Las bombas, la mentira y el silencio

El horror de las armas atómicas nos recuerda el precio de la guerra y la urgencia de buscar la paz


6 de agosto de 1945. Día de incertidumbre para Hiroshima. Un destello envolvió el centro de la ciudad. El edificio de la Prefectura. El asfalto y el puente. El asfalto y la gente. La tranquilidad y la gente.

El presidente Harry Truman celebró los ataques como una victoria militar sobre Japón. / pagina12.com.ar

Pocos recuerdan un sonido, pero la explosión (2 000 veces mayor que la de cualquier bomba utilizada hasta entonces) chocaba, se retorcía, mataba… la bomba asesinaba.

Del otro lado del Pacífico, allá en Washington, Estados Unidos, el presidente Harry Truman aplaudió el ataque como una victoria militar sobre Japón y ordenó el lanzamiento de una segunda arma de destrucción similar a la primera.

Inmediatamente después, la nación norteamericana prohibió difundir cualquier información relacionada con las consecuencias de la radiactividad en el organismo humano.

Celebrando públicamente las enormes destrucciones físicas, la Casa Blanca bloqueó la información sobre los daños químicos en todos los frentes: confiscando informes de médicos, censurando a la prensa, intimidando a científicos independientes y engañando al público. Los archivos estuvieron clasificados durante varias décadas.

El corresponsal científico del diario The New York Times William Laurence, el único que presenció las primeras pruebas nucleares en el laboratorio de Los Álamos, escribió desde Japón el 12 de septiembre de 1945: «En las ruinas de Hiroshima no existe radiación». Este secretismo y la directa desinformación oficial, más varios prejuicios y mitos sobre las monstruosas malformaciones genéticas de las víctimas, silenció a miles de testigos durante muchos años.

En 2023, el mundo se gastó 2.5 billones de dólares en armas. / latimes.com

Otra gran falsedad muy difundida fue que «los bombardeos apresuraron el fin de la guerra y salvaron muchas vidas». No aguanta ninguna crítica militar ni histórica, pues, en primer lugar, Japón ya había perdido y se preparaba para rendirse y, en segundo lugar, la misma masacre de Nagasaki fue algo casual, pues las nubes taparon el objetivo inicial, que era otra ciudad, Kokura.

El año pasado, el mundo se gastó 2.5 billones de dólares en armas. Solo en Estados Unidos la inversión en defensa en 2023 (un billón de dólares) fue mayor que en todas las demás áreas (800.000 millones). El precio de las ya rentables acciones del complejo militar-industrial occidental subió 22 por ciento. El resultado es un escenario de conflictos en diversas regiones del planeta, desde Europa del Este hasta el Mediterráneo Oriental. Nunca el planeta experimentó un riesgo tan alto como el actual de confrontarse con la autoextinción.

Los datos confirman que, para abrir la oportunidad de la paz soñada, debemos hacer algo y que la guerra deje de ser este gran negocio de los verdugos. ¿Y cómo conseguirlo?

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