asegurado con una voz cargada de esperanza y desespero. No obstante, en Gaza, la esperanza es el sobrevivir.
Ante el rugido de la artillería la madre los empuja hacia la salida, la urgencia en sus movimientos se hace casi violenta, una respuesta instintiva al peligro inminente. Salen corriendo ante un padre que ya llega, lo ven de lejos y, en ese alcance casi físico, se alegran momentáneamente.
En este terreno desigual Salma corre con fuerza, sus pequeños pies se tambalean pero no se detiene. Mas, en ese instante, todo cambia. Un disparo, dos, tres…, miles. Una descarga seca y precisa corta el aire. Ante sus ojos, la niña recibe un balazo.
“Ella se retorcía de dolor pero seguía corriendo de alguna manera. Corrí hacia ella para abrazarla y cargarla hasta el auto mientras mi esposa y mis hijos, Omar y Sarah, seguían corriendo”, confiesa el también fotógrafo de la Agencia de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina al recordar ese martes negro.
Sarah también cae ante otro proyectil que le alcanzó atravesándole la chaqueta. Unos milímetros la separan de la muerte. La artillería vuelve: No hay tiempo de llorar ni de pensar.
¿Cómo pudo Jaber manejar y huir con un brazo herido, sostener a Salma que exhalaba el último suspiro, socorrer a Sarah que se desangraba, ayudar a su esposa y a Omar? Por más que repasa ese momento, no está seguro de cómo sucedieron los hechos. Y es que en Gaza no hay tiempo para pensar: se sobrevive.
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A seis meses de la tragedia, este padre que ha visto y vivido el horror da su testimonio a Al Jazeera. Vuelve sobre la ciudad hecha pedazos para mostrar lo que sucedió ahí; la evidencia es la destrucción. El aire está pesado, como si el cielo mismo esperara algo.
Al regresar y compartir su historia, similar a la de miles de palestinos, pero la suya, la de su hijita, la de su familia, debe detenerse por momentos, respirar profundamente, y luego continuar: “No había nadie en este camino excepto los residentes del edificio que estaban saliendo, a punto de partir hacia el oeste según lo ordenado por el ejército, incluida mi familia”, agrega Jaber a la plataforma informativa internacional.
“Estaba esperando allí”, señala hacia su derecha, “esperándolos. Eran mujeres, niños y ancianos, y se los podía ver claramente”, dice y hace silencio. Se detiene, pasa su mirada de un lado a otro; solo hay piedras y un dolor palpable. Gaza es una trampa de muerte.
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Hoy Sarah -quien sobrevivió milagrosamente- y Omar ven junto a su padre las fotos que él guarda de su hermanita en el celular, el único recuerdo que tienen de ella. Allí se puede ver a una pequeña bailando, leyendo un poema, sonriendo en una playa: “Salma, mi hija mediana, inteligente, traviesa, cariñosa, querida por siempre”, escribe mientras llora al pensarla, quizás también por el futuro incierto de estos otros dos retoños.
Al ver las fotografías, Omar, con esa inocencia ante la cual no hay respuestas, pregunta: “Papá, ¿dónde está Salma?”
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No entendí qué estaba pasando, pero vi a papá asustado. “¡Rápido, corre, corre!”, creo que gritó extendiendo los brazos. Entonces, sentí un dolor en el cuello. Todo se volvió borroso. El calor quemaba y aún así, tenía frío… No puedo moverme; solo quiero dormir. En la oscuridad le oigo, casi en un susurro… voy a responderle pero… Esta carrera es la última, papá.
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Omar vuelve a la carga: “¿Dónde está Salma?”, interroga e insiste, y su voz atraviesa el silencio de la sala. “No entiende cómo ella pudo haber estado con él caminando por la calle y ahora simplemente se ha ido”, dice Jaber y sus ojos se quedan vacíos por varios segundos… Tampoco él puede entender.
GAZA EN CIFRAS
Se estima que más de 25 000 mujeres y niños han muerto en la guerra de Israel contra Gaza.
Cada vez más niños mueren de hambre a medida que la hambruna se afianza gradualmente. Mahmoud Fattouh, de dos meses, es uno de los casi 20 niños que ahora han muerto de hambre en Gaza.
Gaza es el lugar más peligroso del mundo para los trabajadores humanitarios. Desde que comenzó la guerra, 193 colegas de UNRWA han sido asesinados, el mayor número de muertos en la historia de las Naciones Unidas.
[1] Para recrear los hechos, la autora se inspiró en la historia de Jaber, según las declaraciones que él le concediera a la cadena televisiva Al Jazeera, recogidos en “Padre describe el asesinato de su hija por parte de Israel en Gaza”.
Un comentario
Me encantó. Gracias Tania Rendón y a Bohemia por tan emotivo relato sobre una guerras que jamás ha debido ser. Asesinatos que todos deberíamos condenar; niños que todos deberíamos proteger. Gracias de nuevo.